Un veneno mortífero para la credulidad: la verdad.

"Esto es fe, creer que son árboles"


Se podría decir con buenas formas para así parecer suave, pero en el fondo es una afirmación demoledora: "la religión es una creación del ser humano". No sólo sus realizaciones y concreciones seculares, también su contenido. No sólo los actos, también las ideas. Todo es un producto del hombre, como es la forma de echar humo sobre un libro.

Esto, que hasta podría parecer una tautología --lo que hace, piensa y crea el hombre es obra del hombre--, cada vez lo afirman con más convicción quienes se adentran en el “misterio de la credulidad”, comenzando por aquellos que tienen el “vicio” de pensar un poco y terminando por quienes, cercanos al mundo de la credulidad, están hartos de las martingalas de los que se intitulan “servi servorum Dei”.

Generalmente las críticas a la Religión se van por las ramas, suelen ser bastas y poco consiguen: que si las riquezas de la Iglesia, que si la cerrazón mental de algunos curas, tales ritos amojamados, su historia hecha de dominación y muerte, los vicios de algunos... Los dignatarios de la Multinacional del Rezo temen poco esas críticas, porque les sirven para depurar modos. Muy a largo plazo podrían hacer que se secara el olmo crédulo limpiándolo de hojas y ramas, pero ésa es tarea titánica.

Importa la raíz, importa el motivo, importa el germen: que los creyentes caigan en la cuenta de que su religión es algo que ha inventado el hombre. Aunque arraigado en la mente humana, es un simple producto cultural cuya vigencia y virtualidad está reculando a marchas forzadas, sin haber tocado fondo.

Todas las religiones, las refinadas y las bastas, apelan a profetas, guías, mesías, redentores, gurús... primigenios. Y curiosamente cuanto más tiempo pasa, mayores son las divergencias respecto a lo que éstos dijeron. Son incapaces de ponerse de acuerdo. Sunníes contra chiíes, por ejemplo. Es inagotable el venero de sus escritos sagrados, tanto para quienes profundizar todavía más como para aquellos que intentan debelar su falsía "divina".

Entre sus primeras revelaciones de creencia obligada, misterios, también había explicaciones referidas al hombre, a la naturaleza, a la sociedad... Pues bien, cuando el hombre descubrió determinados misterios referidos a sí mismo o a la naturaleza, tales profetas o desveladores de lo sacro no eran capaces de justificarlos, de cohonestarlos con la fe: ni de chiste se puede tildar su explicación de los fósiles. Y así se dedicaron a poner obstáculos a tales descubrimientos o a denunciar a quienes sí eran capaces de dar explicaciones creíbles de la vida. Siempre ha sido así.

El genuino pensador siempre ha dudado de sí mismo, de lo que descubría, hasta conseguir acceder a la verdad, a la evidencia que clarificaba todo. El creyente en cambio ¡afirma saber la verdad! ¡Está seguro de su verdad! Y no sólo sabe, sino que sabe lo más importante. Y ni siquiera se para ahí. Dice saberlo “todo”: sabe que dios existe; sabe que creó y supervisó su creación; sabe lo que ese dios quiere de nosotros; sabe lo que dios quiere que comamos, pero con muchas variaciones geográficas: en España se puede comer cerdo, pero en Marruecos dios lo prohibe, por ejemplo; sabe lo que ese dios ordena respecto a la moral sexual... Impresionante.

¿No será que lo que sabe de ese dios es porque lo ha creado el hombre?

Es más, el científico y el hombre corriente, ambos, se dan cuenta de que cuanto más se adentran en aquello que “les gusta” y en lo que pretenden profundizar, más vasto se muestra el horizonte de su saber.

El saber de los crédulos es con "b", basto. Grupos de personas con credos específicos –entre sí, por cierto, casi siempre enfrentados-- que con arrogante autosuficiencia se permiten la grosería de decir a los demás que lo más esencial ya lo conocemos, Dios, sus mandatos, cómo agradarle, como contentarle, qué espera de nosotros, qué opciones incluso políticas le satisfacen más... ¿No será que todo lo divino se ajusta perfectamente a lo humano por ser un producto humano?

Aparte de muestra supina de estulticia, esto en cualquier symposium sería tildado de orgullo intelectual. De ahí que a la fe se la aparte de los debates donde se dirimen cosas que importan a la vida. ¡Y mira si la fe no es importante para la vida!

Todas esas personas “seguras” y “aseguradas”, que recurren siempre a la garantía de un Dios para confirmar certezas, no es que estén ancladas en los primeros estadios del desarrollo infantil, es que no han salido de la primera infancia de la humanidad.

No, no se dan cuenta. Tampoco de que estamos asistiendo a la “despedida” de las religiones, despedida que ya ha comenzado y que puede ser larga y demorarse unas cuantas generaciones. Por profilaxis de lo humano y como sucede con cualquier despedida, la suya no debería prolongarse demasiado en el tiempo, so pena de quedar convertidos en estatua de sal.
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