Soy Legionario de Cristo.

Yo apenas he tenido conocimiento de los Legionarios. Creo que en una ocasión hablé con un sacerdote mejicano y no me pareció una lumbrera. Otra vez coincidí me parece recordar que con un sacerdote y un novicio o estudiante que lo ha dejado y por lo que me ha dicho recientemente en un correo no guarda buen recuerdo de aquello. Últimamente he tenido trato con algunos seglares de Regnum Christi que me han causado excelente impresión. Bastante poco pues en cuanto a conocimiento directo. Todo lo demás lo conozco por lectura.
En días de hundimiento vocacional los Legionarios no eran una excepción, eran un fenómeno de crecimiento. Se multiplicaban año tras año como las flores en primavera. Eran algo admirable. En eso comenzaron a llegarme noticias de un comportamiento infame de su fundador, el padre Maciel. Pensé que eran calumnias como las que tuvieron que sufrir otros santos fundadores. Hasta que la decisión de Benedicto XVI me convenció absolutamente de que estaba equivocado y de que el religioso mejicano era un canalla y un maestro en el arte de la hipocresía.
Me pareció ejemplar la reacción de la congregación religiosa que, pese al durísimo golpe, dieron muestra de una absoluta eclesialidad. Ellos eran de la Iglesia, no de Maciel. Y al servicio de ella estaban. Algunos pensaron, seguro, que se trataba de una dura prueba que Dios les mandaba y que con el tiempo quedaría impoluta la virtud del fundador. Y las vocaciones siguieron afluyendo y el número de los Legionarios aumentando.
Hoy, ante un nuevo episodio de la corrupción del P. Maciel, en la que cuesta trabajo creer por lo desaforada pero que desgraciadamente es ciertísima, la congregación por él fundada sigue reaccionando perfectamente y ha asumido sin paliativo alguno la depravada condición del fundador.
No cabe duda de que los Legionarios de Cristo no podrán contar nunca en sus cimientos con un Ignacio de Loyola, una Teresa de Jesús, un Domingo de Guzmán, un Juan Bosco o un Antonio María Claret. En su origen no estará la santidad sino el pecado. Y en sus aspectos más repugnantes. Pero lo que le mancha a él no debe manchar a sus hijos. Esas maldiciones bíblicas no son inapelables. Todos hemos conocido a hijos excelentes de padres malvados y a hijos malvados de padres excelentes.
Bueno sería recordar en estos momentos por ejemplo al fundador de los capuchinos. Y su orden ha dado muchísima gloria a la Iglesia. Ojalá ocurra lo mismo con los Legionarios pese al desgraciadísimo caso de Marcial Maciel.