Crítica del libro de Espeja y Sariego, publicado por Edibesa El Evangelio en una sociedad laica

Espeja y Sariego
Espeja y Sariego

Por eso muy difícil aceptar la multiculturalidad, como nos exige la globalización y la mundialización de la cultura en esta sociedad española en la que queremos que crezca el evangelio. Y, por supuesto, poner en práctica la libertad religiosa, cuando -por mucho tiempo- nos hemos aferrado al “uniformismo religioso"

En un breve texto, dos renombrados teólogos dominicos, tratan de reflexionar sobre un tema muy candente y actual: ¿Cómo presentar con éxito el mensaje evangélico en una sociedad laica, como la española, en pleno s. XXI? Para ello recurren a dos estratagemas: 1ª introduciendo cada capítulo con dos textos, uno de Santo Tomás de Aquino (¡por algo son dominicos!) y otro del Concilio Vaticano II. Y 2ª, profundizando en el primero y gran misterio cristiano: el de la Encarnación.  Con esas dos estrategias o metodologías tratan (y a mi entender lo logran), de superar el dualismo/maniqueismo dominante en occidente y la cultura latina, desde S. Agustín para acá. Y, por supuesto, imposible de aceptar (con su carga de negativismo para todas las realidades “mundanas”) en una sociedad laica como la española donde, de una u otra forma, se ha afincado el llamado por muchos “post modernismo”.

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Tienen muy presente los autores, a lo largo del libro, que España ha vivido, por décadas, en un nacionalcatolicismo, que ha condicionado negativamente el aterrizaje en la filosofía y el pensamiento postmoderno, que ha dominado Europa en la segunda mitad del siglo pasado y las décadas que llevamos del XXI, dentro ya del pensamiento y la sociedad líquidos -en expresión de Z. Bauman-.

Mantienen los dos dominicos ese esquema de presentar, al comienzo de cada capítulo, dos citas: una de Tomás de Aquino y otra del Vaticano II. Y es en el capítulo V donde “el aquinate” nos afirma tajantemente: “La Verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo”, cosa que ha costado mucho aceptar a la Iglesia a lo largo de toda su historia (eso de que el Espíritu S. nos precede a los misioneros, eso de las “semillas del Verbo sembradas en todos los pueblos y culturas”, lo decimos con la boca chica, pero en el fondo, ni nos lo creemos ni lo practicamos…). Por eso muy difícil aceptar la multiculturalidad, como nos exige la globalización y la mundialización de la cultura en esta sociedad española en la que queremos que crezca el evangelio. Y, por supuesto, poner en práctica la libertad religiosa, cuando -por mucho tiempo- nos hemos aferrado al “uniformismo religioso”.

El Evangelio, en una sociedad laica

Hoy luchan en los grupos religiosos, el subjetivismo y relativismo, por un lado, y el fanatismo, por otro, inclinándose por uno ῡ otro polo los distintos grupos. Frente a la verdad objetiva -que ya no la dan la fe ni la biblia, sino éstas en diálogo con las ciencias-, asumimos un sano pluralismo, que se basa más en el gran misterio de la Encarnación y una “Encarnación continuada”, que no acabó con Jesucristo, sino que se prolonga en personas, pueblos y culturas, en un “proceso” en el que seguimos buscando esa verdad (“se hace camino al andar”, repetimos con el poeta). Camino difícil con los judíos y más difícil aún con los musulmanes, por razones históricas obvias.

Si aceptamos, como cristianos, -en base a la Encarnación- que “fuera del mundo no hay salvación” (creemos en una sola historia que es sagrada, nos repetirá la Teología de la Liberación, apelando a la Biblia), nadie queda excluido de esa salvación, especialmente por la pobreza. El desarrollo tecnológico no puede crear “excluidos ni descartados”, como lo hace; la “eficacia en la producción” no puede estar por encima de las personas; la lógica del mercado, el derecho absoluto a la propiedad privada -individualistas, nadie puede dudarlo-, no pueden ser defendidos en cristiano. El “todo vale, el sálvese quien pueda”, si genera pobres o aumenta la pobreza de éstos, no son evangélicos. Así de simple.

Fray Jesús Díaz Sariego
Fray Jesús Díaz Sariego

Interesante la cantidad de citas de libros que van jalonando la historia en esta pequeña obra y que acentúan dos frases o pensamientos: la vida es “una mala noche en una mala posada” (¡y hay que aguantar!) o “fuera de este mundo no hay salvación”. Pareciera que en la tradición latina y occidental prima lo primero y cuaja en espiritualidades como la del librito “La Imitación de Cristo” y de la mayoría de los Catecismos inspirados en la Contrarreforma. Y así repetiremos que “los enemigos del alma son tres: el demonio, el mundo y la carne” inspirándonos en el maniqueísmo platónico de la primera etapa de S. Agustín (habrá que esperar a que el Vaticano II cambie la visión del mundo e insista en un diálogo positivo con sus valores a partir de la expresión de que “no hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia” en G et S, 1)

Históricamente fracasó lo de “libertad, igualdad y fraternidad” (se olvidó lo tercero). Fracasaron distintas salidas socialistas, por lo mismo. Y nos toca, desde posturas cristianas, ensayar salidas que no olviden la fraternidad pues es la esencia del evangelio. Lo intentan distintas salidas desde la Teología de la Liberación(aunque el neoliberalismo reinante quiera eliminarla de un plumazo) al colocar a la persona -TODAS las personas- como fin, en el centro. Y es que, para el cristiano, para todo creyente en la Encarnación Continuada, “lo que hicieron a uno de mis hermanos menores a mí me lo hicieron” (Mt 25, 31 ss). Encarnación hecha historia en personas, pueblos y culturas, desde que Dios, en Jesucristo, se hace hombre, por amor.  ¡Para el cristiano no hay otra salida!

Jesús Espeja
Jesús Espeja

Más adelante, los autores tratan de analizar que la Iglesia es “santa y pecadora” y lo ha demostrado ella misma con creces a lo largo de la historia. Y ello, aunque en el nacionalcatolicismo se haya querido acentuar lo primero olvidando lo segundo. En la sociedad española actual muchos tratarán de hacer lo contrario. El Concilio Vaticano II ha tratado de poner las cosas en su sitio, haciendo que la Iglesia no se aferre a leyes y normas, que el propio Jesús relativizó ya (“el sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”). No ha sido fácil en la sociedad española que, en buena parte, ha preferido “defender el uniformismo frente a un sano pluralismo”, una “única frente a la variada pertenencia a la iglesia” (como acertadamente acordaron en la época del primer concilio de Jerusalén), “la huida frente al sano y verdadero profetismo”. Huida en un doble sentido: sometiéndose al “poder eclesial” o “abandonando el sacerdocio y hasta la fe”. En el fondo renuncia a lo esencial del profeta: tener un oído muy atento a Dios y otro al pueblo, como lo hicieron los grandes profetas de Israel o como lo hicieron modernamente un Juan XXIII y un Angelelli, obispo mártir de Argentina.

Un tema al que el libro da justificada importancia es el de la Opción por los pobres, justo teniendo en cuenta la opción de Jesús en la Encarnación, su mensaje y su práctica. Y unido a ello, la referencia a lo dicho por Benedicto XVI en Aparecida (Brasil, 2007) y a la continua repetición del papa Francisco: “los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”. La Iglesia no puede evadirlo ni desviarse si quiere seguir siendo fiel a Jesucristo. Los autores lo hacen en tres formas necesarias y progresivas en la Iglesia: 1ª) La caridad institucional y concreta, 2ª) El análisis de las causas de la pobreza y las respuestas apropiadas -nos sirve la muy conocida frase de Helder Cámara: “si doy una limosna a un pobre me llaman santo; si pregunto por qué es pobre me llaman comunista”- 3ª) La práctica concreta, respondiendo a la situación -y los autores nos ponen el ejemplo de Mns. Romero que es consecuente hasta dar la propia vida-.

Dos pequeñas objeciones a la lectura de este libro que recomiendo (lo he leído dos veces entero): son dominicos ambos y pareciera traído un poco de los pelos el ejemplo de L. J. Lebret (hay otros muchos personas conocidas y más influyentes) y el final del libro con las dos versiones de las Bienaventuranzas, la de Mateo y la de Lucas. Daría la impresión que los autores se inclinan por la de Mateo, como eclesialmente se ha hecho casi siempre, cuando habría que tratar de unificarlas -no uniformarlas- manteniendo claro que no se puede tener espíritu de pobre si no se hace una clara opción por los pobres y por erradicar la pobreza. (Puede ser solo impresión, pero el acápite final “Dichosos vosotros los pobres”, en mi opinión, sobra y despista).

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