Como buen obispo, Santiago, apóstol, dice:
“Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré mi fe por las obras” (San 2,18). En un debate entre los que se vanaglorian de su fe sin actos, Santiago, buen moralista, arremete contra éstos:
“¿Cómo puedes decir a uno que te pide ayuda, que te vaya bien, abrígate, pero no le das lo que necesita su cuerpo?”. Esto ocurre con frecuencia ante las grandes calamidades que se presentan en tantos países. Al contemplar en las noticias los cuerpos desgarrados por el hambre y la miseria, nos conmovemos pero al dar media vuelta olvidamos sus sufrimientos y no somos capaces ni de privarnos de un solo capricho para socorrer sus necesidades.
La fe sin las obras es un simulacro. El Hijo de Dios se hizo uno de nosotros por misericordia.
El Evangelio dice que Jesús se compadeció del gentío porque eran como ovejas si pastor. Por consiguiente si la fe es una relación con Dios, escucha de su Palabra, acogida con misericordia del necesitado. La fe tiene que ser activa y eficiente.
La fe penetra la totalidad de la persona creyente no es como la religión que se rige por leyes y puede ser solamente algo exterior, la fe por el contrario anima el cuerpo y el espíritu.
Y el apóstol pone en su carta, un ejemplo bien significativo con Rahab, la prostituta que escondió a los exploradores de la Tierra Prometida, Dios la acepto como justa por ayudarlos a escapar de sus perseguidores.
Fue una mujer misericordiosa y el Señor se lo tuvo en cuenta. Texto: Hna. María Nuria Gaza.