Los variados rostros del funcionario de la fe.
“Tierna como un cordero cuando está en minoría; astuta como un zorro cuando está en igualdad; pero, cuando se siente fuerte o es mayoría, muestra la ferocidad del tigre”.
Palabras del filósofo, no importa quién. Eso es Roma, entiéndase la Jerarquía católica. ¡Son comparaciones, símiles o metáforas, sí, pero no son simples palabras!
Muchos, por haber vivido situaciones reales donde la Iglesia ha mostrado su verdadero rostro, el único que no puede hacer público ni presentar y que la corroe, el de afán de poder, damos testimonio de estas cosas y sabemos que nuestro testimonio es verdadero porque decimos verdad.
Lo que se puede decir de la Iglesia como cuerpo social, se aplica al pie de la letra al devenir individual de cada uno de los componentes de la Jerarquía crédula, especialmente obispos con sede.
El cargo parece que les abruma: por una parte sienten todo el pasado histórico sobre sí; por otra sienten cómo su personalidad, que no buscaba sino “eso”, el cargo, el ascenso, se encuentra vacía de sentido, porque ningún cargo sana ansiedades psicológicas; por último, sienten cómo su labor, en esencia dirigida a los fieles laicos, se pierde en el vacío de la incomprensión y de la indiferencia displicente.
Consecuencia, se encierran en el castillo dentro del cual se mueven: el cargo les vuelve más cobardes ante los suyos y bizarros ante los fieles de misa diaria. Esa es la gracia de Dios, la gracia de estado.
Cuando abandonan el cargo, generalmente por edad, rezuman sensatez, crítica, juicio “sereno” y “renovador”; mientras tanto silencio, quizá miedo, quizá respeto, siempre deseo implícito de ascender, “mejor no menear las cosas”, que todo siga igual...
Los cojos, los contrahechos y los miserables de toda clase se dan cita en la Iglesia y los mediocres en legión se sientan en ella como en su propia casa siendo los que dan el tono general.
Los brillantes progresos de algunos no hacen sino resaltar la ramplonería, común entre la mayoría de sus miembros, como tejido ordinario de su existencia.
Demasiados testimonios para poder descubrir en semejante hecho el cumplimiento de la “kénosis” (1) salvadora y el adorable vestigio de la humildad de Dios. ¡Son palabras de quienes vivieron y enseñaron entre ellos!
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(1)Término griego que significa “vacío, intervalo, penetración” y que se aplica a una novedosa pero nunca comprendida predicación del “mensaje” cristiano.