Feliz cumpleaños, Santo Padre.

Parece que Benedicto XVI los lleva de un modo muy aceptable. Cuando su antecesor tenía esa edad estaba mucho más deteriorado. Y estaba a punto de cumplir los ochenta y cinco cuando partió a la Casa del Padre. Tras una vida mucho más probada y agitada que la del actual Santo Padre.
Da la impresión de que el actual Pontífice se prodiga mucho menos y se cuida mucho más que su antecesor. Sus viajes son más escasos y menos intensos. Al regreso de los mismos se toma unos días de descanso. Por supuesto que absolutamente merecido y necesario. Con todo ello, y posiblemente gracias a ello, me parece verle, aunque tal vez en eso influya mi deseo, en mejor forma que cuando hace ahora cuatro años asumió la sucesión de Pedro. Está más firme, domina ya el escenario, da la sensación de que ya se siente Papa. Porque al principio parecía como asustado de la inmensa responsabilidad que había recaído sobre su persona. Apenas se le ve ya aquella mirada como de temor e inseguridad que tantas veces captaban las cámaras de televisión. Sigue caminando con esos pasitos cortos y rápidos tan distintos a los firmes y poderosos de Juan Pablo II antes de sus últimos tiemppos. Y sus saludos continúan siendo tímidos. Pero es que él debe serlo. Hoy, dentro de la levedad se ven gozosos. El Papa se ha impuesto al cardenal Ratzinger. Creo que podemos regocijarnos todos ante su excelente aspecto. Que el Señor nos lo conserve así mucho tiempo. Y ese gesto de sus ceremonieros que ahora se repite cada vez que tiene que subir o bajar escaleras ayudándole de modo casi imperceptible parece más una precaución que una necesidad.
Tenemos pues un excelente Pontífice y en muy buena forma para su edad. Incluso llama la atención su blanca y abundante cabellera. Ya la quisiéramos muchos bastante más jóvenes. Y se ve que no es partidario de hacer trabajar mucho al peluquero vaticano.
Pues en este día de su ochenta y dos cumpleaños quiero dejar constancia en el Blog de mi amor y del de muchísimos de los lectores del Blog al Padre común de los fieles. Amor de hijos. Con todo lo que eso significa. En el corazón de los católicos está el Papa. Que hoy es Benedicto XVI. Estoy convencido de que no se puede ser católico sin amar al Papa. Y sin amarle como Padre. Por eso no creo en la catolicidad de los que le odian. Y manifiestan ese odio todos los días.
Ningún hijo piensa que su padre o su madre son perfectos. Pero que no se los toquen. Muchas madres no serán grandes cocineras pero queda muy mal el hijo que cada vez que habla de su madre lo único que manifiesta es que sus comidas son malísimas. O el que en cada conversación refiere a todos lo analfabeta que es su madre y como se avergüenza de ella cuando habla. O que cuando pasea con su padre no se atreve a presentárselo a los amigos porque le da vergüenza su modo de vestir.
Evidentemente no es el caso de Benedicto XVI pero esa es la actitud con él de algunos de sus hijos. Todo lo hace mal, es una calamidad para la Iglesia. La lleva a la ruina... Y la mayoría de los que así se expresan son sacerdotes o religiosos. Y la Iglesia no es el Papa sino ellos.
Yo lo tengo muy claro. Si alguno de mis hermanos de sangre cada vez que hablaran de nuestra madre fuera para ponerla verde, en mi casa y delante de mí no iban a hacerlo. Porque no se lo permitiría. Ni ellos me lo permitirían a mí.
El odio al padre está en los libros de psiquiatría. Y ese hipercriticismo al Papa tiene muchísimo de odio. Hoy es un día para darle gracias a Dios por el Papa. Y para hacer llegar al Papa nuestro amor. Que el Señor le conserve y vivifique, le haga feliz en la tierra y no le entregue a la voluntad de sus enemigos. De los enemigos de Dios y de su Iglesia y de los que, diciéndose católicos, y mintiendo, son igual de enemigos y más peligrosos. De las puertas del infierno, líbranos, Señor.