La despedida del obispo de Segovia.

Un amable comentarista estuvo ayer en la despedida de Luis Gutiérrez. Tal como nos lo habíamos imaginado. No fue nadie a decirle adiós. Estaba claro que cuando se buscó como marco para el adiós la capilla del Santísimo es que estaban seguros de que irían cuatro gatos.

Trescientas personas. Supongo que por lo menos habría unos cincuenta sacerdotes. Porque si ya no fueron ni ellos pues para que seguir. Y unas cuantas monjitas. Porque esas van a todo.

Alguno ha dicho que soy cruel. Soy verdadero. Y las verdades muchas veces escuecen. Si el hecho no tuviera más trascendencia cabría ser compasivo y no hacer leña del árbol caído. Pero todas estas cosas tienen muchas enseñanzas. Que conviene conocer. Para bien de la Iglesia. Los obispos pueden irse como Don Marcelo o monseñor Pérez y Fernández Golfín. Rodeados del amor de su pueblo agradecido y emocionado. O como Don Miguel Ángel Araujo o Don Luis Gutiérrez, olvidados de todos.

Y conviene que quienes hoy tienen ese cargo sepan que según sean van a tener un adiós u otro. Porque muchos todavía están a tiempo de imitar a unos u a otros. Y si no se les dice pues hay quienes no se enteran. La despedida del obispo de Segovia fue tristísima. Tan triste como su episcopado. Ojalá no volvamos a ver desafectos semejantes.
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