¿Hacia dónde miro?

Cuando leo la Palabra de Dios, siempre encuentro algo diferente, una manera distinta de ver las cosas, un punto de partida desigual al que hace tiempo atrás he tenido. Es como un pozo de agua que jamás se agota, que siempre está dispuesto a dar y a saciarte de lo que cada uno necesita.

Leyendo el evangelio de la crucifixión de Jesús, en el que habla de los dos ladrones que estaban junto a Él, me he dado cuenta de que la actitud de ellos no está lejos de la que podemos tener cada uno de nosotros; en momentos distintos pero es algo muy real. En primer lugar, creo que cuando le dicen a Jesús “Sálvate a ti mismo” es una manera de justificarse, de sentirse fuerte ante el otro, de sacar toda la fuerza que tiene el hombre para anular al otro… aún sabiendo que se está en la misma situación. Pero es un punto de seguridad, parece que el poner a prueba a los otros nos exime de una respuesta, pero pienso, ¿miro mi “delito” o miro el de los demás? ¿Qué hago yo para mejorar?

Los dos ladrones son iguales pero diferentes; están juntos pero a su vez están lejos, porque uno de ellos es capaz de reconocer su culpa, de ver un poco más lejos de la propia falta, de abrir su corazón a la misericordia y al perdón, mientras que el otro, no quiere abrir sus ojos a la verdad, sólo pretende justificar, sus oídos están cerrados aunque lo peor de esto es que su corazón no deja reconocer el amor y perdón que Jesús puede darle. Jesús se abandona y se entrega, confía plenamente en Dios, por eso tiene la fuerza para soportar el dolor.

Nuestra posición delante de Dios ha de ser libre, no hemos de dejarnos llevar por el miedo, ni la opresión, sino por la confianza, por una actitud humilde que nos lleve a dirigirnos a Él para pedirle que no nos deje solos, que nos acompañe, y que digamos al igual que el ladrón decía “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Sin duda, Jesús nos dirá que “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Texto: Hna. Conchi García.
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