Un obispo echa a los claretianos de su diócesis.

El prelado, uno de los más jóvenes de la Iglesia, ha tomado tan radical y sorprendente medida por motivos que desconozco en sus detalles pero que son fáciles de imaginar. Y ello es si cabe más llamativo teniendo en cuenta que su antecesor en el obispado, hoy obispo emérito, el español Carlos María Ariz, es hijo de San Antonio María Claret.
Las Comunidades Eclesiales de Base de la diócesis han expresado su protesta y no encuentran "motivos válidos" para la expulsión de unos religiosos que llevaban allí ochenta años.
Recientemente el obispo había amenazado con la excomunión a quienes utilizaban las iglesias para sus encierros en protesta por cuestiones laborales, ecológicas y sociales. ¿Animados quizá por los claretianos? El obispo reconoce sin problema alguno el derecho a manifestarse de quienes protestan. Pero en la calle. No en el interior de los templos. Que están para otra cosa.
Ni que decir tiene que doy toda la razón al obispo de Colón. Ya era hora de que alguien dijese y exigiese que las iglesias no son lugares para encerrarse ni hacer política. Aunque la causa estuviese justificada.
Si alguien quiere manifestarse en contra o en favor de Zapatero que lo haga en la Plaza de Colón o en la Puerta del Sol. Pero no encerrándose en la Almudena o en San Carlos Borromeo. Y lo mismo digo respecto a Rajoy.
La medida de monseñor Aguilar tiene una segunda lectura no menos importante. Es insostenible que unos religiosos, de la orden o congregación que sea, mantengan una actitud en un obispado contraria a la del obispo. Eso, por desgracia tan frecuente, se tiene que terminar. Los religiosos tienen que ser fidelísimos ejecutores de la pastoral del obispo. Y cuando no lo son sólo caben tres salidas.
O el obispo está desquiciado, que puede ocurrir, en cuyo caso la Santa Sede debe removerlo cuanto antes. O los religiosos, disconformes con el obispo se van porque no aceptan su línea. O el obispo les echa.
Y no hay más. Mantener el enfrentamiento en vez de la colaboración es ruinoso para el catolicismo. Monseñor Aguilar pensó que mejor estaba solo que mal acompañado. Pues, una de dos. Si tiene razón, pobre del obispo que acoja a los expulsados. Salvo que sea como ellos y entonces, pobre diócesis. Y si no la tiene y la Santa Sede se equivocó nombrándole obispo pues a rectificar cuanto antes. Y a buscarle otra Partenia.