Funerales y Homilias
Por las razones o las sinrazones que sean, el hecho es que son ya muchas las personas que la única relación que tienen con la Iglesia es la que la sociología les insta a mantener a consecuencia de determinados actos de culto. De entre ellos destacan, por su frecuencia y necesidad de asistir o participar en los mismos, los funerales. Vigentes aún en España las sagradas prácticas rituales de reunirse familiares y amigos en capillas o iglesias a consecuencia del fallecimiento de algunos de sus miembros, y así expresar su sentimiento y dolor, tal coincidencia y contacto con lo religioso resultan ser para muchos los únicos restos que les quedan de lejanos recuerdos, y tal vez vivencias, en las que la liturgia era la inspiradora y educadora de su fe.
. Contando con que la verdadera motivación de la presencia en los referidos actos de religión y de culto no fueron solo las relaciones humanas –familiares o sociales-, sino también, y de alguna manera, los elementos religiosos, clama al cielo que los sacerdotes responsables de la ceremonia, no siempre se esmeren al máximo en hacerlas respetuosamente asequibles, además de instructivas, despojándolas de la frialdad administrativa que tienen de por sí el aparato y la solemnidad rituales. Sorprende y desedifica que, en igualdad de circunstancias, actos similares lleguen a ser más familiares, amistosos y cercanos si se celebraran “por lo civil” que “por lo canónico”, con mayor satisfacción para las deudos que los encargaron, y para los asistentes.
. Subrayo en esta ocasión cuanto hace referencia con la homilía-explicación del evangelio- y del hecho mismo de la muerte, predicada y desarrollada por el sacerdote de turno. Es sentir general, que este no se preocupó anteriormente de informarse quién era el muerto, de las circunstancias de su fallecimiento, de su profesión u oficio, de los sentimientos prevalentes entre los participantes y asistentes y de cuanto pudiera contribuir a convertir el acto litúrgico en profundamente humano y, a la vez, cristiano y religioso. Las homilías –estas homilías- según se aprecia y comenta, con asiduidad y casi sistemáticamente, están definidas por rutinas ancestrales y asépticas, son siempre y para todos las mismas, con excepción acaso del cambio de sexo, fundidas en textos y versículos bíblicos parejos, desvitalizadas, desesperanzadas y muertas, definidas por el intenso color negro de los ornamentos y de las músicas tristes deficientemente interpretadas, sin aportación alguna para fundamentar el hecho de la muerte en su co-participación con la de Cristo Jesús, que es resurrección y vida para sí y para el resto de la comunidad, algunos de cuyos miembros presentes se encuentran en admirable disposición receptora de tan reconfortantes doctrinas.
. Desde aquí, y para mis colegas celebrantes de los funerales al uso, la petición de que en sus prédicas sean breves, sin que les sea justificable a nadie salirse de las mismas y comentarlo así a las puertas de la iglesia con quienes también antes habían tomado tal decisión. La petición de que cambien el esquema, el contenido y el tono de voz al predicar la palabra de Dios, dado que no pocos de los asistentes, sobre todo en localidades reducidas por su número de habitantes, son asiduos concurrentes a tales actos religiosos, y hasta alardean de saberse ya de memoria lo que el cura predica en las homilías obituarias. En el mismo contexto, la súplica apremiante de que hagan esfuerzos por no ritualizar los funerales, y cuanto les rodean, pensando en la incomodidad que puedan suscitar en los familiares del difunto.
. Una sugerencia fundamental para contribuir a tornar más santa, fraternal y amistosa esta ceremonia, es la de que el celebrante se ponga al corriente de cuantas particularidades definieron la vida del difunto, dado que son exactamente estas las que hicieron –hacen- mundo al mundo, marco en el que la obra por antonomasia de Dios, que es la creación, se realiza, y se apresta a que sus moradores logren los objetivos para los que fueron creados y vocacionados. La vida de cualquier difunto cuenta con sobrados capítulos que son otros tantos espejos y estímulos para alentar la tarea y el compromiso de quienes todavía seguimos a la espera de ser algún día convocados a protagonistas de estos oficios litúrgicos, rodeados de familiares y amigos, previa cita de las esquelas mortuorias.
. Señores curas, por favor, preparen más y menor sus homilías en las misas de difuntos, siéntanlas de corazón, sean siempre breves, menos dogmáticos y cercanos de verdad al pueblo, que en trances tales, en más Pueblo de Dios.
. Contando con que la verdadera motivación de la presencia en los referidos actos de religión y de culto no fueron solo las relaciones humanas –familiares o sociales-, sino también, y de alguna manera, los elementos religiosos, clama al cielo que los sacerdotes responsables de la ceremonia, no siempre se esmeren al máximo en hacerlas respetuosamente asequibles, además de instructivas, despojándolas de la frialdad administrativa que tienen de por sí el aparato y la solemnidad rituales. Sorprende y desedifica que, en igualdad de circunstancias, actos similares lleguen a ser más familiares, amistosos y cercanos si se celebraran “por lo civil” que “por lo canónico”, con mayor satisfacción para las deudos que los encargaron, y para los asistentes.
. Subrayo en esta ocasión cuanto hace referencia con la homilía-explicación del evangelio- y del hecho mismo de la muerte, predicada y desarrollada por el sacerdote de turno. Es sentir general, que este no se preocupó anteriormente de informarse quién era el muerto, de las circunstancias de su fallecimiento, de su profesión u oficio, de los sentimientos prevalentes entre los participantes y asistentes y de cuanto pudiera contribuir a convertir el acto litúrgico en profundamente humano y, a la vez, cristiano y religioso. Las homilías –estas homilías- según se aprecia y comenta, con asiduidad y casi sistemáticamente, están definidas por rutinas ancestrales y asépticas, son siempre y para todos las mismas, con excepción acaso del cambio de sexo, fundidas en textos y versículos bíblicos parejos, desvitalizadas, desesperanzadas y muertas, definidas por el intenso color negro de los ornamentos y de las músicas tristes deficientemente interpretadas, sin aportación alguna para fundamentar el hecho de la muerte en su co-participación con la de Cristo Jesús, que es resurrección y vida para sí y para el resto de la comunidad, algunos de cuyos miembros presentes se encuentran en admirable disposición receptora de tan reconfortantes doctrinas.
. Desde aquí, y para mis colegas celebrantes de los funerales al uso, la petición de que en sus prédicas sean breves, sin que les sea justificable a nadie salirse de las mismas y comentarlo así a las puertas de la iglesia con quienes también antes habían tomado tal decisión. La petición de que cambien el esquema, el contenido y el tono de voz al predicar la palabra de Dios, dado que no pocos de los asistentes, sobre todo en localidades reducidas por su número de habitantes, son asiduos concurrentes a tales actos religiosos, y hasta alardean de saberse ya de memoria lo que el cura predica en las homilías obituarias. En el mismo contexto, la súplica apremiante de que hagan esfuerzos por no ritualizar los funerales, y cuanto les rodean, pensando en la incomodidad que puedan suscitar en los familiares del difunto.
. Una sugerencia fundamental para contribuir a tornar más santa, fraternal y amistosa esta ceremonia, es la de que el celebrante se ponga al corriente de cuantas particularidades definieron la vida del difunto, dado que son exactamente estas las que hicieron –hacen- mundo al mundo, marco en el que la obra por antonomasia de Dios, que es la creación, se realiza, y se apresta a que sus moradores logren los objetivos para los que fueron creados y vocacionados. La vida de cualquier difunto cuenta con sobrados capítulos que son otros tantos espejos y estímulos para alentar la tarea y el compromiso de quienes todavía seguimos a la espera de ser algún día convocados a protagonistas de estos oficios litúrgicos, rodeados de familiares y amigos, previa cita de las esquelas mortuorias.
. Señores curas, por favor, preparen más y menor sus homilías en las misas de difuntos, siéntanlas de corazón, sean siempre breves, menos dogmáticos y cercanos de verdad al pueblo, que en trances tales, en más Pueblo de Dios.