Julio Mariscal en la Feria del Libro

En mi paseo cinegético anual por la Feria del Libro de Madrid, cobré ayer algunas piezas de caza mayor. Me eché al morral, entre otros palpitantes poemarios, un pequeño gran libro: "La mano abierta", de Julio Mariscal (Renacimiento, abril de 2007), una antología viva de versos de este gran poeta de Arcos de la Frontera (Cádiz) que, nacido en 1922, falleció a sus 55 años de tristeza y extrañamiento: "No soportaba –escribe Pedro Sevilla en el prólogo–, ni social ni religiosamente, su homosexualidad... Se aisló, se suicidó lentamente, dejándonos en diez entregas el perfume de su dolor..."

Poeta de honda formación cristiana, no faltaría Julio Mariscal a la cita con Leopoldo de Luis en su imprescindible antología de la Poesía religiosa (Madrid 1969). Sugiere Sevilla, en la presentación de "La mano abierta", las dificultades que habría de padecer el creyente de Arcos en su relación con Dios:
"Extraña y problemática su religiosidad, centrada en un Dios-Hombre justiciero al que implora demandando justicia para el dolor del mundo y para su dolor personal...

Y extraña y obstinada también, su negativa a aceptar su propia homosexualidad, siempre implorando a Dios, ante quien se sentía impuro, aberrante, sucio, y pidiéndole “justicia”, es decir, un amor como el de los otros, con la casa, los niños, las ocho horas de oficina y el cocido y el cine de los jueves. Precisamente cuando Julio Mariscal se entrega al amor homosexual, cuando canta, aunque sea llorando y a escondidas, su pasión homosexual, es cuando da su libro mejor, TIERRA."


¿Por qué los enamorados graban nombres en la corteza de los árboles, febrilmente los dibujan por paredes y playas? Porque identifican cordialmente el nombre con la persona amada. Por eso persisten en acariciarlo, dibujarlo, susurrarlo, gritarlo... Pero Julio, en aquellos helados tiempos de represión (TIERRA se editó en 1965), tenía que morderse los labios para silenciar el nombre mágico, el nombre maldito, para esconderlo secretamente por los rojos armarios del corazón:

XXI

Otros tendrán un nombre que llevarse a la boca.
Un nombre –Rosa, Soledad, María–,
para que les florezcan las nostalgias
de las horas sin besos.

Tendrán un nombre y lo darán al aire
como bandera o torre en vertical dulzura,
y llamarán con él en cada puerta,
y aturdirán con él a los relojes.

Pero yo necesito muchas lágrimas,
muchos golpes de sangre,
mucho dolor y mucha percalina
de este loco
martes de carnaval por donde voy,
para esconder entre silencios duros
este grito de espanto que es tu nombre.

Este grito en las sombras de mi pecho
que me relumbra igual que una custodia.


No puedo revelar tu nombre. No te permiten revelar el mío. Pero sí que pueden nuestros labios, nuestros dientes alimentarse del cuerpo, del corazón del ser querido como pan, como fruta...:


XVIII

Tengo que desterrarte de mi voz,
a ti que eres
voz para mi canción, mi voz en vilo.
Que vallarte el camino de mis brazos,
a ti que vas llegándome
por todos los caminos de la sangre.
Tengo que echarme arena entre los ojos
para hacerte de sombra,
a ti que eres mi tarde de domingo.

Tengo, amor mío, mucho más que esto:
tengo que enarbolar mi cobardía
y amontonar tu nombre
y hacerme espina entre las otras lenguas,
y decir... ¡Qué se yo!... Pero en el fondo,
en el trasmundo de mi voz que muerde
tu carne mía, de mis manos, mía,
tú sabes que te guardo
mi corazón como una hogaza, como
una manzana, para que tus dientes
muerdan el más abril de mis pecados.


Cerraremos página con un texto de Mariscal en la Poética que escribió para la antología de Leopoldo de Luis:

"Uno, que es autor de un libro de poemas religiosos –Quinta palabra– y otro sobre la muerte –Corral de muertos– no se tiene, sin embargo, por poeta adscrito al tema. Sí, desde luego, en uno y otro libro y en su conciencia, está Dios como suprema metafísica, al que el poeta, contrito, intenta aproximarse."
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