Capisayos Episcopales
En reciente e itinerante comentario, deslizaron los duendes de la informática la imperdonable falta gramatical de escribir “capisallo, y no “capisayo”, tal y como lo registra el docto diccionario de la RAE, que por cierto define el término como “vestidura común de los obispos” o “vestidura corta a manera de capotillo abierto que sirve de capa y sayo”. Como es útil, provechoso y prudente “extraer el bien de cualquier mal”, aunque este sea una pura y simple incorrección gramatical, las siguientes sugerencias se justifican muy cumplidamente.
. Es posible que la doble “l” se escurriera, o escurriese, por la “capa”, y formara “capisallo” – y no “capisayo”-, por la sencilla razón de que cuanto suene a “capilla”-“oratorio privado”, “iglesia o templo pequeño”-, parece estar más en consonancia, y relacionarse, con clérigos y obispos y con sus correspondientes ornamentos sagrados, que con las palabras que procedan de “”sayo”, o “prenda de vestir holgada y sin botones, que cubría el cuerpo hasta la rodilla”, así como de “sayón”, o “verdugo que ejecutaba las penas”.
. Conforme a su etimología, y en cualquier definición radical que se intente desvelar, “capisayo” se forma de los términos “capa” y “sayo”. Cada una de estas palabras proporciona, por tanto, elementos de juicio seguros para adentrarse en el contenido real de cuanto se quiere decir, y expresar, al hacer uso del término “capisayo” aplicado a clérigos y obispos.
. “Capa” –“prenda de vestir larga y suelta”- cuenta con solemnes adjetivaciones netamente eclesiásticas, pletóricas de religiosidad y liturgia. De entre ellas destacan las de “magna” y “pluvial”, una y otra adornada con los más bellos y ricos aderezos y ornamentos, con símbolos, atributos y distinciones pomposas y churriguerescas, convertidas algunas en valiosas obras de arte, dignas de admiración en relicarios y museos especializados.
. “Saya” –“vestidura talar antigua”,”falda, refajo o enagua”, o “regalo que hacían llegar las reinas a sus servidoras cuando se casaban”-, aporta a las vestiduras sagradas bases de grandor, majestad y poder, difícilmente digestibles en la historia de la Iglesia, y de modo especial en los tiempos actuales en los que tan fino se hila respecto a las ropas, trajes, ternos y paños.
. Si bien es cierto que hay religiones en las que el trato oficial y comunitario con Dios demanda en la práctica hábitos, ceremonias, ritos y aún lenguaje distintos al que comúnmente se emplea en las relaciones interpersonales, familiares, cívicas o sociales, el hecho es que hoy los rituales en los que se contienen reglas y normas, están sometidos a revisiones profundas, basadas todas ellas en la necesidad de hacerlas más inteligibles y cercanas al pueblo. Ceremonias y ritos que distraen, confunden al personal o los vuelven tarumba, precisan crítica y exploración urgentes, con el constructivo deseo y programa de tornarlos lo más educadores e instructivos posibles.
. A los clérigos –obispos y superobispos- les sobran ornamentos sagrados en las celebraciones litúrgicas, por muy solemnes que estas sean, y que el vigente ritual encarezca y exija. La necesidad de acomodarse a las demandas de los tiempos nuevos salta a la vista y es expresión de vida, de auténtica religiosidad y de verdadero cristianismo.
. La exuberancia ornamental no es ni cristiana, ni evangélica, y menos, es adoctrinadora. En multitud de ocasiones es signo y objeto de ostentación y opulencia y, tal vez, reducto de enigmas y misterios que, a lo sumo, únicamente contribuyen a alejar aún más al Pueblo de Dios de los “ministros” investidos de la obligación sagrada de servirlo y de facilitarle su encuentro con Dios a través de lo religioso.
.Con piadosa y generosa dosis de humildad, y tan solo con la intención de comprender mejor el problema desde su raíz y con sus efectos colaterales, las dos citas siguientes, de cuya legitimidad respondo, pueden ser ilustrativas: 1-“No se otorgue el episcopado a pequeñas ciudades del campo para que el título y el poder del obispo no se menosprecie”. 2- “No asista el cardenal a reuniones frecuentes del ministerio pastoral para que no se vulgarice la púrpura”.
. Es posible que la doble “l” se escurriera, o escurriese, por la “capa”, y formara “capisallo” – y no “capisayo”-, por la sencilla razón de que cuanto suene a “capilla”-“oratorio privado”, “iglesia o templo pequeño”-, parece estar más en consonancia, y relacionarse, con clérigos y obispos y con sus correspondientes ornamentos sagrados, que con las palabras que procedan de “”sayo”, o “prenda de vestir holgada y sin botones, que cubría el cuerpo hasta la rodilla”, así como de “sayón”, o “verdugo que ejecutaba las penas”.
. Conforme a su etimología, y en cualquier definición radical que se intente desvelar, “capisayo” se forma de los términos “capa” y “sayo”. Cada una de estas palabras proporciona, por tanto, elementos de juicio seguros para adentrarse en el contenido real de cuanto se quiere decir, y expresar, al hacer uso del término “capisayo” aplicado a clérigos y obispos.
. “Capa” –“prenda de vestir larga y suelta”- cuenta con solemnes adjetivaciones netamente eclesiásticas, pletóricas de religiosidad y liturgia. De entre ellas destacan las de “magna” y “pluvial”, una y otra adornada con los más bellos y ricos aderezos y ornamentos, con símbolos, atributos y distinciones pomposas y churriguerescas, convertidas algunas en valiosas obras de arte, dignas de admiración en relicarios y museos especializados.
. “Saya” –“vestidura talar antigua”,”falda, refajo o enagua”, o “regalo que hacían llegar las reinas a sus servidoras cuando se casaban”-, aporta a las vestiduras sagradas bases de grandor, majestad y poder, difícilmente digestibles en la historia de la Iglesia, y de modo especial en los tiempos actuales en los que tan fino se hila respecto a las ropas, trajes, ternos y paños.
. Si bien es cierto que hay religiones en las que el trato oficial y comunitario con Dios demanda en la práctica hábitos, ceremonias, ritos y aún lenguaje distintos al que comúnmente se emplea en las relaciones interpersonales, familiares, cívicas o sociales, el hecho es que hoy los rituales en los que se contienen reglas y normas, están sometidos a revisiones profundas, basadas todas ellas en la necesidad de hacerlas más inteligibles y cercanas al pueblo. Ceremonias y ritos que distraen, confunden al personal o los vuelven tarumba, precisan crítica y exploración urgentes, con el constructivo deseo y programa de tornarlos lo más educadores e instructivos posibles.
. A los clérigos –obispos y superobispos- les sobran ornamentos sagrados en las celebraciones litúrgicas, por muy solemnes que estas sean, y que el vigente ritual encarezca y exija. La necesidad de acomodarse a las demandas de los tiempos nuevos salta a la vista y es expresión de vida, de auténtica religiosidad y de verdadero cristianismo.
. La exuberancia ornamental no es ni cristiana, ni evangélica, y menos, es adoctrinadora. En multitud de ocasiones es signo y objeto de ostentación y opulencia y, tal vez, reducto de enigmas y misterios que, a lo sumo, únicamente contribuyen a alejar aún más al Pueblo de Dios de los “ministros” investidos de la obligación sagrada de servirlo y de facilitarle su encuentro con Dios a través de lo religioso.
.Con piadosa y generosa dosis de humildad, y tan solo con la intención de comprender mejor el problema desde su raíz y con sus efectos colaterales, las dos citas siguientes, de cuya legitimidad respondo, pueden ser ilustrativas: 1-“No se otorgue el episcopado a pequeñas ciudades del campo para que el título y el poder del obispo no se menosprecie”. 2- “No asista el cardenal a reuniones frecuentes del ministerio pastoral para que no se vulgarice la púrpura”.