A los que nos la quieren dar con queso sobre el celibato.

Qué buenos son los chiquitos del MOCEOP, esa "santa tribu", a quien el obispo profeta, Pedro Casaldáliga, poco menos que una nueva encarnación de Cristo, respalda y alienta.

Unos sacerdotes ejemplares, que están con los pobres en contraste con la jerarquía eclesial entregada a los ricos y que vive en palacios, insultando la memoria de Cristo, han descubierto que un invento de esa jerarquía, que Jesús no estableció, coarta la libertad del hombre, impide su normal desarrollo y luchan denodadamente, desde la pobreza evangélica, por liberar a la Iglesia de ese absurdo e hipócrita cinturón de castidad impuesto por quienes no la practican desde el disimulo y el engaño.

Reconocen la virtud de la castidad pero sólo en quienes la aceptan voluntariamente. Y aun en esos, mientras no cambien de opinión. Así se practicaba en la primitiva Iglesia, la que conservaba fielmente la memoria de Cristo, antes de ser corrompida por el poder y la riqueza. E incluso hoy la misma Iglesia admite el sacerdocio en personas que conviven con su mujer como ocurre en los ritos orientales y en algún converso del anglicanismo. Y no digamos ya en nuestros hermanos separados, tan queridos y dignos de admiración, que nos dan lecciones en tantas cosas. Y sobre todo en esta.

Con ello se habría terminado la sequía vocacional, habría multitud de sacerdotes pues serían muchísimos los que abrazarían ese estado sin esa draconiana imposición y todo sería maravilloso. Cómo criticar pues al profeta Casaldáliga y no abrir los brazos y el ministerio a quienes son ejemplo sacerdotal y están deseando volver a ejercer su sacerdocio, reconocidos por una jerarquía que, pese a estar tan equivocada y ser tan opresora, tanto aman.

La historia es preciosa y, además, es cuestión de días el que la veamos realizada. Pero, como se decía en las viejas películas, todo parecido con la realidad es mera coincidencia.

Y creo que ya va siendo hora de presentar las cosas como son.

Cierto que sacerdocio y matrimonio no son incompatibles. La mejor prueba de ello es que existen sacerdotes casados. Y lo que es evidente no necesita demostración. Mañana la Iglesia podría aceptar en el rito latino el matrimonio de los sacerdotes, y algún caso se da ya incluso en estos momentos, sin que se hundiera nada fundamental. Evidentemente el celibato tiene raíces evengélicas pero no su imposición universal para todos los sacerdotes. Esto es tan sabido que casi no precisa recordación.

La Iglesia, en un momento histórico, pensó que el celibato debía unirse al sacerdocio en el rito latino y ello rige hasta hoy con contadísimas excepciones por vía de indulto. No voy a exponer aquí las inmensas ventajas de ello ni sus eventuales inconvenientes. Es cuestión tratadísima y cualquiera puede encontrar esas razones. Que convencerán o no a quien las considere. A la Iglesia, de momento, sí.

Consideraré solamente, y desde la sociología, el caso de los sacerdotes secularizados de iure o de facto. Aquellos que han abandonado su ministerio eclesial por incompatibilidad con el celibato. Y no todo es trigo limpio.

Como son muchos hay de todo, como en botica. El sacerdocio se recibe generalmente en una edad temprana pero en la que el hombre sabe muy bien lo que hace. En la que adopta decisiones que le condicionan para toda la vida. El Código de Derecho Canónico establece como edad general los veinticinco años como mínimo. Con esos, y con menos, el hombre se casa, elige una profesión, vende o dilapida sus bienes caso de tenerlos, se introduce en el mundo de la droga, se hipoteca por muchísimos años, emigra, se compromete con el terrorismo, delinque, arriesga años de cárcel, o su vida, etc., etc. En no pocos casos de forma irreversible. Y con trágicas consecuencia.

Con el sacerdocio el compromiso adquirido con la Iglesia permite la marcha atrás. Con la secularización. Lo que ya es una ventaja respecto a otras situaciones. Por ejemplo el matrimonio debidamente contraído. O el criminal en un país con pena de muerte. O quien contrae el sida en África y es pobre. O el que se ha hundido en la droga y ya es irrecuperable.

El joven, o no tan joven, que se ordena sacerdote puede perder la fe y dejarlo. Pensar que se equivocó y que eso no era lo suyo y abandonarlo también. Enamorarse de una mujer e irse con ella. También pasa en el matrimonio y es la causa de más del 90% de los divorcios. Otra mujer u otro hombre que se cruzan.

En este último caso, que es también el de la casi totalidad de las secularizaciones, ya hay una quiebra del compromiso que tampoco es para encomiarla. Quien juega con fuego termina quemándose. Entiendo perfectamente la soledad sacerdotal y más en quien no se entrega totalmente a Dios y a su ministerio. O que se entregó pero que se encuentra en horas bajas. Y la debilidad humana. Pero cuántos casos hay de buscar el riesgo y naturalmente encontrarlo. El abandono de la oración y de la ascesis, las amistades peligrosas, las horas de aburrimiento, la pornografía de internet...

Luego viene el embarazo imprevisto, el compromiso adquirido, la cara alegre del pecado, la doble vida que se hace insostenible... Tampoco como para ponerles de modelo.

En la mayoría de los casos todo se resuelve de un modo normal. Un nuevo estado, una familia y diversas situaciones. Unos viven católicamente su nueva vida sin el menor problema. E incluso algunos de modo ejemplar. Otros se olvidan de la Iglesia y dejan de frecuentarla. Los hay que se enfadan con ella y nutren las filas de sus enemigos. Cuando en todo caso debería ser la Iglesia quien se enfadara con ellos cosa que no hace nunca. Los hay que como la vida es dura siguen viviendo de ella como profesores de religión en su nuevo estado o empleados en organizaciones eclesiales. Y entre estos los hay de dos tipos: los católicos y los submarinos enemigos.

Y por último están los empeñados en seguir ejerciendo un sacerdocio que la Iglesia les ha vetado. Se han montado un chiringo ridículo, consiguen una docena de seguidores como mucho y dan la tabarra un día sí y otro también para que les devuelvan la parroquia que han abandonado. Son cuatro gatos, no tienen la menor influencia y se encuentran casi todos en la tercera edad o en puertas de ella. Pues este fenómeno en vías de extinción por imperativo de la edad, absolutamente minoritario y extraeclesial, es la "santa tribu" que encanta a Casaldáliga. Dios los cría y ellos se juntan. No hace falta ser profeta para asegurar que es una causa perdida. Les quedan unos cuantos telediarios. Muy pocos. Yo no sé si la Iglesia optará algún día por el celibato opcional. Lo que es seguro es que esos no van a verlo.

Y de héroes eclesiales, nada. De héroes tampoco. Unas personas que no han sabido asumir su nuevo estado, con nostalgias afectivas de lo que fueron y que viven malamente su fracaso. Pobres hombres y pobre obispo. Para sentir compasión pero nada más. La Iglesia no está ahí. Sólo una inmensa equivocación. Mañana, y un mañana muy próximo, nadie recordará sus nombres. Si incluso hoy no dicen nada.
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