La comunión eclesial

Koinonia
El Concilio Vaticano II opta por la eclesiología de comunión, aunque en un principio no fue un tema evidente, será con los años cuando se verá la importancia de esta afirmación. En la eclesiología del Vaticano II el misterio de la Iglesia se describe, definitivamente, como koinonía. Afirma LG 1, «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, como signo e instrumento de la comunión íntima con Dios y de la unidad del género humano».

El Vaticano II subraya abundantemente que la comunión entre los cristianos se da en la participación de la Eucaristía, que es también el vértice de la comunión eclesial, así como de la comunicación de la Palabra divina. La misma constitución jerárquica de la Iglesia es comunional o colegial, así como, debido a la participación bautismal común en el único sacerdocio de Cristo, también es participativa y comunional toda la vida de los fieles.

La comunión eclesial se difunde en todos los niveles, tanto en la dirección vertical de la comunión de la Iglesia peregrina con la Iglesia celestial, como en la dirección horizontal, hacia toda la familia humana, para quien la Iglesia constituye «un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación» (LG 9).

Por todas estas razones, la II Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985 considerará la comunión a la luz de la experiencia posconciliar y proponiéndola como idea central y fundamental en los documentos conciliares, señalará sus fuentes en la Palabra de Dios y en los sacramentos. Dirá además que la eclesiología de comunión no puede reducirse a puras cuestiones de organización o a problemas que se refieren únicamente a la posesión de unos poderes.

A pesar de ello, la noción de koinonía es también fundamental para el orden en la Iglesia y especialmente para una correcta relación entre la unidad y la pluriformidad en ésta, para la participación y la corresponsabilidad en todos los niveles y también para la responsabilidad ecuménica.

HAMER: COMUNIÓN COMO ASPECTO CENTRAL DE LA ECLESIOLOGÍA

Se puede decir que Jerôme Hamer es de los primeros que aborda la categoría de comunión como aspecto central de la eclesiología: la Iglesia es una comunión. Achaca a unos el destacar sólo los aspectos sociales de la Iglesia, y a otros, de ver en la institución algo ilegítimo. Trata de combinar el aspecto institucional y la unión misma de las personas en la Iglesia mediante el concepto de comunión.

Dirá Hamer que el cuerpo místico de Cristo es una comunión al mismo tiempo invisible y externa, una comunión profunda de vida espiritual (fe, esperanza y caridad) significada y engendrada por una comunión externa en la profesión de fe, disciplina y vida sacramental. Esta comunión de la Iglesia tiene su origen en la Trinidad y en Espíritu Santo su artífice más genuino.

Entiende Hamer que la Iglesia es más que una comunidad en el sentido sociológico de la palabra. Distingue, dentro de la comunión, la dimensión horizontal y la vertical. Lo distintivo de la Iglesia es la dimensión vertical, la vida divina que se nos comunica en Cristo y que se transmite al hombre por el Espíritu, dicho de otra forma, los lazos visibles de la sociedad eclesiástica se sustentan sobre una comunión más profunda de gracia y caridad. Veámoslo, un poco más ampliamente, según lo presenta Hamer.

Partiendo de la pregunta ¿cómo se entiende el término comunión? este autor deja claro que no debemos entenderlo ni como semejanza de ideas ni agrupamiento, ni sentido de sociedad o asociación. El Nuevo Testamento muestra que koinonía no es ekklesía y siguiendo a San Pablo, la koinonía es contribuir, participar de una comunidad, es copropiedad aunque teniendo en cuenta por un lado la dimensión vertical: comunión fundada en Cristo, participación de la sangre de Cristo y por otro, la dimensión horizontal, resultante de la relación vertical y que no se explica más que por ella.

Se puede utilizar la imagen de cuerpo o árbol para hablar de koinonía, no es sólo poner en común sino que «la vida de la que participamos y que nos es repartida solo existe en su relación de dependencia respecto a su fuente». (HAMER, La Iglesia es una comunión, p. 157.)

En síntesis, la comunión es una manera de vivir, ser y obrar, es relación con Dios y los hombres. . Es la recíproca situación de los cristianos entre sí, en su común dependencia respecto a Cristo y al Espíritu.

HISTORIA DEL TÉRMINO

El término koinonía, según Hamer, en su punto de partida fue manera de ser o estar en la Iglesia, luego, estructura institucional. En la Iglesia antigua fueron las relaciones recíprocas de Iglesia a Iglesia o entre cristianos y en la Iglesia es comunión hacia Dios y hacia los hombres.

La comunión se reparte a diferentes niveles: vida social, vida sacramental (es el núcleo) y vida de amor. Se puede hablar de comunión exterior, signum, son los medios de gracia; y comunión interior, res, vida de la gracia. Estos dos son un todo. En la comunión exterior existe un factor de autoridad, el obispo; y la Iglesia de Roma desarrolla un papel privilegiado.

En el Nuevo Testamento, el concepto de comunión encuentra ante todo su expresión en el término koinonía (19 veces). En Pablo (14 veces) este término tiene varios significados: indica la contribución concreta de una comunidad en las necesidades en que se encuentra otra, para manifestar así el profundo vínculo de caridad que las une (2Cor 9,13); otras veces indica la participación por la fe en la vida de Cristo (1Cor 1,9), en el sufrimiento (Flp 3,10) y en la consolación (2Cor 1,57). Este término señala también la participación en el cuerpo y en la sangre de Cristo, que se lleva a cabo en la bendición del cáliz y en la fracción del pan (1Cor 10,16). También se habla de la comunión del Espíritu (2Cor 13,13). En los Hechos (2,42) la expresión toma un significado eclesiológico: la comunión implica una pertenencia mutua de los fieles que son considerados como miembros los unos de los otros. En Juan aparece este tema no sólo en el término “comunión” (1Jn), sino también en varias imágenes y discursos donde son corrientes las expresiones ser-en, permanecer-en y quedar-en (por ejemplo, «la vid y los sarmientos». Jn 15,1-9); aquí la comunión remite a la relación entre el Hijo y el Padre, que en el Espíritu común se hace accesible a los discípulos (Jn 17,21); la comunión es don de Dios en Cristo y se extiende a través del anuncio cristiano (1Jn 1,1-4). En síntesis, como ya se ha dicho, se puede afirmar que koinonía significa en el Nuevo Testamento una manera de vivir, de ser y de obrar, una relación con Dios y con los hombres característica de la colectividad cristiana.

Así pues la raíz del término griego koinonía incluye como primer sentido el de “participación”, se trata de tener parte en alguna cosa o de tener alguna cosa en común, o también, de actuar junto con alguien. Esta noción une en sí misma significados diferentes, pero complementarios. Podría decirse que, en el uso neotestamentario y sobre todo paulino, se junta un sentido “místico”, con el que se remite al misterio íntimo de la vida divina en la que está llamado a participar el hombre por la gracia de Dios, con un sentido eucarístico y sacramental, que indica la comunión del hombre con Cristo, y con un sentido eclesiológico que indica la unión de los cristianos entre sí, ligados por vínculos multiformes.

Todo ello podría resumirse diciendo que el sentido original de comunión es, no ya “comunión” o “comunidad”, sino “común participación” (participatio) en Jesucristo (1Cor 1,9; 1Jn 1,3.61 y en su pasión (Flp 1,5), en su fe (Flm 6) y en su servicio (1Cor 8,4). Es únicamente esta participación común en la única realidad de Jesucristo lo que da fundamento a la comunión mutua (1Jn 1,7). Esto resulta evidente apenas nos fijamos en el centro propio y verdadero de la teología de la comunión. Según 1Cor 10,16, es la participación común (koinonía) en el cuerpo y sangre de Jesucristo lo que da fundamento a la unidad en el único cuerpo de Cristo que es la Iglesia. El único cuerpo eucarístico de Jesucristo es el presupuesto fundamental del único cuerpo eclesial de Cristo.

LA UNIDAD, OBRA DEL ESPÍRITU

Siguiendo a Cayetano, Hamer explica que la unidad es obrada por el Espíritu. La unidad es propiedad del ser según Santo Tomás y por tanto no es posible separar a la Iglesia de su unidad al igual que es imposible arrebatarle su ser. El Espíritu Santo unifica la Iglesia y como dice San Ireneo «allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia»(HAMER, La Iglesia es una comunión, p. 177.).

LA ASAMBLEA

Según Afanásiev, la Iglesia se manifiesta en su plenitud y en su unidad en la asamblea eucarística de cada Iglesia local. Es el "epi to auto": reunidos para una misma cosa.

Cristo promete su presencia invisible, su asistencia a la asamblea congregada para Él. Y uno de los efectos de esta asistencia es asegurar la eficacia de nuestra oración. La reunión actual de la asamblea ocupa un lugar privilegiado.

La forma propia de la unidad de la Iglesia es la comunión. Todo acto del fiel se hace como miembro de la Iglesia, es decir en, para, y según la Iglesia.

CONCLUSIÓN

No cabe duda de que el concepto de comunión aparece en el Vaticano II (LG 4,8,13-15,18,21,24-25) como un concepto que tiene virtualidades para el campo de la Iglesia aunque fue, como se ha dicho al inicio, el Sínodo de los Obispos de 1985 el que, de manera más formal y desarrollada, veía en dicho concepto un tema adecuado y una clave de lectura para la renovación de la eclesiología cuando afirmaba que «la eclesiología de comunión es el concepto central y fundamental de la doctrina del Concilio» (Documento sinodal, II C1). Al hacer semejante afirmación el Sínodo quizás está desarrollando de forma plena un concepto que sin duda, se da en el Vaticano II, pero que en él no tuvo la explicitación que tuvieron los de Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Sacramentos.

La noción de koinonía se considera hoy como una fórmula clave para la eclesiología. Los pródromos de una “eclesiología de comunión” pueden observarse ya en la segunda mitad del siglo XIX, ligados a la recuperación paulina de la Iglesia cuerpo de Cristo.

El Concilio Vaticano II subraya la concepción trinitaria de la comunión eclesial (LG 2-4). Se emplea este término para describir la inserción en el cuerpo místico de Cristo y la participación en el misterio de la Iglesia mediante el Bautismo y la Eucaristía; se refiere a la relación de los individuos y de la Iglesia con Cristo y con los hombres (LG 7, 50): el actor de esta incorporación es el Espíritu Santo (LG 4, 13); se trata de algo fundamental para la acción ecuménica (UR 2). La comunión es igualmente la palabra más adecuada para expresar la catolicidad, se emplea en la configuración de las relaciones entre la Iglesia local y universal (LG 13, 23), de la vinculación de los obispos entre sí (CD 5) y de éstos con el papa, cuya cátedra «preside la asamblea universal de caridad» (LG 13, 22). En conclusión, la comunión es la realidad «por la que los cristianos no se pertenecen ya a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos insertos en la vid» (JUAN PABLO II, Christifideles laici, 18.); se trata de una realidad que sólo puede explicarse, en definitiva, a la luz del misterio trinitario, que se ha dado a conocer en la revelación del Verbo encarnado y del que estamos llamados a formar parte a través de su cuerpo que es la Iglesia.

Tanto en el campo católico como en el protestante la idea de la koinonía se abrirá camino, sostenida por las aportaciones de una exégesis más atenta a los temas característicos de la eclesiología de Pablo y sobre todo a los textos eucarísticos como 1Cor 10,16-22: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es quizás comunión con la sangre de Cristo?».

BIBLIOGRAFÍA

HAMER, JERÔME, La Iglesia es una comunión, Barcelona: Estela, 1965.
PIÉ-NINOT, SALVADOR, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, Salamanca: Sígueme, 2007.
SAYÉS, JUAN ANTONIO, La Iglesia de Cristo. Curso de eclesiología, Madrid: Palabra, 2003.

Texto: Sor Gemma Morató.
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