La raíz de la felicidad está en
la intimidad del ser humano. El acto de ser que constituye la persona es la fuente del amor verdadero y el principal receptor. Se ama a alguien, no a su cuerpo, o su inteligencia. En un primer momento la felicidad brota del interior, de saberse vivo, de dar, de darse.
La felicidad es un regalo que viene muchas veces cuando no es buscado, y que se debe tomar como se coge un pajarillo entre las manos, ni demasiado fuerte, pues muere, ni demasiado flojo, pues huye. Es un don de Dios. La felicidad es un fruto y una promesa.
La felicidad requiere
humildad. Requiere acoger libremente el don de Dios para amar, sobre todo para sentirse amado.
Texto: Sor María Josefa Cases