No se sustituye la procreación por la fabricación, se la facilita Embarazo no es montaje
(Juán Masiá Clavel, jesuita experto en Bioética).- Esta vez no hubo felicitación eclesiástica para el Premio Nobel de Medicina, Dr. Robert G. Edwards. Los medios vaticanos criticaron la concesión del galardón al padre terapéutico del impropiamente llamado 'bebé-probeta'. 'El Osservatore Romano' afirmó que «la prevención de la esterilidad tendría más mérito que el logro tecnológico de la fecundación in vitro».
Cuando nació Louise Brown, en julio de 1978, la reacción fue ambivalente: ¿panacea contra esterilidad o abuso tecnológico? Con sentido común, el cardenal Luciani evitó ambos extremos. Felicitó a la recién nacida, a sus progenitores y a los médicos. No condenó el procedimiento, aunque dejó abierta la cuestión sobre posibles abusos. Ganaba así credibilidad para la iglesia el patriarca de Venecia. Poco después fue elegido Papa, pero apenas duró un mes Juan Pablo I. ¿Qué rumbo habría seguido la nave de Pedro sin la extraña muerte, sospechosamente prematura, de Albino Luciani?
Hoy soplan otros vientos en las cúpulas institucionales católicas. Al Dr. Edwards no sólo le niegan congratulaciones, sino reprueban los resultados de su investigación, sin pensar en los más de cuatro millones de criaturas alumbradas gracias a su esfuerzo pionero.
El diario 'Avvenire', de la Conferencia Episcopal Italiana, deploraba la investigación sobre embriones humanos. El presidente de la Academia Pontificia de la Vida, Ignacio Carrasco de Paula, calificaba como «fuera de lugar» otorgar el Nobel a quien es responsable de «abrir una puerta equivocada a tratamientos que no modifican mínimamente el cuadro patológico de la esterilidad». El presidente de la Federación Internacional de Médicos Católicos, José María Simón Castellvi, criticaba «el uso de embriones humanos como mercancía, en vez de respetarlos como individuos valiosos».
Estas afirmaciones producen vergüenza ajena en científicos, médicos y moralistas católicos. No es de recibo, ni científica ni éticamente, oponerse a la «procreación médicamente facilitada». No debería decirse «fecundación artificial», «reproducción menos natural» o «fabricación de bebés-probeta». Cuando aquel óvulo fecundado estaba en la probeta, no era un bebé, y si llegó a serlo meses más tarde, no fue porque lo 'fabricaran' en una probeta, sino por constituirse en el seno materno durante el proceso de gestación.
El embarazo no es un montaje de piezas como ensamblar en cadena componentes de maquinaria. La tecnología facilita el encuentro de los gametos en el tubo de ensayo y su implantación en el seno materno, así como ayuda durante ese trayecto al proceso natural de la gestación. No se sustituye la procreación por la fabricación, sino se la facilita. Hasta el mismo teólogo Ratzinger lo reconocía al presentar en conferencia de prensa, en 1987, el texto vaticano 'Donum vitae', opuesto por otra parte a la reproducción asistida.
Tales documentos adolecen de una concepción biológica y antropológica equivocada; ven la fecundación y gestación como si fuera algo estático, mecánico, automático, o casi mágico. Cuando una madre exclama: «¡Hija/o de mis entrañas!» expresa una verdad profunda, la relación embrio-materna es justamente entrañable. Ni el seno materno es un mero recipiente, ni la mujer una máquina de engendrar como molde de fábrica.
En el intercambio embrio-materno, a través de la placenta, la madre hará para el embrión un papel de pulmones, estómago, riñón, etc.; le proporcionará oxígeno y nutrición y se encargará de asumir sus desechos. Por eso, el embarazo es carga para la gestante y beneficio para la futura nueva vida, todavía emergente, que se está constituyendo. El intercambio embrio-materno es constitutivo de la nueva vida, que llamamos feto a partir de la octava semana. Es esencial, para la constitución del nuevo ser, la relación embrio-materna de la semana tercera a la octava aproximadamente.
En ese contexto biológico se enmarca la distinción ética entre contracepción (impedir, ya sea mecánica, química o espontáneamente, el encuentro de los gametos para formar el cigoto), intercepción (impedir la implantación del pre-embrión en el seno materno, por ejemplo, mediante un dispositivo intrauterino), interrupción prematura del embarazo (antes de la octava semana) y aborto en el sentido moralmente estricto de la palabra (a partir de la octava semana).
Quienes rechazan los méritos, tardíamente reconocidos, del reciente premio Nobel, en vez de precipitarse a condenar, deberían repasar biología y filosofía, para ponerse al día en ética.