El uno de agosto hizo diez años del asesinato de
Mons. Pierre Claverie, obispo de Oran. El testimonio que ha dejado es de una vida entregada a ser presencia de Iglesia en Argelia y siempre buscando labrar lazos de unión entre razas y religiones.
Pero yo no soy nadie para glosar su figura; sólo espectadora-lectora de lo que dicen quienes le conocieron y es por eso que en estos días ha circulado una frase suya que me ha impactado y la he querido situar en mi vida diaria. Es un trozo de una homilía, ahora considerada,
testamento espiritual.
“La Iglesia muere de no estar suficientemente cerca de la cruz de su Señor” dijo Mons. Claverie. No voy a irme por el camino fácil del análisis, ni por el camino que a muchos les encanta a la hora de radiografiar nuestra Iglesia.
Simplemente la he llevado a mi vida y he visto cómo nos cuesta, cómo me cuesta,
aceptar la cruz. Por muchos motivos. El dolor, el sufrimiento, el despojo, el desacomodarse nunca ha sido tarea simple; nuestra sociedad tiende a lo fácil, a lo rápido, a lo inmediato y el camino de cruz es largo, lento, con una cuesta, doloroso y a veces difícil de asumir.
Cuantas veces desearía las cosas de otra manera, según mi pensar; a veces, ni siquiera por interés propio, sino porque creo que realmente es lo mejor, pero las cosas no salen, no avanzan… y es que quizás
hay que saber aportar algo a la cruz de Cristo. Pero en eso no pensamos. Nuestro camino de fe también se acomoda. Y nuestra aportación a la Iglesia se minimiza.
Señor dame tu paz para saber esperar, la fidelidad para permanecer y al final, la alegría de estar junto a ti.
Texto: Sor Gemma Morató.