Tobías, el deportado

Tobías, un israelita según el corazón de Dios, fue deportado a Nínive. En tierra extranjera guardó las costumbres de sus padres, no se contaminó con comidas prohibidas por la ley como hacían muchos de los judíos deportados como él. Como era un hombre tan honrado se hizo bien ver del rey Salmanasar que le hizo encargado de las compras reales. Él, buen israelita, siempre pensó que Dios premiaba su fidelidad a la ley para recibir este encargo importante (Cfr. Tobías 3-4).

Consideraba Asiria como su nueva patria. Una cosa era respetar las leyes del país que le tocaba vivir y otra guardar sus creencias con fidelidad. Muerto Salmanasar los caminos para ir a Media se hicieron muy inseguros y ya no pudo ir más a este país. Tobías enterraba a escondidas a los israelitas asesinados.

Un día que habían preparado una buena comida, Tobías mandó a su hijo que saliera a buscar algún judío pobre para que comiera con ellos, éste regresó diciendo: “Hay un israelita muerto y está tirado en la plaza”. Tobías sin probar bocado se levantó de la mesa y llevó hasta su casa el cadáver. Por la noche hizo una zanja y lo enterró. Los vecinos comentaban que no escarmentaba y que su vida ya había corrido peligro en otras ocasiones. El peligro no puede detenernos a hacer aquello que creemos justo a los ojos de Dios, pero una cosa es tenerlo claro y otra ponerlo por obra. Obras son amores y no buenas razones.

Amor

Cuando Tobías regresó cansado se tumbó junto a una tapia en la que encima había un nido de pájaros, le cayeron excrementos a los ojos que se le enturbiaron hasta llegar a perder completamente la visión. ¿Estamos dispuestos a perder incluso nuestra integridad física para socorrer a los demás? Nuestra entrega desinteresada es un buen medio de evangelizar. “Mirad como se aman”.Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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