Monseñor José Luis Azcona, obispo de una tierra sin ley

Con motivo de la Asamblea General de la CNBB (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, por sus siglas en portugués), que está teniendo lugar desde el pasado día 15 hasta el próximo día 24 en Aparecida, la cadena de información católica “TV Aparecida” ha comenzado a emitir una serie de reportajes que tienen por título “Desafíos de la Iglesia”. Uno de esos documentales relata la realidad de la Prelatura de Marajó, enclavada en la isla del mismo nombre, situada en la desembocadura del Amazonas, con una extensión similar a Portugal y una población de 300.000 habitantes.

En esa prelatura es misionero desde hace casi 30 años el agustino recoleto navarro José Luis Azcona, los últimos 28 como obispo. Marajó es una tierra de frontera, territorial y existencial, una de esas periferias de las que habla el Papa Francisco. Las dificultades que deben ser enfrentadas por la Iglesia en la región son enormes, comenzando por la falta de clero, pues solamente son 18 los sacerdotes que atienden esta inmensa área, comunicada en muchos casos a través de transporte fluvial.

El trabajo pastoral es desempañado en la mayoría de las ocasiones por los laicos, reduciéndose la presencia sacerdotal a una o dos veces por año en muchas de las comunidades desperdigadas en las orillas de los múltiples ríos que inundan la región.

En la prelatura, el papel del sacerdote va más allá de las cuestiones espirituales, siendo llamado a ayudar a la gente a entender los derechos sociales, a tomar conciencia sobre la importancia del voto y a auxiliar a las personas en la lucha por dignidad. Todo esto en una región donde el desempleo, especialmente de los jóvenes, es alarmante, donde más del 40% de la población es analfabeta y donde el poder público es prácticamente ausente.

La desestructuración de las familias provoca que los derechos de los niños y los adolescentes sean violados, muchas veces por los propios padres, siendo víctimas de todo tipo de abusos. Ante esta realidad la prelatura de Marajó, que pastorea el obispo navarro, intenta dar la respuesta que debería llevar a cabo el poder público, en una región “secularmente abandonada por las autoridades”, como resalta Monseñor Azcona, mostrando que este descaso es cada vez mayor, lo que provoca que la distancia social entre los habitantes de la isla de Marajó y el resto del país aumente cada día más.

La violencia y la criminalidad crecen alarmantemente, lo que lleva al obispo a afirmar que “si la federación no asume la bandera de Marajó, se irá hundiendo cada vez más” hasta el punto de decir que “los cinco primeros artículos de la constitución brasileña no son aplicados en Marajó”, lo que se manifiesta en que “no hay defensa de la dignidad humana, pues los niños son traficados, comercializados, comprados y vendidos para el disfrute sexual de monstruos” ante el descaso de las autoridades. Estamos hablando de uno de los peores sistemas judiciales de Brasil, país donde la justicia camina a paso de tortuga y casi siempre se olvida de los más pequeños. Los crímenes en la Amazonia, sobre todo aquellos en que se ven implicados los poderosos, casi siempre se quedan en el cajón, lo que lleva a muchos a afirmar que allí la vida no vale nada.

Entre estas realidades tan lamentables, podemos decir que la peor de todas es la explotación sexual de niñas y adolescentes a plena luz del día en las balsas que transitan por los ríos amazónicos. Son los propios padres quienes envían a sus hijas para prostituirse, muchas veces a cambio de poco más de un euro.

En 2005, Monseñor Azcona tuvo conocimiento de esta realidad y desde entonces comenzó una lucha de combate contra la explotación sexual infantil, que poco a poco fue abrazada por toda la Iglesia del estado de Pará, donde ésta es una práctica habitual. Esto condujo a que en 2010 se realizase una Comisión Parlamentaria de Investigación contra el abuso y la explotación sexual infantil, llegando a ser realizadas 25.000 denuncias, de los aproximadamente 100.000 casos de abuso de menores por año que tienen lugar en la región.

Junto a esta realidad de la explotación sexual infantil está el problema de la trata de personas, cuestión que fue abordada por la Iglesia de Brasil en la Campaña de la Fraternidad en 2014. En esta región, la falta de oportunidades provoca que muchos jóvenes se dejen engañar por falsas promesas y caigan en las redes de tráfico internacional de personas.

El propio ministerio fiscal reconoce el papel de la Iglesia como elemento que hace posible que no queden en silencio las injusticias que están siendo cometidas. Esto provoca que la vida de muchos religiosos y laicos esté en peligro, hasta el punto de que, como reconoce el propio fiscal general del estado de Pará, tres obispos de ese estado estén amenazados de muerte, consecuencia de la acción profética de la Iglesia católica en la Amazonia. Uno de estos obispos es Monseñor Azcona, quien reconoce abiertamente que está en la lista de grupos internacionales de trata de personas.

Él mismo confiesa que “el pensamiento de la muerte me acompaña siempre”, hasta el punto de que cuando cada mañana abre la puerta de su casa para ir a rezar en la capilla piensa que “detrás de la puerta puede estar mi asesino”. A pesar de la situación en la que vive puede decir que “con la ayuda de Dios no he perdido ni un minuto de sueño”, confesando que “si un día Él me llama a dar testimonio por este pueblo pobre, por estas ovejas que son de Cristo, pero completamente abandonadas, heridas, compradas y vendidas a cualquier precio, ese día será el cierre mejor, aquello que yo no podría recibir de mejor en mi vida, morir por aquellas ovejas que Cristo me encomendó”.

A pesar de estas amenazas renunció a la protección policial, convirtiéndose en un verdadero testimonio de fe y de esperanza de cambio de la realidad local a partir de la fuerza y del amor de una Iglesia comprometida, de gente dispuesta a dar la propia vida en defensa de los que precisan de justicia e igualdad, de un obispo que ejerce su misión profética.

El hecho de que Monseñor Azcona ya haya cumplido la edad canónica y que en poco tiempo pase a ser obispo emérito, provoca en la gente el deseo de un sucesor que también luche por los derechos sociales y la defensa del pueblo. El testimonio de vida de alguien de quien la gente dice que ya pertenece a Marajó, inspira a muchos de sus diocesanos a luchar por mejoras. Él fue alguien que inundó de alegría la vida de la gente, quien supo enseñar y dar coraje a partir de su fe.

El deseo del misionero navarro es morir en la isla de Marajó, porque allí le envió el Señor y él ama esas tierras y esas aguas que Cristo le encomendó, mostrando que todo lo que hizo fue a partir de este lema: “En el nombre del Señor”. A pesar de sus fragilidades confía “en la misericordia infinita de Cristo para con este pastor más o menos mediocre
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