Una película de encargo para ensalzar una clase social Altamira. Ni ciencia ni fe
(Peio Sánchez Rodríguez).- El autohomenaje de una clase social. Ni una serie de postales sobre la belleza de Cantabria, ni el ensalzamiento edulcorado de Marcelino Sanz de Sautuola, ni la edición de una guía turística para las cuevas de Altamira dan para hacer una película. El Hugh Hudson que nos admiró con "Carros de fuego" (1981) trabaja en este caso para los Botín que también han decidido hacer su película. La ausencia de inteligencia para abordar la relación entre fe y razón se une a un cierto mesianismo de una clase de elegidos.
Apuntando al melodrama costumbrista, llegamos a añorar el imaginario Cerralbos del Sella de José Luis Garci, esta película de antagonistas nos cuenta la historia del hallazgo de la cueva de Altamira con sus pinturas y grabados del Paleolítico.
Marcelino Sanz de Sautuola -Antonio Banderas hace lo que puede sin mucha convicción y un tanto de exageración- y su hija María Faustina- Allegra Allen es la que mejor se desenvuelve en el film- de 8 años descubren casualmente las pinturas. Pero una coalición de malos intenta desprestigiar el fabuloso hallazgo, encabezados por un monseñor inquisitorial interpretado en plan bulldog por Rupert Everett y por un científico celoso de su ciencia, el profesor Cartailhac con Clément Sibony, tras barbas cada vez más canas. En la parte buenísima, su creyente esposa Conchita interpretada por Golshifteh Farahani. ¿Qué hace una actriz iraní interpretando a la doña Concha de Escalante cántabra?
En la producción Morena Films, cuya presidenta es Lucrecia Botin-Sanz de Sautuola, sobrina de Emilio Botín que coloca a toda la familia en esta empresa publicitaria. Se trata de rehabilitar a su tatarabuela, la pequeña descubridora, y el indomable don Marcelino. Que la cinta se plantee como un homenaje al calumniado como impostor puede ser un acto de justicia pero el resultado se desastroso. La fotografía del almodovareño José Luis Alcaine resulta recargada y preciosista, lástima del cementerio de Comillas maltratado.
El libreto resulta tan hagiográfico como lamentable, los personajes son simplificaciones huecas y la búsqueda del melodrama es el recurso de supervivencia cuando todo es previsible y desaborido. Del director solo queda algún rastro de su viejo buen hacer en la representación del mundo de los bisontes, esa presencia que recuerda la verdad que impone la realidad.
El mundo de los señoritos Sanz de Sautuola es perfecto en su mansión y en su vestuario preciosista. Esta complacencia tan dulzona en lo social hace sospechar que algunos parámetros de relaciones sociales perviven viniendo como los bisontes desde el paleolítico. La persecución a don Marcelino será obra de la iglesia y de los tozudos científicos que por fin, y en el tiempo de descuento, entonarán el mea culpa. El luchador de la verdad que abre el camino entre dificultades resulta aquí sospechoso de representar una clase ególatra que se autoconcede una misión salvadora. Interesante confesión de una familia.
El tema ciencia y fe, esposo y esposa, es un tema manido en el cine reciente. Ha sido tratado en "La teoría del todo" (2014) de James Marsh. Allí el ateo y discapacitado Stephen Hawking, Eddie Redmayne en estado de gracia, se enfrenta con su esposa (Felicity Jones) sobre el tema de la fe. La tensión se mantiene con ingenio y sutileza, sin una resolución precipitada, y dejando cuestiones abiertas al espectador. Algo semejante ocurría en "La duda de Darwin" (Creaton, 2009) de Jon Amiel. El torturado autor de El origen de las especies, según el film, encuentra apoyo en su esposa, así la duda que genera la búsqueda de la verdad se apoya en la fe a la vez que la incertidumbre permanece.
Ni rastro de reflexión en "Altamira". La figura del monseñor resulta grotesca aunque bien podría haber representado a una fe cuestionada por la evolución, una sutileza que supera al esquematismo maniqueo del guion. El concordismo final de esposo y esposa resulta infantil. Se pierde la oportunidad de mostrar la búsqueda de la verdad y la crisis de fe como la posibilidad de crecer en el acercamiento al misterio del universo y en definitiva de Dios.
La teología reciente insiste en que la omnipotencia divina actúa de forma continuada desde la debilidad en consonancia con la autonomía de las criaturas. La relación entre ciencia y fe, desde la experiencia de los dos últimos siglos, se ha desplegado en autonomía de objetivos y métodos. La ciencia faústica (omnisciencia) y la ciencia prometeica (omnipotencia) está evolucionando desde una visión racional abierta y con responsabilidad social. La teología ha realizado un ejercicio de kénosis para comprender el sentido del Dios que crea amando y otorgando libertad a las criaturas.
Por ello, la visión de la complementariedad exige correcciones ante la simplificación. Algo que está ausente en esta "Altamira" superficial y prescindible aunque, por cierto, cargada de subvenciones públicas y televisivas. Una lástima.