Se repite exactamente la historia de Díez Alegría. Es decir, nos vuelven a tomar el pelo. Como si quisieran hacer buenas en pleno siglo XXI las insidias antijesuíticas de los siglos XVIII y XIX. La hipocresía, la doblez, el engaño, la restricción de conciencia, la falsedad...
Castillo, como en su día el asturiano Díez Alegría, era un problema para la Compañía de Jesús. Ambos escribían o hablaban y protestas a Roma y de la curia papal a la jesuítica. Que se veía obligada, con gusto o disgusto, pienso que mucho más con disgusto, a coartar publicaciones.
Pues el asturiano descubrió la solución maravillosa. Digo que no soy jesuita y la Compañía me acepta la exclaustración. Así escribo lo que quiero y nadie se lo puede reprochar a la Orden. No es uno de los "nuestros".
Pero eso estaría muy bien si Díez Alegría y Castillo hubieran dejado de verdad la Órden ignaciana. Si hubieran cogido sus trastos y sus libros y se hubieran ido a vivir a un piso cuyo alquiler pagaran ellos así como la luz, el teléfono, la comida...
Me hubiera parecido bien que en ambos casos si la economía de los que se fueron no les permitiera vivir dignamente su ancianidad, la Orden les pasara una cantidad que resolviera sus problemas.
Pero al parecer no hay nada de eso. Siguen viviendo en la casa en que vivían, atendidos en ella como cualquier otro jesuita de la misma, seguramente hasta en la misma habitación que ocupaban antes de irse. Pues ya me dirán de lo que se fueron. De nada. Todo parece una pantomima para engañar a quienes se dejen. Yo no.