Signo distintivo

En la congregación, el día de nuestra profesión nos entregan una cruz. Es el signo con el cual la gente fácilmente nos reconoce como religiosas y también como Hermanas Dominicas de la Presentación.

Cada mañana cuando me pongo la cruz, después de besarla, pienso en las palabras de Jesús: “El que me quiera seguir que tome mi cruz y me siga”. Al mismo tiempo le pido de ser fiel a mi compromiso de saber vivir y morir siguiéndole. No sé que me va a traer el nuevo día, se que él caminará junto a mi, que me pide que sea para todos aquellos que se acerquen a mi una buena noticia, que mi actitud les hable de que Dios es un padre que ama entrañablemente a todos los seres y por encima de todo al hombre; porque Dios amó tanto al hombre que le entregó su propio Hijo. Estos pensamientos me llenan de una gran confianza.

Por la noche al acostarme y dejar mi cruz sobre la mesita de noche, después de haberla besado, pienso en como he vivido la jornada. ¿He sabido vivir caminando junto a la cruz de Jesús, he sido el buen samaritano para ayudar a llevar las cruces de las personas con las cuales me he cruzado a las que he visto caminar con un peso que sobrepasaba sus fuerzas… o me he sacudido la cruz de encima porque me he dejado llevar de mis egoísmos, di mi mal humor…

Junto a mi cruz, la mía y la que la congregación me entregó como signo distintivo, le doy gracias a Jesús por lo bueno que con su gracia he podido hacer y le pido su fuerza para que al día siguiente sea más fiel a su petición. “El que me quiera seguir, que tome su cruz y me siga”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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