La semilla crece lentamente, pero no magícamente

Los fundadores de congregaciones religiosas vieron una necesidad y se preguntaron cómo hacer presente el evangelio para transformar aquella necesidad en un fruto bueno.

Los oyentes de Jesús, al escucharle hablar del Reino con fuerza y convicción, sobre todo al escuchar que el reino estaba cerca o incluso que ya había llegado, debieron hacerse algunas preguntas: ¿cómo es posible que si el Reino de Dios ha llegado todo siga igual que antes y por ningún sitio se vean los signos del reino futuro? Preguntas parecidas nos hacemos nosotros cuando oímos hermosos discursos sobre la fraternidad o sobre el evangelio como buena noticia que llena de alegría: ¿cómo es posible que los que anuncian esas cosas vivan como si ese discurso no fuera con ellos?, ¿cómo es posible que, si Dios es todopoderoso, su voluntad no se cumpla?, ¿cómo es posible que haya tanto mal y tanta injusticia?

Jesús narra algunas parábolas de tipo vegetal que son una respuesta a este problema: el Reino es como una semilla que crece lentamente; o es como un grano de mostaza, que parece muy poca cosa, pero que termina siendo la más alta de las hortalizas. La semilla crece sin que el sembrador sepa cómo. Pero no crece automáticamente, el crecimiento no es mágico; para que crezca la semilla es necesario, al menos, que el sembrador siembre. El fruto parece que viene por sí solo, pero en realidad requiere una siembra.

Esa es la historia de los santos, sobre todo de los fundadores. Vieron una necesidad, y se preguntaron cómo hacer presente el evangelio para transformar aquella necesidad en un fruto bueno. Empezaron con pocos medios. Pero perseveraron. Y apareció el fruto. A veces los frutos llegaron con más abundancia cuando el fundador o la fundadora había desaparecido. Fueron sus hijas o hijos, que continuaron el carisma, los que recogieron los frutos. Los hijos o hijas no habían sembrado, pero participaron en el crecimiento. Porque para que la semilla dé fruto, no basta con plantarla, necesita ser cuidada, regada, protegida.

Estamos en una sociedad inmediatista. Todo parece muy rápido. Lo queremos todo aquí y ahora. No tenemos paciencia. Y las cosas buenas requieren tiempo y paciencia. Lo que parece que se logra con apretar un botón, es resultado de mucho trabajo, dedicación, tiempo y esfuerzo. Lo que pasa es que muchos solo ven los resultados y no se preguntan qué ha hecho posible esos resultados.

Tanto la educación humana como la religiosa requieren procesos, y requieren que el beneficiario participe de esos procesos. Quizás hoy el acceso a algunos datos sea una cuestión inmediata, basta encender el móvil o el ordenador y buscar en el buscador. La educación humana y la religiosa no es resultado de un buscador, es resultado de un proceso. La semilla crece lentamente. La acogida del evangelio requiere tiempo, porque implica un proceso de conversión. Encontrarse con Dios no es algo inmediato. Cierto, Dios siempre está presente, siempre nos espera, siempre nos observa con cariño y atención. Pero encontrarlo y reconocerlo requiere unas disposiciones acordes a lo que él es.

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