José Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara.

A mí José Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara, no me cae simpático. No es ningún secreto porque lo he manifestado muchas veces. Ello no responde a un sentimiento visceral e irreflexivo sino a la historia de este obispo como auxiliar de Oviedo, secretario de la Conferencia Episcopal y ordinario de la diócesis castellano manchega.

Amigo de Setién y de Yanes, apoyo de Gabino en sus peores días como arzobispo de Oviedo, es uno de los obispos más significados de aquella triste etapa de la Iglesia española en la que todo se desmoronaba. Pero cambiaron los vientos y quien se prometía destinos mucho más elevados quedó olvidado por las Alcarrias.

Acaba de celebrar sus bodas de oro sacerdotales en medio de un entusiamo muy descriptible. Por escaso. Toma la noticia de RD que a su vez la recoge de una publicación local.

Buscó para el evento una iglesia modesta. Tan humilde él. Pienso que sobre todo fue por cálculo de asistentes. Que se perderían en las naves de su catedral de Sigüenza. Ciudad por otra parte muy pequeña y poco afecta al obispo después de haber hecho almoneda con ella.

Pues en la capilla del seminario menor, donde se podría dar sensación de lleno. Allí estaba "un nutrido grupo de venerables purpurados": Pues ni nutrido ni purpurados. Vale grupo aunque mejor cuadraría grupito. Lo de venerables no voy a comentarlo. Me vale como licencia poética.

Aunque el periodista local no tenga idea de casi nada allí purpurados sólo había uno: el cardenal arzobispo emérito de Toledo Don Francisco Álvarez Martínez. Con lo que ni llegaba a formar grupo. Y con él, además del que celebraba las bodas de oro, cuatro obispos. Los de Cuenca, Albacete y Ciudad Real, sufragáneos de Toledo como Sánchez, y el seguntino Don Juan José Asenjo, obispo de Córdoba. Seis mitras en total y entre ellas una sola púrpura.

Setenta sacerdotes. Parecen bastantes. Pero la diócesis debe tener unos doscientos cincuenta entre sacerdotes seculares y regulares. Tampoco por tanto para echar cohetes. Fueron muchísimas más las ausencias que las presencias.

Un hermano del obispo, antes de que concluyera la misa, dirigió una laudatio a quien celebraba las bodas de oro. "Un discurso repleto de anécdotas y de buen humor que fue visiblemente celebrado por el homenajeado". Con esto termina el periódico local. Lo que sigue me lo ha referido uno de los presentes. Evidentemente yo no estaba allí.

El informante me dice que el hermano dijo que el obispo era cojonudo. Pues que quieren que les diga. No me parecen palabras propias en una misa. Pero tampoco voy a escribir un tratado De correctione rusticorum.

Y después hurgó en la herida que sangraba. La Iglesia no le quiso para más elevados puestos. Ella se lo perdió. Porque ante una lumbrera como ésta que se quiten todos los que están. Más o menos.

Se va, ya queda poco, José Sánchez, no "arropado" por la Iglesia diocesana. Más bien contando los días que faltan para que presente la renuncia.
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