¿Por qué tienen tanto miedo?

Ninguna persona honrada teme a la luz y a los taquígrafos. Sólo el que tiene algo feo o sucio que ocultar desea la oscuridad. Para que nadie se entere de sus vicios o defectos. De los que no están dispuestos a prescindir.

Pues eso se ha acabado. En todos los ámbitos. El político corrupto termina, antes o después, con más o menos trabajo, saliendo en los papeles. Y terminándosele el chollo. Pues lo mismo en la Iglesia. No se puede sostener herejías y reclamar que nadie las ponga de manifiesto. No cabe llevar una vida al margen de los compromisos libremente aceptados y exigir que todos sigan corriendo un tupido velo. Y si se trata de asquerosos delitos, peor. No cabe llevar a beneméritas instituciones a la ruina y pretender que aplaudamos ese suicidios hasta con las orejas. Ni ir de consentidor de todo lo inconsentible e indignarse con que se lo señalen a uno.

Ya todo está sobre las azoteas. A la vista de todo el mundo. Y lo que no está hoy lo estará mañana o pasado. Ya lo saben. Y están aterrados. El remedio es muy fácil. Sostener la fe de la Iglesia, llevar una vida irreprochable, dejarse de experimentos que está más que comprobado que llevan a la ruina...

En lugar de eso arremeten contra quien les descubre sus vergüenzas. Es una huida hacia adelante abocada al fracaso. Se va a saber todo. Todos vamos a saber todo. Y sólo hay un modo de salvarse. Que no haya nada impresentable que se ponga de manifiesto. Y en el caso de que lo haya la culpa no la tiene quien revela ese comportamiento sino quien incurre en él.

No estamos hablando de pecados ocasionales. Quien esté libre de ellos que tire la primera piedra. Todo el mundo puede tener una frase desafortunada, una debilidad momentánea, una obcecación... Nuestro Dios y nuestra Iglesia, afortunadamente, son un Dios y una Iglesia del perdón. Lo sabe todo el mundo. Y se resuelve en tres minutos en el confesonario. No es eso de lo que hablo. Seguro que me habéis entendido todos.
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