Lo del villancico...


Dime, niño, ¿de quién eres? Nadie se habría atrevido a formular la pregunta de marras antes de 1834, porque la Inquisición habría tomado cartas en el asunto. Pero realmente el asunto tiene enjundia que sólo la fe ha sabido responder. O sea, asunto sin respuesta.

La profusión de luminarias en las calles, los anuncios de burbujas y demás, el infalible magisterio de El Corte Inglés y la previa lluvia lotera nos dice que ha llegado "la Navidad".

La Navidad, que no las “navidades”, nos vuelve a evocar, como un cansino estribillo machacón, que “el Verbo se hizo carne”. Son las “navidades” las que, con la misma persistencia, nos recuerdan el idílico y bucólico villancico de “cómo beben los peces en el río al ver a dios nacido”.

Aunque sea con música, ya son ganas de decir tonterías como las que se pregonan con cualquier "fun fun fun". Y para esclarecer la cantarina pregunta del “dime, niño, de quién eres”, que todos los años vuelve a casa por navidad, estos días atrás hemos asistido al escolástico rifirrafe sibilino-medieval sobre la inmaculación de María y su virginidad biológica “antes, en y después” y la concepción impoluta de Jesús. Con inquisición y hoguera incluidas.

Todo esto me incita arriesgadamente a la reflexión sobre la mirífica y portentosa mítica y mística doctrina de “Jesús de Nazaret, Cristo, Mesías, hijo de Dios”.

No es nada nuevo. Ya desde los inicios de la “humanidad bíblica” se habla de los “hijos de Dios” y las “hijas de los hombres” de cuya unión nacieron los “gigantes, héroes famosos”. Y es que no sabemos vivir sin endiosamientos, sin “divos”.

Y conforme a esta concepción de los mortales, vemos cómo todas las religionesdivinizan” de alguna manera a sus fundadores o iniciadores. Y es innegable que prácticamente todas las civilizaciones endiosaron también a sus reyes o emperadores a quienes rendían culto.

¿Hijo de dios o hijo de hombre? No hay mucho que discurrir. “Hijo” hace relación a “naturaleza genética”. ¿Cómo será la genética” de dios? ¿Podremos conseguir su ADN?

Decimos esto porque lo de “naturaleza divina” es una artificiosa, astuta y sutil invención made in theologia. ¡Qué hallazgo más sugestivo y fascinante! ¡Qué “evidencia” más seductora y divina para asimilar el misterio! ¡Divina, sí; pero incomprensible!

Que Jesús era “verdadero hombre” es incontestable si admitimos su existencia histórica. Pero ¿“verdadero dios”? Esto ya hace rechinar más a la mente humana. Y no podemos negar que numerosos grandes teólogos, antiguos y modernos, desde los mismísimos orígenes del cristianismo hasta hoy, han sido “depurados” por insistir más en el aspecto humano de Jesús que en su “esencia divina”. Luego “cuando el río suena...”

Hoy día muy pocos son los que tienen algún inconveniente en aceptar la historicidad de Jesús. Es argumento flojo, pero ¿por qué no se va a admitir, si reconocemos la existencia real de otros personajes con menos documentación histórica? Sin embargo, hay peros.

La fe no es una creencia ciega. Será algo “divino”, pero no puede ser “inhumano”. Si la fe no es “razonable” es “irracional”. Por tanto, debemos partir del conocimiento “razonable” de un Jesús “humano”. No de un dios, porque entonces estaría todo hecho.

Por una parte, la vida y muerte de Jesús se convertiría en la interpretación de un guión teatral escrito por el clan divino. Un remedo de tragedia griega. El hombre que lucha contra su destino. Pero por otra, como ya se conoce el desenlace, pues qué bien. Total, voy a resucitar, porque “está escrito”...

Cuántas veces se ha dicho y argumentado que “los evangelios no son una biografía de Jesús”. Pues precisamente por eso, ¿cuánto de “verdad” hay en ellos?

Si ya en las modernas biografías de famosos se falsea la realidad, ¿qué podemos concluir de “relatos antiguos” que ni siquiera son biografías? Lo que los evangelios narran y lo que predica la Iglesia ¿se corresponde con la “verdad histórica” de un tal Jesús?

Seguiremos mañana... o no.
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