Lo de Murcia explota cualquier día.

El artículo del delegado episcopal retrata la actitud de Don Juan Antonio Reig y refleja la desolación de la diócesis ante "el verdadera vendaval que la está azotando".
"Muchos nos preguntamos, ¿qué problemas tenía Don Juan Antonio con la diócesis de Cartagena? El testimonio de casi todos es unánime: es un obispo fiel al sucesor de Pedro y a su magisterio, cariñoso con todos, cercano a los sacerdotes, enamorado de nuestra tierra y sus tradiciones, impulsor incansable de iniciativas, sobre todo en lo que se refiere a las vocaciones sacerdotales y, en general, a la formación de los seglares, incansable defensor de temas tan cruciales como la familia y la defensa de la vida. La lista podría ser interminable. Por eso muchos nos preguntamos ¿qué problemas tenía con la diócesis el que hasta ahora ha sido nuestro obispo? ¿Se considera suficiente tres años y medio para justificar su cambio?
Estas preguntas, u otras parecidas, se las hace gran parte de la sociedad murciana. Y la respuesta, desgraciadamente, se orienta por otros caminos que no satisfacen ni tranquilizan a nadie. Porque, con la marcha de Don Juan Antonio, ¿se han despejado todos los interrogantes? Mucho me temo que no; más bien surgen más preguntas todavía, que no tienen precisamente como componente el bien de las almas".
Con muchísima prudencia, diría incluso que con delicadeza suma, Don Francisco Rubio Miralles insinúa el grave problema que subyace en el traslado a Alcalá de Henares del obispo de Cartagena. Y nos presenta, con exactitud, la ejemplar respuesta del obispo:
""En estos momentos dolorosos, humanamente hablando, para él, nos ha dado un ejemplo nítido de ser un "hombre de Iglesia": ha sabido dejar a un lado sus legítimos intereses personales y los ha sacrificado en bien de lo que creía los derechos de su Diócesis; ha buscado la verdad sin ponerle precio; ha sufrido, durante meses, en silencio y soledad, ha obedecido, con delicadeza y prontitud. Fruto de su actitud, verdaderamente evangélica, ha sido contar, como hace mucho no se conocía en nuestra Diócesis, con la unidad y el apoyo de sus sacerdotes y de la gran mayoría de los fieles que, con verdaderop sentido de la Iglesia, le han acompañado con su oración y cariño y sufren desconcertados, pero fieles a la comunión eclesial, el dolor de su obispo".
Creo que un hombre de Iglesia no podía expresar mejor los sentimientos de su corazón dolorido respecto a su obispo. No hay protesta ni rebelión. Sólo dolor, lágrimas y cariño. Se va un obispo amado y sus hijos lloran. Aceptan pero lloran.
El artículo de hoy en La Opinión es ya otra cosa. Lo escribe una periodista y naturalmente tiene otro estilo. No hace Iglesia. Simplemente informa. Y esas informaciones, que quiero suponer contrastadas, no lo sé, son muy preocupantes. Y tal vez expliquen lo que ha sucedido. Que, si antes de saber esto no me gustaba nada, ahora todavía menos.
El titular ya dice mucho: "Mendoza dio grandes sumas a los obispos que le encumbraron". Y se precisan la suma y los obispos: "La Universidad Católica San Antonio entregó entre 1998 y 2002 más de 190.000 euros en concepto de donaciones ligadas a Manuel Ureña y Antonio Cañizares". Más de treinta millones de pesetas a dos obispos es mucho dinero y mucho regalo. El periódico dice que ha tenido acceso a un documento interno de la Universidad Católica de Murcia que pormenoriza una serie de donaciones que alcanzan sumas verdaderamente impresionantes. Nada menos que un millón cien mil euros en cuatro años. 184 millones de pesetas. ¿Sirvieron para ganar voluntades? ¿Explica eso lo que ocurrió?
Tengo el pálpito, porque ya he visto esa estrategia en otras ocasiones, de que en días sucesivos vamos a asistir a la publicación pormenorizada de tantas generosidades en La Opinión. No tengo nada que objetar a que un católico de muy notable posición económica entregue a la Iglesia parte importante de sus beneficios. Es más, me parece digno de encomio. Ojalá hubiera muchos ricos así. Pero visto el problema y su desenlace tal vez encontremos ahí la explicación de muchas cosas. Que no me gustan nada. Ojalá me equivoque y los euros no hayan servido para comprar conciencias.