Una alondra canta para Benedicto XVI

Era un espléndido día de verano que permanece inolvidable como el momento más importante de mi vida. No se debe ser supersticioso, pero en el momento en que el anciano arzobispo impuso sus manos sobre las mías, un pajarillo –tal vez una alondra– se elevó del altar mayor de la catedral y entonó un breve canto gozoso. Para mí fue como si una voz de lo alto me dijese: “Va bien así, estás en el camino justo”.
A veces en la vida nos ocurren coincidencias mágicas que quisiéramos interpretar como señales de trascendencia. Sorprendeos con los hermosos versos de Soledad Cavero cuando le aterriza entre los dedos una sencilla pluma de ave:
Presiento
que Tú me espiabas detrás de los árboles
para ver cómo admitía tu mensaje divino,
cuando al salir al jardín
cayó una pluma entre mis manos
y miré hacia arriba
con mis ventanales abiertos.
Pensé que podía ser de una paloma
o de una gaviota extraviada,
pero luego
con mis ojos llenos de estrellas,
vi que también podías ser Tú
que posabas en mí tu inmaculada blancura.
Y no os perdáis la bendita aparición de una paloma por las abiertas ventanas de María Victoria Atencia en el poema “Suceso”.