A raíz del suicidio de un joven sacerdote Criticar a los curas es también cuidar a los curas

Criticar a los curas es también cuidar a los curas
Criticar a los curas es también cuidar a los curas IA

Come y bebe con los que te critican y acabarás subiendo al monte con ellos

El suicidio del joven sacerdote Matteo Balzano ha desatado un torrente de escritos hablando sobre la salud mental del clero, el abandono al que se sienten muchos sometidos, el gran problema de la soledad, la importante incidencia de las adicciones de todo tipo, o el tema del celibato como un elemento más de todo esto. 

Yo voy a intentar dar otro enfoque, otro non solum sed etiam que tanto me gustan. Y en este caso haciéndolo en primera persona. 

Sí, soy crítico con el clero, y ellos lo saben. Pero saben, muchos al menos también, que tras esa crítica lo que se esconde es una preocupación por que sean buenos y santos sacerdotes, y que sean felices en el desarrollo de su ministerio porque están siendo testimonio evangélico con sus vidas y sus palabras.  Pero no están exentos de cometer errores, de errar en sus formas y decisiones pastorales. 

Algunos sacerdotes hoy antes fueron mis compañeros del Seminario, del mismo curso o de cursos superiores o inferiores. Hoy, además, son amigos. 

La verdad es que mis artículos críticos con la Iglesia, con el clero o con la jerarquía no llegarán seguramente al 5% de todo lo que escribo, la gran mayoría de mis escritos son positivistas, hablan de las cosas buenas que tenemos en la Iglesia, pero ser libre en la información conlleva también sentir que tienes que hacerte eco de lo que no está bien, al menos para mi. Pero suele coincidir con la opinión de otros también. 

Una sana crítica es una oportunidad de crecimiento para ambas partes, para el que critica y para quien es criticado. La crítica denota también preocupación, interés, deseos de cambios.  ¡Claro que a nadie le gusta que te aireen tus defectos y equivocaciones! Pero cuántas veces es necesario que alguien nos diga lo que otros ven y no nos dicen. 

Los aduladores y palmeros, los que callan y te critican por la espalda, los que no van de frente … a esos hay que temer y poner distancia con ellos. Al que te va de frente con las críticas, acertadas o no, pero de frente, a ese dale las gracias, y luego rebatir lo que no se comparta. 

La crítica, si da pie al diálogo sereno, es también un antídoto contra la soledad. Mientras debates o incluso discutes, no estás solo. Y si esa crítica es constructiva, propositiva, amigable incluso, puede conseguir cambios que te hagan un poco mejor persona, un poco mejor sacerdote. 

El que se aísla de las críticas se aísla también del mundo real, opta por vivir en una burbuja de placer alimentada por palmeros muchas veces. 

Rechazar las críticas es prescindir de una parte de la comunidad. 

Come y bebe con los que te critican y acabarás subiendo al monte con ellos. Descubrirás quizá que hay más cosas que te unen a tus críticos de las que te separan. 

Cuando se le recomienda a un sacerdote tener un director espiritual, un confesor, un acompañante no es para que te dore la píldora, sino para que con afecto te ponga en tu sitio, para que haga de espejo de tus errores. Bien, pues esas acciones de contraste pactadas pueden ser también puntuales con aquellos que te critican ocasionalmente. 

Evidentemente me estoy refiriendo en todo momento a una crítica fraterna, hecha con cariño, aunque no esté exenta de dureza o de crudeza en ocasiones. No me refiero a una crítica visceral, fruto de un rencor personal, no me refiero a una crítica que busque hacer daño gratuito sino a la que sabe que produce un dolor que puede ser sanador. 

El problema es que hoy para muchas personas, para muchas comunidades, la vida de su sacerdote se mira con indiferencia, y eso es más dañino que la crítica. 

Además la sana crítica es la que está siempre presente, no la que aparece por un hecho puntual, es la que busca lo bueno cada día. 

Sí, criticar a los curas es también una forma de preocuparte de su salud mental, es también una forma de cuidarles.

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