Si os empeñáis seguimos con Vilaplana.

Esto nunca sabe uno por donde va a derivar. Pero, por supuesto, la deriva es la que vosotros queráis. A veces toca uno un tema que le parece muy importante y apenas tiene eco. Otras cuenta una anécdota puramente local y se desbordan los comentarios. Acaba de ocurrirme con Málaga y Santander. Pues, lo que os guste.

Monseñor Vilaplana, todo lo simpático que queráis, acogedor, próximo, chistoso, evangélico, modelo de obispos, alto, guapo, con pelo..., lo que se os ocurra, ha sido objeto de un sopapo vaticano en toda la cara. Y todavía lleva los dedos marcados.

Yo no sé por qué. Pero que se lo han dado es meridiano. Y todo el mundo piensa que algo habrá hecho para ello. Algunos de los de Entrevías pensarán que la bofetada es una laureada. Vale. Pero que tiene la mejilla dolorida no se le oculta a nadie.

¿Era buenísimo y por eso le echan a los pies de los caballos? ¿Roma es así de malvada? Eso no se lo cree nadie. Cuando le han hecho un feo tan ostensible es que algo habrá. Aunque no sepamos bien qué. La salida de Vilaplana, si tuviera que salir, era un arzobispado. O como poco Málaga, Alicante o Bilbao. Pues, toma Huelva. Y el malvado soy yo por señalar lo evidente.

Luego viene mi pregunta sobre unos sacerdotes santanderinos. De quienes me habían dicho cosas. Principalmente acerca de la protección que gozaban del obispo. Y me apresuré a decir que no quería saber nada de aventuras amorosas que tantas veces se cuelgan, sin el menor motivo, a excelentes sacerdotes. Si estaban en el Seminario, ¿qué doctrina enseñaban? ¿Impartían absoluciones colectivas? Lo otro, caso de existir, con pruebas fehacientes.

Pues, eso es todo. Acepto perfectamente devociones vilaplanistas. Cada cual es de quien quiere. Pero, con lo que ha hecho el Vaticano con el anterior obispo de Santander, empeñarse en sostenerlo es suicida. Para él. Cuanto menos se hable de su pequeña persona mejor. Yo estoy dispuesto a no insistir pero, si queréis, seguimos hablando. Y quien le ha puesto en evidencia no he sido yo. Fue Benedicto XVI.
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