Conducir o seducir

Samaritana
En el evangelio de San Juan en su capítulo cuatro nos narra el encuentro de Jesús con una mujer. Una mujer samaritana que en su pueblo no debía tener demasiada buena reputación. Había tenido seis maridos y el hombre con el cual vivía en aquel momento no era su marido. Jesús entabla conversación con ella no para seducirla, como debían hacer aquellos otros maridos, sino para conducirla hacia el Padre.

A lo largo del intercambio Jesús, gran pedagogo, responde a sus preguntas y la interpela con sus expresiones: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide agua, él te daría agua viva” (10). Esta respuesta de Jesús pone en el corazón de esta mujer una inquietud. ¿Será el Mesías el hombre que tiene frente a ella? Jesús le dice: “El Mesías soy yo, que está hablando contigo” (26).

Al oír esto la mujer dejó su cántaro y se fue corriendo a encontrar la gente del pueblo y les dijo: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” (29). Y la gente fue adonde estaba Jesús. Le rogaron que se quedara con ellos. Él se quedó dos días y decían a la mujer: “Ahora ya no creemos sólo por lo que nos contaste, sino porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo” (40).

Esta mujer samaritana pasa de ser evangelizada a ser evangelizadora. Jesús la conduce hacia el Padre y ella conduce a sus conciudadanos hacia Jesús.
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