El amor fraterno y el odio a la Iglesia.

Aunque tal vez este artículo debiera aparecer en lo de Entrevías la limitación de caracteres obligaría a cortarlo. Y pienso también que tiene entidad propia como para dedicarle un espacio independiente.

Algún comentarista, de esos de los que desde la primera línea se percibe de que pie cojean, nos reprocha nuestra falta de amor fraterno, amor de cuya administración son exclusivos detentadores. Ellos tienen muchísimo. Los demás, "asegún". "Asegún" a ellos se les ocurra. Yo, por supuesto, ninguno.

Ha habido otros comentaristas que les han puesto las peras a cuarto y les han retratado. Comparto todo lo que han dicho, y dicho tan bien. Yo me limitaré a glosarlo algo más.

En primer lugar no admito a nadie, del rey abajo, ninguno, y en este caso el rey es mi confesor, juicios sobre mi amor a Dios y a los hermanos. Quiero decir juicios que me afecten porque el derecho a decir bobadas no se lo niego a nadie.

Ni un obispo, ni el mismísimo Papa pueden juzgar de mi amor. Porque lo desconocen. Podrán juzgar negativamente mi estilo, mis palabras pero no mi amor. De lo interno, ni la Iglesia. Pues si ni la jerarquía eclesiástica puede entrar en eso, que lo hagan tres mindundis, cómo para que me vaya a preocupar lo más mínimo.

Después viene lo de que hay que amar y como. Las palabras, tan claras, resulta que no lo son tanto. Amáos los unos a los otros como yo os he amado.

Indican mucho más un camino que una obligación exacta. En primer lugar porque nadie puede amar como Dios. Infinito en todo y, por supuesto, en el amor. Y algunos, quiero decir que la mayor parte de los católicos, tienen la absoluta certeza de la divinidad de Cristo. Hay por supuesto quien no la tiene, o parece que no la tiene, y escribe libros diciéndolo. O se cree lo que esos libros dicen. Quien puede y debe termina manifestando, tarde muchas veces, que esa no es la doctrina católica. Y, curiosamente, los mismos que dicen que yo no amo sostienen también que el Papa y los obispos en comunión con él, tampoco. Pues ni que decir tiene que prefiero mil veces esa compañía, católica, que la de estos chiquitos y chiquitas que se creen saben todo y todo lo ignoran.

Si vamos a lo de Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo tampoco se nos aclara del todo la cuestión. Lo de Dios se puede entender pero ¿cómo tienen que amar a los demás los que se aman poquísimo a sí mismos? Aún cabría, buscando segundad derivadas, entender amor grande a uno mismo en aquel santo que causa a su cuerpo terribles mortificaciones, o el del que entrega su vida, como San Maximiliano Kolbe, para salvar a otro. E incluso en bomberos que entran el el fuego y muchas veces no salen por rescatar vidas o quien se arroja al mar embravecido para intentar salvar a un náufrago. Pero ¿cómo tendrán que amar al prójimo quien es ya un despojo humano por el alcohol o la droga o quien convertido en bomba humana explota entre una multitud?

El prójimo muchas veces no es nada amable. Son muchas las ocasiones en que repele. Si no crees firmemente que es hermano tuyo, redimido por la Sangre de Cristo igual que tú, sería como para decir: yo me bajo en la próxima parada y ahí te quedas. Sin la convicción de que Dios es el Padre de todos y que Jesucristo murió por todos no se entiende por que has de amar hasta a los enemigos.

Además el amor es compatible con muchas conductas que podrían tener una apariencia de desamor. Nadie diría que una madre no ama a su hijo aunque le castigue o reprenda una travesura. Y el amor fraterno sería cosa de locos si impidiera que el asesino o el pederasta fueran a la cárcel.

A lo nuestro. Hay una serie de normas, de creencias, de usos que se tienen que respetar para que sea posible la convivencia. Nadie pensaría que falta al amor fraterno el partido socialista o el popular si un militante del primero publicase artículo tras artículo diciendo que Zapatero es un imbécil y el bueno es Rajoy o uno del segundo que el imbécil es Rajoy y el bueno Zapatero, cuando le expulsaran. Ni los militantes que poniendo los hechos en conocimiento de las autoridades del partido reclamaran su expulsión.

Ni los que piensan que los terroristas deben cumplir sus penas, los maltratadores de mujeres castigados o los pederastas puestos a buen recaudo.

Pues, la Iglesia es lo que es. A unos les gusta y a otros no. A nadie se le obliga a pertenecer a ella, a creer en sus dogmas, a cumplir sus mandamientos. Quien se sienta a disgusto, que se vaya. Lo que no es de recibo es dinamitar sus creencias, su moral, su autoridad y como te censuren, te aperciban o te expulsen vengas con la matraca de qué poco amor fraterno me tienes. ¿Y vosotros a nosotros? ¿O eso del amor es sólo unidireccional?

Yo creo que hay un grupo, muy contado, con nombres y apellidos, al que nadie les ha echado de la Iglesia. Se han ido ellos. Aunque, curiosamente pretenden que ellos son la única Iglesia y que quienes estamos fuera son el Papa, los obispos y la inmensa mayoría de los fieles. Que tienen el absoluto derecho a hacer y decir lo que les da la gana y los demás ni rechistar. Pero, ay del Papa, los obispos y los demás católicos, como rechistemos. No somos católicos porque no tenemos amor fraterno.

Esta ley del embudo es inútil que nos la queráis vender porque no vamos a comprarla. Si vosotros reclamáis el derecho de hacer y decir lo que os dé la gana por lo menos la Iglesia tendrá el mismo. Y es evidente, por otra parte, que yo lo ejerzo. Con el añadido de que yo no me invento nada. Repito lo que la Iglesia cree y enseña.

Estoy convencido de que tenéis los días contados. Cada vez son menos los apoyos. Unas organizaciones fantasmales sin apenas miembros, algún teologuillo secularizado o censurado, o ambas cosas a la vez, y unos cuantos ateos y enemigos declarados de la Iglesia. Ah, y ayer he visto que contabais con el amor fraterno del señor Zerolo. Pues como para echar cohetes.
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