La desaparición del Vaticano y otras desapariciones.

Julio Lois, un sacerdote gallego actual presidente de la Asociación de teólogos Juan XXIII, perdón, y de teólogas, ¡qué sería de la JXXIII sin las teólogas!, es uno de los dinosaurios más jovencillos del Parque Jurásico. Sólo tiene 72 años. Un chaval.

No recuerdo ahora los nombres de todos los que ostentaron la presidencia de tan juvenil Asociación que sin duda será el mañana de la Iglesia católica. Creo que lo han sido Díez Alegría y Miret, ambos nonagenarios, y Casiano Floristán, ya fallecido. Al lado de estos Lois es casi un adolescente. Como si comparamos al Dúo Dinámico con Imperio Argentina. Pero, aun así, el Dúo es ya arqueología. Pura nostalgia.

Pues esta reliquia de un pasado que se resiste a morir, aunque esté más acabado que Ortega Cano en los toros, sostiene que el Vaticano debería desaparecer. Y también los nuncios. Pues mire usted, Don Julio, proponiendo esa última desaparición ya me cae usted más simpático. Porque hay algunos nuncios que si desaparecieran ganaríamos todos. No voy a decir cuales pero algunos los hay.

Le ha tocado a Don Julio hablar de otra desaparición en lo que es el pan de estos de todos los días. Pero ésta no era un deseo inalcanzable como las otras sino una triste realidad. Ya no me acuerdo si me hice eco en su día, el pasado septiembre, de la desaparición de otro que en verdad era un dinosaurito. Sólo tenía sesenta y ocho años. Apenas uno más que yo.

Jesús Burgaleta fue clónico de todos estos. Se opuso a todo, firmó todo, fracasó en todo. Y como Dios marca las horas un día se fue. Como tantos otros de la troupe. Aunque él en años más jóvenes.

De los de siempre ya hay muchos más allá que aquí. Y bien sabe Dios que el allá se lo deseo bueno. Cuando me llega una de esas noticias, tantas últimamente, lágrimas no derramo. Pero pido al Padre que extreme su misericordia con ellos. Igual que cuando entierro a un amigo aunque en estos casos pueda llevar los ojos nublados del afecto.

Estamos asistiendo al crepúsculo de los dioses. Quienes fueron tanto se van en medio de la indiferencia general. Sólo les lloran sus amigos que cada vez son menos. Y los próximos años van a ser trágicos. Llegará un día, pronto, en que al último no va a acompañarle nadie al cementerio. Porque ya no habrá nadie. Tal vez, si le sobrevive, en algún caso, su mujer. Triste acompañamiento sacerdotal. Aunque no dudo que personalmente muy sentido.

Algunos se enfadarán conmigo. Estoy seguro. Pero por contar lo que está pasando. Por referir su fracaso, su inmenso fracaso, su sin mañana.

Como final, volviendo a Lois, algo que sigue teniéndome perplejo. De mi cardenal he hablado mucho y soy tachado de incondicional suyo. Creo que tenemos en Madrid un gran arzobispo a quien debemos muchísimo. Lo he dicho infinitas veces. Pero es tan gallego que en ocasiones yo, que en galleguismo no me considero un aprendiz, no termino de enterarme si sube, baja o levita.

Lo del Instituto de Pastoral de Madrid, adscrito a la Salmantina, me parece de cum laude. Igual que lo de Comillas. San Dámaso y la nada. La nada para los otros. Y la primavera ha venido sin que ninguno sepamos exactamente como ha sido.

Pero queda otra cuestión que uno no termina de entender. Seguramente porque Vigo es la periferia y muy próximo a Portugal, no falta algún bobo que se considera muy inglés, y Villalba es Galicia pura y dura. Galleguismo absoluto.

Pues, desde todas mis deficiencias galaicas sigo sin entender Entrevías y que Lois sea coadjutor de otra parroquia en Vallecas. Es más que seguro que porque soy mucho más corto que el cardenal. Pero entenderlo, no lo entiendo.
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