¿Más Sectas?

Apelo a la buena voluntad de mis lectores a que, de entre las variadas lecturas que tenga el título de este comentario, prescinda de la facilona de que sean las sectas “intra” o “para” eclesiásticas las que lo motivan. Es aproximadamente cierto que aún dentro de la misma Iglesia puede haber y hay sectas con connotaciones fidedignas y fehacientes, pero el eje de mi reflexión en esta ocasión gira en exclusiva sobre aquellas definidas en los diccionarios como “doctrina religiosa o ideológica que se diferencia e independiza de otra y que el hablante considera falsa”.

Y es incuestionable en la actualidad que, aunque los índices de religiosidad, incredulidad, indiferencia y laicismo sean tan reconocidamente elevados y aún pregonados en los aledaños de la Iglesia católica, las sectas se incrementan tanto en su número, como en el de sus seguidores y adeptos. El catálogo nacional e internacional de sectas es perceptiblemente creciente y el listado de quienes de alguna manera se comprometen con sus postulados apenas si tiene frontera.

Expertos en el tema apuntan y comentan al manojo de causas que puedan explicar este fenómeno religioso en el marco de la laicidad tan inclemente que parece definir vida y comportamientos. De entre tales causas ponen el acento en el afán de comunidad y de relación que hoy muchos jóvenes sienten en nuestra sociedad a modo de grave enfermedad y sin que las religiones mayoritarias se lo hayan resuelto. Pese a apariencias más o menos engañosas, y tal vez a la impreparación o indiferencia de sacerdotes, popes, curas, frailes, rabinos, brahmanes y pastores en su variedad de grados y responsabilidades jerárquicas, la nostalgia de lo espiritual y de lo sagrado es otra causa de añoranzas de espacios, doctrinas y trato con personas en las que el alma, y no la técnica, sea su feliz inspiradora. La sensación de marginación que en las iglesias, instituciones y templos experimentan no pocos jóvenes, les insta a buscar territorios, palabras y contacto con personas menos vetustas de cuerpo y de alma. El deseo de hallar más seguridad en un mundo como el actual definido por cambios tan drásticos y radicales que cuestionan las mismas raíces y fundamentos de su propio ser, catapulta a muchos a llamar a las puertas de las sectas para satisfacer su necesidad de equilibrio y de paz. El sentimiento tan acentuado en muchos de frustración experimentado en el trato aún jerárquico con los responsables religiosos de la comunidad a la que pertenecían y en la que se formaron, comprobando la reducida fiabilidad de sus motivaciones sagradas y el desmedido afán de interés y progreso también “de tejas abajo” en el servicio a la institución, les obligó a intentar satisfacer el mundo de sus ideales religiosos con fórmulas distintas a las tradicionales, antes o después de que estas hayan perdido parte importante del capital de valores sobrenaturales vividos e historiados en los tiempos primeros y en rigurosa conformidad y exigencia con su respectivo fundador.

En relación con el tema, es imprescindible actualizar la idea de que el Oriente resultó y resulta siempre fascinante y más cuando el Occidente, con inclusión especial de los Estados Unidos, es considerado y valorado en el contexto de la contracultura antitecnocrática y anticonsumista. Es asimismo provechoso informarse de que los maestros -gurús, líderes, swami, “padres” o “hermanos”- de las respectivas sectas están esmerada y cuidadosamente preparados para tratar y dominar a sus discípulos mediante el uso de las técnicas más convincentes para el logro de sus propósitos que alienten su dedicación y trabajo.

No seríamos consecuentes con los más elementales principios informativos de honestidad si dejáramos de reseñar entre tantas otras cosas que hay sectas objetivamente dañinas, si bien otras carecen de peligro alguno para la salud física o psíquica de sus miembros. Hay que destacar también la sinceridad de sus responsables y fieles, con valores espirituales bien acreditados, en determinadas sectas, a la vez que en otras, con inclusión de sus más cualificados jefes y con el señuelo de la búsqueda de la paz, de la tranquilidad de conciencia, de nuevos e infumables pertrechos para la creación o re-creación de un mundo nuevo o, al menos, mejor, los métodos de los que se hacen uso son ciertamente inmorales. La presión sobre las personas, los lavados de cerebro y la institucionalización del miedo, en su variedad de versiones y motivaciones, llegan a destrozar al individu,o por mucha juventud y claridad de ideas y de intenciones con que hubiera estado pertrechado. Hay constancia de que la exigencia de ruptura familiar y “sacrosantas” intenciones financieras, se ha hecho y se hacen operativas en el desarrollo de no pocas sectas, con deterioro fulminante de la buena y constructiva idea que pudiera haber sido la inspiradora de su fundación y de la decisión de algunos de enrolarse en la misma.

A la Iglesia y demás religiones, así como a padres, educadores, jóvenes y no tan jóvenes, les compete el sacrosanto deber de tener los ojos cuidadosamente abiertos a las sensibilidades fervorosas de sus hijos y educandos, adentrarse en el problema de las sectas dentro y fuera de las instituciones y tomar las correspondientes medidas, algunas de las cuales habrán de incluir cambios importantes en sus comportamientos.
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