Nos vamos de vacaciones.



El gozo del que parte, del que ya está, del que acoge. Todo invita a la satisfacción por la evasión. Atrás los agobios, aunque sobrevengan otros; atrás las prisas, aunque invada la prisa por "gozar"; atrás la persecución hacendística, aunque se imponga la familiar; atrás lo reglado para instalarnos en el "dolce far niente".

Pero no sólo hay sentimiento de gozo en el presuponer que se va a gozar; hay también despedida de lo que se deja. Irse también es dejar.


Pensamiento perturbador: en el viejo, cualquier adiós puede ser definitivo. O, a la vez, vivencia profunda de lo que se tiene hoy: depende del carácter y de los hábitos mentales formados.

Todavía no ha calado en mis estructuras mentales la vejez rompedora de adioses, pero percibo ese sentimiento.

Antesdeayer dije adiós a una ciudad donde creo que no volveré nunca más.

Perturba cerrar la puerta... ¿será para siempre? Colgar la ropa de invierno... ¿me volveré a poner este abrigo? Echar un vistazo a los libros que tengo delante... ¿los volveré a abrir?

Septiembre traerá nuevas inquietudes blogueras, pero ¿estaré yo? Es de suponer, pero cada supone uno menos.

Otro ambiente, otro clima, otro ámbito; otro el cielo que envuelve, otras las estrellas que allí se pueden ver; otros los horizontes de encinas; otros los amaneceres rubicundos...

Convivencia con gentes que sí conoces y gentes que esperan tu risa. Conocimiento de nuevos nombres que apenas si duran en tu memoria lo que dura su presencia.

¿No es éste el pequeño drama del turista, hablar con quien nunca va a convivir; dejar para siempre lo que nunca va a volver a ver; picotear paisajes sin integrarse en ninguno; hacer voyeurismo de sociedades ajenas; hacer espectáculo de foto-fija y del "yo estuve allí"?

Pero tienes que irte, te empujan, hay que meter las bolsas en el coche, que llevan días esperando el traslado...

El drama del adiós... ¿quizá para siempre?

Asumir todo, esperando que sea como uno racionalmente piensa que tiene que suceder, es el mejor antídoto contra la angustia de lo venidero. ¡Háganme caso, que es así!

Bueno, ¿y qué? Asumirlo es signo de lucidez y de espíritus emprendedores. Voy a ser y voy a hacer.

También sucede que de los cambios esperamos más de lo que luego se cumple. Pero ¿y qué? De cosas como ésa se llenan los días.

Adiós, agur, au revoir, auf wiedersehen, good bye, ciao.
Nos vemos
, que tampoco tiene que ser un vulgar deseo. Pero es profundo y sentido. También los blogueros tienen su corazoncito, que decían en La Verbena de la Paloma.
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