Carta pastoral al inicio de curso 2025-2026

«Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas,
echan alas como las águilas,
corren y no se fatigan»
(Is 40,31)
Mirando hacia atrás con gratitud
Justo al inicio de mi ministerio episcopal en Madrid os compartía que mirar al futuro me llenaba de asombro y más en una diócesis fecunda, poliédrica, llena de buena gente en los barrios de sus ciudades y en sus pueblos. La fuente de nuestra admiración no reside en nosotros ni en nuestros pobres logros. La razón última de nuestra esperanza es que, como ocurrió con los discípulos de Emaús, el Maestro ha decidido caminar a nuestro lado y quedarse con nosotros en los atardeceres de nuestra vida. El Año Jubilar, que clausuraremos al finalizar el último trimestre de este año 2025, nos ha centrado en Cristo, la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5).
Comienzo de un nuevo curso pastoral
Acogemos con gratitud este nuevo curso pastoral. Ya en el primer año de mi servicio como arzobispo afrontamos la importancia de «ahondar en la vocación bautismal» de la que participamos todos los creyentes, destacando de manera especial el papel del laicado. Trabajamos la carta pastoral Bautizados para ser peregrinos de esperanza. En segundo lugar, veíamos necesario «acentuar la diocesaneidad», procurando que el Espíritu sea quien armonice nuestra diversidad y que todas nuestras acciones, hechas en comunión, proclamen hasta en los servicios más sencillos la belleza del Evangelio y el alma de la Iglesia. En tercer lugar, destacábamos la «escucha de la Palabra» como brújula segura que impedía perdernos por caminos no siempre fáciles de discernir. Finalmente, tratábamos de «mirar a la sociedad como misión a la que Dios nos convoca». Así, íbamos descubriendo que la misión es más grande que el trabajo que cada uno realiza, que tenemos que actuar y vivir en comunión porque de otro modo ni seriamos Iglesia, ni resultaríamos creíbles.
El curso 2024-2025 insistíamos en estas mismas claves y pienso que deben serlo para un trienio, por lo que este curso que iniciamos persistiremos en ellas y junto con otros acentos que se presentaron ante el Consejo Pastoral Diocesano en el mes de junio y a los que luego me referiré.
Este ha sido también un año en el que hemos alcanzado un objetivo no formulado tan explícitamente, pero que se correlaciona con la participación y la comunión eclesial. Me refiero a la articulación y puesta en marcha de diferentes órganos de corresponsabilidad eclesial, los que contribuyen a crecer en la participación y comunión eclesial. Menciono especialmente el Consejo Pastoral Diocesano, el Consejo Presbiteral, el Consejo Mixto, el Órgano de Asuntos Generales de la Curia, y otras formas de participación de los arciprestes, los delegados y delegadas episcopales, etc. Asimismo, quiero destacar la aprobación del decreto sobre los Consejos Pastorales Parroquiales que deberán estar constituidos en todas las parroquias a finales de este año.
Caminamos juntos y con un ritmo intenso. Ello ha sido posible gracias a los esfuerzos silenciosos de tantos y tan buenos sacerdotes, de consagrados y consagradas, y los demás miembros del santo pueblo fiel de Dios. Dios quiera que todos estos afanes se traduzcan en fecundidad apostólica.
Cristo, fuente y meta
Nunca olvidemos que todo lo que preparamos y hacemos tiene a Cristo como fuente y meta. El encuentro personal con Él, la renovación interior y la perseverancia en la fe son siempre la síntesis de nuestros esfuerzos.
Al iniciar cada curso surgen proyectos, tareas y sueños. Pero todos han de tener un centro claro: el encuentro personal con Jesucristo. De ese encuentro nace la transformación de la realidad que tenemos entre manos, para que el Reino de Dios siga creciendo también a través de nuestro humilde servicio.
Todo debe orientarse a que cada bautizado descubra su vocación y sea acompañado en el camino de conocer, seguir y amar a Cristo.
Una Iglesia que no huye de la realidad
Vivimos en un mundo cada vez más líquido y globalizado, que pide ser comprendido y, al mismo tiempo, amado, porque Dios mismo lo ama y sigue actuando en él. Es verdad que sentimos la tentación de replegarnos, de añorar “las cebollas de Egipto”, mirando el presente con nostalgia o desconfianza. Pero el Espíritu nos invita a otra actitud: no huir de la complejidad, sino afrontarlo con esperanza, con la mirada a lo alto y los pies en la tierra.
Las guerras abiertas en este mundo globalizado no pueden dejarnos indiferentes, especialmente cuando es la dignidad humana la que se pone en cuestión. La indiferencia o el pesimismo no son actitudes cristianas. Es muy importante no olvidar este año la oración continua por la paz en el mundo y atender especialmente los conflictos sangrientos de Tierra Santa y Ucrania. Al mismo tiempo, debemos hacer visibles y pedir por otras guerras olvidadas y tantas injusticias contra la dignidad de la persona en muchas partes silenciadas del planeta.
«Por eso, animaos mutuamente
y edificaos unos a otros, como ya lo hacéis»
(1 Tes 5,11)
La misión, corazón de la Iglesia
Antes que contemplar acciones o proyectos, necesitamos tener la mirada puesta en la misión: evangelizar es la razón misma de ser de la Iglesia (cf. Evangelii nuntiandi 14). Sabemos que el corazón que la mueve es el mismo Cristo que nos ha convocado en comunidad de hermanos al servicio del Reino de Dios.
Esa experiencia de “mirar juntos” significa reconocer que somos llamados personalmente, “vocacionados” a diferentes servicios, pero a una misma y única misión, que siempre tiene naturaleza comunitaria. La comunidad es un rasgo de identidad de la misión y condición esencial para su credibilidad: «que sean uno para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Actuar de manera aislada, como “francotiradores”, no ayuda a la construcción del Reino, cualquiera que sea nuestro papel en la comunidad cristiana.
Caminar en el Espíritu
Los discípulos de Jesús caminamos juntos en el Espíritu. San Pablo exhorta con frecuencia a «caminar según el Espíritu» (Gal 5,16), «de acuerdo con el Espíritu» (Rom 8,4), y nos pide docilidad para dejarnos conducir (cf. 2 Cor 6,6-7). Así, el camino de la comunidad cristiana será siempre el testimonio del amor de Cristo por la fuerza del Espíritu, mientras peregrina hacia la plenitud escatológica en el encuentro con el Señor.
Sin obediencia al Espíritu, que nos saca de nuestras zonas de confort, nos faltará audacia y creatividad para emprender acciones que hagan más accesible a nuestros contemporáneos la experiencia del Dios que se revela en Jesucristo.
El bautismo, fuente de identidad comunitaria
Por eso hemos insistido durante estos tres cursos pastorales en el primer sacramento de la iniciación cristiana. Del bautismo en el nombre de la Trinidad surge la identidad comunitaria de la Iglesia como Pueblo de Dios. Jesús nos reviste de sí mismo y comparte con nosotros su identidad y su misión.
Ya no hay entre nosotros divisiones ni diferencias: «No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28). El Espíritu que se nos ha dado nos hace uno en Cristo y constituye un “nosotros” como Pueblo de Dios.
Dios «quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente como excluyendo su mutua conexión, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa» (Lumen gentium 9).
Incluso la esperanza cristiana es siempre esencialmente comunitaria. El individualismo y el encierro en los propios intereses ahogan la esperanza y nos hacen perder de vista la misión de Cristo y la condición del Pueblo de Dios como sujeto de la historia de la salvación, que prolongamos en nuestra archidiócesis aquí y ahora.
La Iglesia diocesana, comunidad de muchas y diversas comunidades, es el ámbito donde aprendemos a caminar juntos, a darnos la mano, a compartir cargas y a celebrar alegrías. Es en la comunidad eclesial donde la esperanza se fortalece y se hace visible. De manera especial, en la celebración de la eucaristía, «tesoro de la Iglesia, tesoro de tesoros […] que salva al mundo hoy» (León XIV), se realiza la primera y fundamental reunión del Pueblo Santo de Dios, en cuanto «significa y realiza la unidad de la Iglesia» (Unitatis redintegratio 2). Por eso la eucaristía, especialmente la celebrada en el domingo, sigue siendo nuestro centro, nuestra fuente y culmen (cf. Sacrosanctum concilium 10). Eso implica seguir cuidando el Día del Señor como el día principal de la comunidad cristiana.
Un pueblo católico y misionero
El Concilio Vaticano II afirma la catolicidad de este Pueblo que espera: «el único Pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra» (Lumen gentium 13). El papa Francisco profundizó añadiendo que «este Pueblo de Dios se encarna en todos los pueblos de la tierra» (Evangelii gaudium 115).
Camina, pues, junto a todos, compartiendo los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los seres humanos, especialmente de los pobres y afligidos (cf. Gaudium et spes 1). El Espíritu que acompaña nuestro caminar es Espíritu de unidad y, al mismo tiempo, garante de la diversidad. Se ha derramado incluso fuera de la Iglesia visible, que sigue siendo «sacramento universal de salvación» (cf. Lumen gentium 1; Gaudium et spes 45). Por eso, al compartir camino con la humanidad, como los discípulos de Emaús, dialogamos con el Señor e invitamos a que se quede con nosotros, sabiendo que la Iglesia misma «debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (Ecclesiam suam 34).
Pueblo de Dios: sujeto de la evangelización
Este Pueblo de Dios es sujeto del anuncio del Evangelio (cf. Ad gentes 35). En virtud del bautismo, «el pueblo santo participa de la función profética de Cristo, dando testimonio vivo de Él, sobre todo con una vida de fe y caridad» (Lumen gentium 12).
Todos somos protagonistas y responsables en esta Iglesia que existe para evangelizar, porque los sacramentos de la iniciación cristiana nos constituyen en discípulos misioneros. Así lo resume la carta del apóstol Pedro: «Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa» (1 Pe 2,9).
La urgencia del catecumenado
Anunciar esta Buena Nueva exige haber sido iniciado convenientemente en ella y ser capaces de «dar razón de la esperanza». Con este fin, la constitución Sacrosanctum Concilium ordenó restaurar el catecumenado de adultos (cf. n. 64). En esta tarea vamos retrasados. Urge ponernos al día, dadas las consecuencias positivas de su implantación, también con repercusión en el bautismo de niños, como señala el mismo documento. El decreto conciliar Ad gentes recuerda que el catecumenado es mucho más que enseñanza doctrinal: es una formación completa en la vida cristiana, que enseña a orar, participar en la liturgia, dar testimonio y vivir como discípulos de Cristo (cf. n. 14). Así lo expresa el Documento finaldel Sínodo: «…la iniciación cristiana, es decir, el itinerario a través del cual el Señor, por el ministerio de la Iglesia y el don del Espíritu, nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial» (n. 24).
La formación del laicado, un desafío pendiente
En cuanto al desafío de la formación del laicado, el decreto Apostolicam actuositatem ya destacaba la importancia de prepararlo para cumplir adecuadamente su misión en la Iglesia y en el mundo, especialmente teniendo en cuenta que los laicos y las laicas son testigos de la fe en los diversos ambientes donde viven (cf. nn. 28 ss.). Esto es relevante en todos los ámbitos, incluida expresamente la piedad popular (cf. Evangelii gaudium 102 y 70). El Sínodo recoge esta enseñanza al afirmar que «para que el Pueblo santo de Dios pueda testimoniar a todos la alegría del evangelio, creciendo en la práctica de la sinodalidad, necesita una formación adecuada: ante todo en la libertad de hijos e hijas de Dios en el seguimiento de Jesucristo, contemplado en la oración y reconocido en los pobres» (Documento final del Sínodo 141).
Líneas de trabajo común para este curso
Desarrollando estas actitudes de fondo, que serán las que nos movilicen, y tomando como base lo acordado en los diversos consejos y espacios diocesanos, así como las revisiones del curso pastoral pasado, os propongo líneas concretas de actuación para este curso. Desde luego tampoco dejaremos de impulsar los objetivos que a medio y largo plazo se han asumido en cada delegación episcopal.
Previamente, es necesario acoger las propuestas que ofrece el Calendario común diocesano. Este es un primer paso que implica intentar ensamblar los calendarios particulares con los generales. De este modo, evitaremos duplicidades o propuestas que obliguen a elegir entre iniciativas particulares y las de otros espacios de comunión y coordinación pastoral. Un signo de sentirnos familia eclesial será ofrecer a cada comunidad un calendario ordenado donde, sin saturar, se armonice lo particular con lo arciprestal o diocesano, pues todos son espacios de vocación eclesial.
Proponemos estas líneas generales para este año, que requieren del concurso de todos:
- Implantación del catecumenado de adultos
Este curso será clave para implantar el catecumenado de adultos en la diócesis. Este proceso es el paradigma de la iniciación cristiana, conduciendo integralmente a Cristo: inteligencia, corazón y acción.
Aunque las cifras no son tan altas como nos gustaría, no podemos ser ajenos a la realidad del número cada vez más elevado que solicitan el bautismo siendo ya adultos. A ello se suma la experiencia de los que vuelven a la fe después de años de alejamiento total. Por otra parte, tenemos que ser capaces de integrar armoniosamente iniciativas de primera evangelización con procesos de iniciación cristiana que gesten cristianos que vivan gozosamente todas las dimensiones de la fe y cuyo proceso desemboque en una comunidad cristiana en comunión con la Iglesia local. Lo mismo se diga de articular mejor las diferentes realidades y métodos eclesiales que suscita el Espíritu con las parroquias y la Iglesia diocesana para sumar y no restar.
Contamos con un marco diocesano común que permite coordinar esfuerzos. El catecumenado recuerda que todos somos discípulos misioneros, llamados a acompañar con paciencia y ternura a quienes buscan al Señor.
La diócesis garantizará que cada proceso catequético conduzca a un conocimiento profundo de la fe y a una experiencia viva de la Iglesia, y para ello se iniciarán ocho centros piloto para acoger a quienes desean iniciarse en la vida cristiana, preparándolos para el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Sabemos que será un proceso complejo. Algunos querrán hacerlo “como siempre” o movidos por urgencias pastorales. Por ello, inicialmente coexistirán dos ritmos: el habitual y el de los centros piloto que acogerán a quienes sean enviados.
Todas las parroquias tendrán un papel fundamental en el acompañamiento y la vida litúrgica de los candidatos, complementando la catequesis de los centros piloto y participando en las celebraciones en la parroquia y en la catedral.
Es importante identificar a los posibles participantes y animarlos a integrarse, así como explorar la posibilidad de crear nuevos centros en arciprestazgos o zonas y aportar catequistas para ello.
Animará a ello el atender, como línea trasversal, el cuidado y la atención a la condición bautismal de cada cristiano, fundamento de toda acción pastoral. En determinados momentos es necesario detenernos y tomar conciencia de la hondura de este don.
Proponemos para ello:
- Que las predicaciones y catequesis de adultos traten de este tema, especialmente durante la Cuaresma.
- Organizar sesiones formativas y retiros en arciprestazgos, parroquias y grupos.
- Durante la Cuaresma, subrayar la importancia del bautismo y preparar con esmero la renovación de las promesas en la Pascua.
- Formación diocesana del laicado
Con respecto a la formación del laicado de nuestras comunidades y sus agentes de pastoral, debemos aprender de lo que hemos venido iniciando desde hace años. Queremos ofrecer un espacio de formación integral, flexible y que responda a las necesidades de todos.
Esta escuela, entendida en sentido amplio, como proyecto formativo, ofrecerá formación específica para cada vocación, así como contenidos troncales necesarios para todos. Estará articulada en tres niveles. El primero, de carácter más experiencial, presencial e iniciático, centrado en el núcleo de la fe cristiana; el segundo, con contenidos sistemáticos que comprenderán la Sagrada Escritura, la teología sistemática, la liturgia, la espiritualidad, la moral, la doctrina social de la Iglesia, etc. Se podrá seguir en modalidad presencial o telemática, y en diferentes lugares según lo planifiquen parroquias, comunidades y arciprestazgos. Y el tercer nivel que será desarrollado por cada instancia/delegación diocesana y dotará a sus agentes de una formación específica, herramientas prácticas, métodos y procedimientos adecuados a su acción pastoral. Este curso pondremos en marcha un proyecto piloto que nos permitirá comprobar y, en su caso, corregir la idoneidad de la propuesta para que esté funcionando a pleno rendimiento para el próximo curso 2026-2027.
Ante todo, no dejaremos de poner las bases para este paso: es necesario que todos trabajemos con intensidad para despertar el deseo de formarse. Necesitamos cultivar en cada cristiano el anhelo de conocer a Cristo y profundizar en la fe, con humildad para aprender, discernir y vivir como miembro de la Iglesia en cada situación concreta.
Por eso:
- Animaremos a elaborar proyectos formativos por zonas o arciprestazgos que tengan en cuenta las ofertas diocesanas existentes.
- Enviaremos personas a la formación piloto que se establezca este curso en la diócesis.
- Apoyaremos el proyecto LAB Sal de tu tierra para la formación de agentes de pastoral de juventud que ya está en marcha.
- Asamblea Presbiteral
Todos somos conscientes de la importancia de fomentar la cultura vocacional, sobre todo después del congreso celebrado el pasado mes de febrero en Madrid. Por ello prepararemos una Asamblea Presbiteral en la diócesis que se celebrará en el Seminario Conciliar los días 9 y 10 de febrero de 2026. El tema que guiará el encuentro será: «¿Qué pastores necesita hoy Madrid?». Será un momento especial donde nos reuniremos todos los sacerdotes con ministerio pastoral en nuestra diócesis. Están invitados todos los presbíteros de la archidiócesis, «tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los mismos en las cosas que miran a Dios» (Presbiterorum ordinis 3). Conllevará un trabajo previo y otro posterior a la asamblea en el que se quiere contar no solo con los sacerdotes sino también con las comunidades cristianas a las que sirven.
Los vínculos crecen y se fortalecen cuando nos vemos, nos miramos y dialogamos juntos. Seguro que toda la comunidad diocesana asumirá este encuentro como propio, consciente de que toda la Iglesia se hará presente en el mismo a la escucha del Espíritu para discernir qué ministerio ordenado necesitamos hoy y cómo, entre todos, podemos contribuir a edificar este Cuerpo de Cristo del que formamos parte.
Con las propuestas surgidas elaboraremos un marco en el que cada comunidad y cada ministro ordenado pueda sentirse reflejado y posibilite emprender nuevos caminos y fortalecer la identidad sacerdotal, la espiritualidad y la caridad pastoral.
- Impulso de la pastoral juvenil y vocacional
Junto con la Asamblea Presbiteral, dedicaremos otros momentos especiales a la vocación al ministerio ordenado. Tras el Congreso de Vocaciones del año pasado, este año celebraremos la beatificación de los mártires seminaristas de la archidiócesis y la provincia eclesiástica. La preparación de esta celebración involucrará a seminaristas, a jóvenes y al pueblo de Dios. Constituirá una oportunidad para reflexionar sobre la vocación, fomentará la escucha de la vocación sacerdotal, y fortalecerá la fe y la fraternidad comunitaria.
Será necesario informar, acoger y movilizar a cada comunidad para que la participación abarque no solo la participación en el acto, sino también la preparación y el sentido de todo lo que se realice.
- La sinodalidad sigue siendo una línea transversal en la Iglesia universal
Este año será especialmente importante el desarrollo de los diferentes grupos de reflexión sinodal. Al impulsar la vida laical, no olvidamos que los laicos son corresponsables de la evangelización, especialmente en ambientes donde solo ellos pueden estar presentes (familia, cultura, política, economía…). El laicado tiene un papel decisivo y hemos de expresarlo y apoyarlo desde todos los ámbitos de la Iglesia diocesana. No podemos quedarnos encerrados en nuestros propios espacios. Debemos desplegar todos los medios e iniciativas posibles para que los laicos cumplan su misión de iluminar y ordenar los asuntos temporales según Dios (cf. Lumen Gentium 31).
Las parroquias y comunidades deben ser impulsoras de esta vocación y, al mismo tiempo, espacios donde se acompañe y sostenga esta misión, siempre en comunión con toda la Iglesia. La fidelidad a la vocación bautismal nunca es aislada, ni se discierne de manera meramente individual. La escucha mutua, el diálogo, la toma compartida de decisiones y la acogida de cada carisma son la expresión de este “caminar juntos”, no como una estrategia, sino como modo de ser Iglesia.
Por ello:
- Reactivaremos los grupos sinodales que se formaron en etapas anteriores, invitando a recuperar los ya existentes o a crear otros nuevos como espacios de escucha y discernimiento comunitario.
- Se impulsará la revitalización de los órganos de corresponsabilidad, siguiendo el camino que nos marca el Sínodo.
- Planificación a corto y medio plazo y revisión de las actividades pastorales
Planificar puede generar cierta inquietud. Sin embargo, la planificación pastoral no es un plan empresarial ni un mero llenado de papeles, sino una apertura de horizontes, un acto de discernimiento comunitario donde la Iglesia se pregunta: «Señor, ¿qué quieres de nosotros hoy y aquí?». Esto es válido para todas las realidades diocesanas.
Planificar no es solo poner fechas; es partir de la misión evangelizadora, no de la mera conservación de estructuras. Se trata de generar instrumentos de carácter pastoral para ordenar energías, establecer prioridades y verificar la fidelidad al Evangelio en la comunidad, la parroquia, el arciprestazgo y la diócesis.
No podemos olvidar la triada consagrada en el Sínodo: «Transparencia, rendición de cuentas y evaluación», y en la que está comprometida la archidiócesis de Madrid. Por eso, junto a la planificación, es esencial revisar lo que hacemos, no solo técnicamente valorando el cumplimiento de los objetivos, sino evaluando también las actitudes impulsadas, las vivencias de fe y lo que Dios nos comunica mediante los acontecimientos proyectados (cf. Documento final del Sínodo 80). La revisión no es una mera auditoría de tareas, sino un ejercicio de discernimiento comunitario que fortalece la comunión parroquial y diocesana y abre a la acción continua del Espíritu.
Aunque disponemos de poco tiempo, es necesario dejarnos interpelar por la realidad y por el Señor, para que nuestra pastoral no se cierre en lo realizado, sino que se abra al futuro y a lo que Dios necesita de nosotros.
Para ello:
- Los Consejos Pastorales Parroquiales procurarán la planificación de la pastoral en cada parroquia y concretarán su modo de evaluación.
- Los arciprestazgos será los ámbitos donde se comparten las planificaciones de cada parroquia y comunidad que camina en el territorio.
- Las vicarías recogerán los proyectos pastorales y ayudarán a su seguimiento y revisión.
- Afrontar la reestructuración territorial y la creación de nuevos templos
La reestructuración territorial pastoral es una necesidad sobre la que venimos reflexionando todos. Desearía que este curso comience a dar frutos. La Iglesia es un pueblo en camino que necesita escuchar al Espíritu en cada etapa. Reestructurar parroquias, arciprestazgos y vicarías implica preguntarnos cómo servir mejor al Evangelio en un Madrid en crecimiento, más globalizado y con nuevos desafíos pastorales.
No se trata de un mero cambio organizativo, sino de una oportunidad de conversión y renovación espiritual. Como recordaba Benedicto XVI, no se trata simplemente de aplicar modelos sociológicos, sino de abrir caminos para que las parroquias sigan siendo casas vivas de comunión y misión en un Madrid en continuo crecimiento y cambio.
Tres razones fundamentales guían este proceso:
- Misión: que cada comunidad, aunque sea pequeña, pueda vivir y anunciar la fe con alegría y respondiendo a las llamadas concretas que Dios pone delante.
- Comunión: caminar juntos, uniendo fuerzas en equipos y estructuras sostenibles, sabiendo que no todos podemos hacerlo todo.
- Corresponsabilidad: dar más espacio a la vocación y al servicio de laicos, religiosos, religiosas y sacerdotes como miembros de un único pueblo evangelizador.
La participación de todos será fundamental, siempre desde la oración, la escucha y el discernimiento comunitario. Este proceso será un signo de esperanza y un paso hacia una Iglesia más misionera y cercana.
Por ello:
- En el primer trimestre del curso se presentarán las primeras propuestas sobre el establecimiento de unidades pastorales y rectificación de límites parroquiales o de arciprestazgos.
- En el segundo trimestre se presentarán las propuestas de restructuración de las vicarías territoriales y los modos de respuesta a adecuada a las nuevas realidades sociológicas, sobre todo considerando las zonas de expansión.
- Tenemos que plantear una mayor y mejor atención a la zona rural y la sierra de nuestra archidiócesis.
- Todo esto supondrá un nuevo estudio de reestructuración del clero y la revisión de la dedicación efectiva de los sacerdotes según las nuevas necesidades.
8. Revisión de los Consejos Pastorales Parroquiales a la luz de las pistas ofrecidas
Supuesta su efectiva puesta en marcha en toda la archidiócesis para finales de este mismo año, revisar el funcionamiento de los Consejos Pastorales no es un trámite administrativo, sino un ejercicio de fidelidad al Espíritu y de comunión. La Iglesia nos invita a hacerlo para que estos consejos sean verdaderos espacios de encuentro, discernimiento y corresponsabilidad.
La sinodalidad no es una teoría, sino un modo de ser Iglesia. Se trata de escuchar a todos, abrir espacios de diálogo sincero, dejarse interpelar por la realidad y buscar juntos lo que el Señor nos pide hoy. Un Consejo Pastoral revisado de esta manera se convierte en lugar donde el laicado, consagrados y consagradas y sacerdotes y diáconos comparten la misión, aprenden a escucharse y a caminar juntos.
Se propone revisar el funcionamiento de los Consejos Pastorales con tres actitudes:
- Escucha: dar voz a todos, especialmente a quienes menos se sienten escuchados.
- Discernimiento: evaluar la vida de la parroquia a la luz del Evangelio y las prioridades diocesanas.
- Conversión pastoral: no temer cambiar estilos, ritmos o estructuras para que la misión sea más fecunda.
Así, los Consejos Pastorales y Económicos seguirán siendo signo de una Iglesia que camina unida, guiada por el Espíritu y que busca servir al Reino en Madrid con alegría y esperanza.
Para ello:
- Se estudiará en cada consejo el Decreto sobre los Consejos Pastorales Parroquiales (junio 2025).
- Cada párroco “pondrá al día”, si no se ha hecho ya, el funcionamiento de cada consejo, su planificación y distribución de responsabilidades y servicios.
- El arciprestazgo será el espacio de animación, puesta en común e impulso de la coordinación pastoral no solo por medio de los sacerdotes, sino también con el concurso del resto de los miembros de los consejos.
Conclusión
Todo lo que hemos señalado son caminos que nacen del Evangelio y que quieren ayudarnos a vivirlo en Madrid con fidelidad y alegría. Pedimos a Dios confianza, apertura, paciencia, audacia y fraternidad.
Con la alegría de un corazón que se sabe peregrino os invito a afrontar con ánimo renovado este último tramo del Jubileo de la esperanza que no defrauda. Solo Cristo nos pone en pie a pesar de nuestras flaquezas, pecados y cansancios; solo él nos hace soñar un mundo nuevo, un mundo más justo y más humano. Él, y no nuestro voluntarismo, es el motor que nos impulsa a salir al encuentro de los demás. Su amor, y no la simple filantropía, es el que nos impulsa a acompañar a los heridos, a consolar a los que sufren, a curar las heridas de la soledad y del abandono, a practicar la hospitalidad y a seguir anhelando la paz en tantos lugares del mundo en los que tristemente es machacada sin piedad.
Nuestra Iglesia de Madrid está llamada a ser un oasis de esperanza en el corazón de nuestras ciudades y pueblos. No nos encerremos en nuestras parroquias o en nuestras pequeñas seguridades comunitarias. Salgamos juntos a la calle, a los barrios, a los lugares donde la vida duele, donde la esperanza se ha perdido. Salgamos para ser testigos de la alegría del Evangelio. Seamos una Iglesia con los brazos abiertos. Abramos nuestras puertas a los demás, sin juicios ni prejuicios. Y en este peregrinar, llevemos el consuelo de Dios a quienes experimentan la soledad y la ausencia de rumbo para que experimenten con nosotros la certeza de la esperanza cristiana que no defrauda.
Que Nuestra Señora de la Almudena, estrella de la esperanza que resplandece ante su pueblo, nos guíe y nos acompañe. Que su “sí” al plan de Dios nos inspire a confiar y a caminar según el Espíritu.
Con mi afecto y la bendición del buen Dios, os deseo un feliz y fecundo inicio de curso pastoral.
+ Jose Cobo Cano
Cardenal arzobispo de Madrid