Hablar demasiado

Hablamos en casa, en el trabajo, en la calle, con los amigos, de compras, en la universidad... ¡no paramos! Y puedo decir que: ¡gracias a Dios! Porque comunicarnos es uno de los regalos más bellos que podíamos recibir. Nos permite crear lazos fuertes con otras personas, vivir las cosas en compañía, es decir, que comunicarse implica conocimiento del otro.

Y como todo en esta vida, contamos con un aspecto que, a su vez, puede ser negativo, dependiendo cómo lo vivamos. La comunicación te lleva a la relación pero puede ser arma de doble filo, ya que también puede destruir.

Una relación entre personas nace y crece porque existe una comunicación, por ambas partes por supuesto, y esto significa expresarme y dejar que se exprese, comunicar y escuchar. Cuando percibimos que el otro se interesa por nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestros nuevos proyectos y fracasos... recibes una fuerza capaz de superar todo o al menos afrontarlo.

Hablar demasiado es cerrar nuestras posibilidades, es encontrarnos con nosotros y con nadie más, es creer conocernos mejor que nadie cuando en realidad estamos viviendo en una nebulosa. Pero... ¿es esto lo que quiero y busco? sin responder a mi propia pregunta comparto que en el mundo no estamos solos, es más, si caminamos solos no avanzamos, para dar un paso necesito hacerlo junto a alguien, de esta forma nos podremos dar la mano cuando estemos cansados.

Dios nos llama a un encuentro diferente, a romper típicos y tópicos, a vivir una amistad verdadera en la que nosotros seamos los protagonistas.

Sentarme en la capilla, delante del Santísimo... ponerme en presencia de Dios... no es simplemente abrir mis labios y hablarle de mí, contarle todo lo que vivo cada día sin más, sino que mi oración delante de Dios, mi relación con Él es eso y mucho más. Sólo cuando llegue a abrirme y sea capaz de escuchar con actitud sencilla, lograré esa comunicación consiguiendo así que mi relación con Dios crezca. Texto: Hna. Conchi García.Foto: Sor Gemma Morató.
Volver arriba