"Bendigo al Señor en todo momento": con estas palabras se inicia el salmo 33. El autor del mismo proclama las grandezas del Señor. Es un israelita del grupo llamado de “los pobres de Yahvé”, el pequeño resto de Israel que esperaba el Salvador que los iba a liberar. Proclama los inmensos favores que ha recibido de Él y hace participe de los mismos a sus oyentes a los que invita a alabar junto con él a Dios.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Más adelante el salmista continua:
Gustad y ved que bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
Todos los santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada.
Gustar, deleitar, paladear, al Señor en su gran misericordia, esta es la experiencia de este hombre creyente que confía plenamente en la bondad de Yahvé. Con él lo tiene todo.
Encontramos en estas líneas una aproximación a las palabras de María, otra de los “pobres de Yahvé, en su canto del Magnificat. Seguro que ella había rezado muchas veces este salmo y sus palabras quedaron en su subconsciente de tal manera que luego las hace suyas cuando dice: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos”.
Rezar pausadamente este salmo 33, de gran riqueza, nos llena de confianza en los momentos difíciles por los cuales todos pasamos, y de alegría cuando las cosas nos van bien. En lo bueno y en lo malo de la vida somos del Señor, él está no a nuestro lado sino dentro de nosotros. No seremos castigados si nos acogemos a él. Texto: Hna. María Nuria Gaza.