Llanto por un millón de inocentes.

Hoy se amontonan las noticias así que vais a permitirme que me exceda en en los artículos que aparezcan en el Blog. Y el de ahora me es especialmente doloroso escribirlo.

Un obispo de los que he llamado bollicaos llora por un millón de niños asesinados en el vientre de sus madres. Lo de Herodes fue una nonada comparada con la matanza de inocentes de hoy. Sólo en España. Si la extendemos al mundo, la atroz matanza de judíos por los nazis sería una pequeña parte de esta que hoy nos recuerda, tan bien y tan alto, el obispo de Tarrasa, Don José Ángel Saiz Meneses.

El egarense ocupa el quinto lugar entre los obispos de menos años de España. Apenas son más jóvenes que él monseñor Munilla, obispo de Palencia, monseñor Benavent, obispo auxiliar de Valencia, monseñor Berzosa, obispo auxiliar de Oviedo y monseñor Casanova, obispo de Vich. Lo mejor de nuestro episcopado. Claros, sencillos, valientes, próximos... No quiero decir que no haya otros excelentes obispos entre los que tienen más años, que afortunadamente los hay, pero los bollicaos son guay del Paraguay. Y con sus mismos años, o casi, Don Jesús Sanz, de Huesca y Jaca, Don Demetrio, de Tarazona, monseñor Catalá, de Alcalá de Henares, Don José Manuel, de Teruel y Albarracín, monseñor Zornoza, auxiliar de Getafe...

De monseñor Benavent, auxiliar de Valencia, que sólo cede en edad ante Don José Ignacio Munilla, no tengo ninguna referencia. Pero quiero suponer que es tan excelente como todos los de esa hornada. Tenemos una juventud episcopal espléndida. Ellos van a ser quienes levanten esta Iglesia antaño tan gloriosa y hoy tan inane.

En el día de los Santos Inocentes, asesinados miserablemente por quien quería matar a Jesús Niño, bautizados en la sangre sin saberlo, Don José Ángel nos recuerda a los millones de inocentes que también han sido asesinados en nuestros días por los nuevos Herodes. Pero hoy es todavía más incomprensible la tragedia. Porque aquellos ojitos de recién nacidos, aún sin vista, de haber podido ver sólo se habrían encontrado con unos rostros desconocidos de unos soldados que les acuchillaban. Si los Santos Inocentes de hoy pudieran ver el rostro de quien rasgaba sus cuerpecitos diminutos hasta quitarles la vida, habrían reconocido las caras de sus madres.

Aquel que salvó la vida huyendo a Egipto se cargó todos los silogismos, todas las elucubraciones y hasta todos los Limbos. Los que murieron por Él, cuando querían acabar con Él, son los Santos Inocentes. Las almas más blancas de todas porque, salvo el original, no conocieron pecado. Hoy hay ya millones y millones de Santos Inocentes rodeando la gloria de Dios. Cantando sus alabanzas. Felices eternamente. Sus pequeños cuerpos desgarrados, el injusto y cruel dolor de ese momento, fueron el camino directo al cielo. Hoy ya no recuerdan el desgarro y el dolor. Hasta lo bendicen.

Ojalá esa bendición ablande el corazón duro de quienes les asesinaron. Y seguro que todos están pidiendo a Dios por sus mamás. Con un inmenso amor hacia ellas. Con un amor que ellas no les tuvieron. Las madres abortistas tienen, ante Dios, el amor de sus hijos abortados. Aunque no se lo merezcan. Que no se lo merecen.

Gracias monseñor Saiz Meneses. Por su claridad. Por su verdad. Por su protesta. Por ser obispo.
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