El "morbo" literario de las religiones

Quienes hemos sido educados en el cristianismo y, en el presente, nos dedicamos a la teología, observamos con curiosidad, no exenta de escepticismo, la literatura que teniendo al fondo algún motivo religioso, se convierte en una obra de éxito. Por supuesto, sabemos diferenciar entre unas y otras creaciones literarias, y sabemos que una novela o un ensayo de ficción no han de tener como primer propósito la fidelidad científica, pero nos gusta presumir que no se juega con la verdad. Por tanto, si la inteligencia y la belleza son los requisitos más incuestionables de una novela de intriga, que no vayan en detrimento de la verdad debería ser otro de sus compromisos irrenunciables. Por desgracia, no suele ser así.
Ahora bien, además de este peligro de engañar a los lectores con un sucedáneo de investigación, la cuestión de por qué tienen tanto éxito en la actualidad este tipo de obras, no deja de ser real.
Sería fácil decir que obedece a razones comerciales, y así es, en una sociedad mercantilizada y capaz de negociar con todo. A nadie se le escapa que todo vale, y vale especialmente, para ser utilizado en clave de mercado. Es la ley suprema de nuestro mundo. Algunos han dicho que vivimos en la civilización única, la civilización del mercado, y que lo demás son diferencias subordinadas entre las culturas.
Reconozcamos también que nuestro interés por el misterio, así, con minúscula, y al cabo, el misterio último de la existencia sobre el que las religiones han tenido las llaves de entrada y salida, ¡en una cultura racional!, ya no tiene la respuesta confiada del pasado. Todo queda secularizado, nadie tiene –piensa la gente- una respuesta mejor que otra y, menos aún, un encargo divino para explicarlo “todo”. En consecuencia, a la gente le gustan las historias donde el misterio aliente tras la conspiración, la intriga y el secreto histórico. Este modelo narrativo, además, gusta por parecer más razonable y coherente con la investigación científica, o tal vez por transgredir la interpretación religiosa tradicional, o, incluso, por “probar” alguna supuesta manipulación de las religiones oficiales. Toda esta mezcla de razones apunta, de uno y otro modo, al juego de posibilidades que el misterio tiene en la reflexión novelada sobre la vida, y entre todos los misterios, en una cultura secular, ¿por qué no el misterio de la religión, al fin y al cabo, el “sancta sanctorum” de todos los misterios hasta el presente?
Era lógico que nuestra cultura se atreviera con él y que lo hiciera en términos simples y transgresores. Probablemente una atmósfera social y cultural, “insoportablemente leve”, hace mucho más fácil el triunfo de esta literatura de ficción con visos de historia e investigación. Si a ello se añade una religiosidad difusa en tantos de nosotros, hilvanada con conceptos “teológicos” escasamente pensados y poco acomodados a nuestra mayoría de edad, el resultado es un sujeto religiosamente infantil, al que cualquier novedad “científica” le puede cautivar. Y, sin embargo, la historia religiosa de Occidente, el cristianismo, tiene muchas cosas que cambiar y redefinir, pero lo que sabemos de Jesucristo, diferenciando lo que es de la historia y lo que es de la fe, es suficientemente sólido como para que las novedades “religiosas” hayamos de esperarlas con cautela de sabios. Eso sí, las novelas buenas y bellas lo son en todas las circunstancias.
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