El Vía Crucis de la esperanza "Que las voces de los niños retumben en la conciencia de toda la humanidad"

Estaciones del Via Crucis
Estaciones del Via Crucis

"El año pasado se produjo un antes y un después porque siempre recordaríamos ese Vía Crucis como el primero de la pandemia del COVID-19. Francisco dejó muy alto el listón"

"¿De qué se hablaría después de doce meses con miles de dramas y muertes humanas en todo el mundo?"

"Este año, Francisco ha encargado las meditaciones un Grupo Scout de la región italiana de Umbría y a una parroquia romana y hemos asistido al Vía Crucis de la esperanza porque se ha hecho memoria de la pasión y muerte de Jesús desde las voces de los niños y niñas del mundo"

El año pasado, en la Semana Santa del confinamiento, esperé con ansiedad y curiosidad qué diría Francisco en el Vía Crucis del Viernes Santo. Qué mensaje se iba a transmitir en plena pandemia y confinamiento domiciliario en medio mundo. No sé si fue por el recogimiento, junto con el silencio casi perpetuo que brotaba de las calles desiertas, que se convirtió en el Vía Crucis más profundo y sentido de mi vida. Se dedicó al mundo penitenciario y a todas las personas que trabajan y viven a diario en una de las periferias más desconocidas y olvidadas.

A medida que avanzaban las estaciones, no paraba de recibir mensajes que destacaban que algo diferente y único se estaba produciendo en Roma. La puesta en escena lo sugería, el Papa sólo en la Plaza de San Pedro, con una mirada cercana y de acompañamiento a una humanidad desorientada y llena de dudas ante los acontecimientos que se estaban viviendo.

El listón se dejó muy alto, se produjo un antes y un después porque siempre recordaríamos ese Vía Crucis como el primero de la pandemia del COVID-19. Y este año, con las constantes idas y venidas de la incidencia del virus, con la sensación, a pesar de la los procesos de vacunación, de que esto parece que nunca vaya a acabar, ¿de qué se hablaría después de doce meses con miles de dramas y muertes humanas en todo el mundo?

En un contexto de crisis con una falta de liderazgo sin precedentes a nivel económico, político y social, la voz de Francisco, uno de los últimos reductos de conciencia ética que existen, ha tenido la visión de concentrar las estaciones de la pasión y muerte de Jesús en el mundo de la juventud. Representa la esperanza plena de la sociedad, su futuro, y en cambio es, en muchos momentos, la gran olvidada y descartada, junto a las personas mayores, de la actualidad. Para darles voz se ha encargado de las meditaciones un Grupo Scout de la región italiana de Umbría y a una parroquia romana.

Han ido acompañadas de dibujos e imágenes que han hecho niños y jóvenes de 3 a 19 años de la Casa Familiar Mater Divina Amoris y de la Casa Familiar Tetto Casal Fattoria. Todo ello para comprender la complejidad de un mundo lleno de pequeñas y grandes cruces que se dan a diario, pero con confianza de cara al futuro, transformando las estructuras injustas de la sociedad en espacios de encuentro y esperanza.

La parroquia romana Santos Mártires de Uganda trabaja la catequesis para personas discapacitadas y con mujeres y niños víctimas de maltratos. ¿Somos conscientes de los anhelos, problemas y sueños de nuestra juventud, de nuestros niños y nuestras niñas? ¿Los hemos escuchado? En el Vía Crucis de Viernes Santo en Roma han tenido un altavoz para hacer escuchar su voz y caer en la cuenta que sin su presencia el futuro de la humanidad andará entre tinieblas.

En la primera estación en la que Pilato deja en libertad a Barrabás por temor a no enfrentarse a una revuelta, se relata el testimonio de un niño que cuenta que un amigo suyo llamado Marco había sido acusado por robar un bocadillo. No había sido él, sin embargo, se lavó las manos, al igual que Pilato, y no le ayudó para hacer justicia por falta de valentía y por miedo al qué dirán. Cuántas veces nos acobardamos y no damos la cara por nuestras comodidades y egoísmos.

La presencia de Jesús es fundamental para que nos dé valor para aplicar la justicia, incluso cuando atravesemos cañadas oscuras en nuestra vida.

La segunda estación, en la que Jesús carga con la cruz y es insultado y objeto de burlas, una niña cuenta cómo una alumna de su clase, Martina, comenzó a leer en voz alta y a medida que avanzaba la lectura las palabras dejaban de perder su significado por sus dificultades en el habla. Se rieron de ella y le provocaron daño, de igual forma que a Jesús.

Las persecuciones no son acciones del pasado, se dan en cada rincón y momento de nuestra existencia. Detrás de cada carcajada se escondían complejos y problemas por superar. Esta estación nos recuerda, y de forma especial a las personas que nos dedicamos a la educación, el silencio y el sufrimiento de las personas con dificultades en el habla, disfemia, dislexia, disgrafía… sepamos acoger y apoyar a estos niños y niñas que sufren casi siempre en el más absoluto anonimato.

Cuando Jesús cae por primera vez, tercera estación, un niño de 5º de primaria ha relatado cómo era el mejor en matemáticas, acabando el primero los exámenes con la máxima nota. Hasta que un día ya no fue el primero. Sufrió una gran decepción, creyendo que no valía nada, le hizo caer, pero se levantó gracias al apoyo y al testigo de amor de sus padres. Caeremos muchas veces, nuestras cruces diarias pesarán y ahí siempre estará Jesús para acompañarnos. Ahí reside el misterio de la encarnación de Jesús que se da en Belén y finaliza en el monte Gólgota. Se hace uno de nosotros para acompañarnos y no abandonarnos. Cuántas veces olvidamos que nunca se cansa de perdonarnos a pesar de nuestros defectos y miserias.

La cuarta estación, por su parte, ha sido uno de los momentos más intensos del Vía Crucis porque implica el encuentro de María con Jesús en el Calvario. Se ha plasmado con el relato de un niño que contaba que, ante cualquier problema, incluso cuando tenía pesadillas, su madre estaba ahí, acogiéndolo desde su eterna sonrisa y ternura. Esta estación es un reconocimiento a todas las madres del mundo, por su dedicación, por su amor y servicio que es uno de los verdaderos motores de la realización del bien en la historia.

De la mano del cirineo en la quinta estación, se cuenta la importancia de reconocer al alejado, del recién llegado, de aquel que quiere formar parte de un mundo que desconoce. Es lo que le pasó a Balit. Un niño le invitó a jugar en el parque y ahora forma parte de un grupo de amigos. No es suficiente con ver de lejos, tenemos que acercarnos para reconocer las necesidades de las personas, de forma especial a los últimos para darles de comer, vestirlos y visitarlos en las diferentes circunstancias de la vida.

En la sexta y séptima estación se ha contado la fuerza de los gestos sencillos como el poder de la sonrisa o visitar a una persona cuando no se lo espera. A los niños les encantan las sorpresas. Cuánto hemos dejado de sorprendernos, de ver el aspecto jovial de la vida. La vida se nos presenta siempre de forma pesada, sin sentido, nos levantamos y nos acostamos cansados. Jesús señala a los niños como los verdaderos representantes y símbolos de su Reino. La alegría más inmensa de una familia es cuando un niño o una niña viene de camino a este mundo. Sin embargo, nos perdemos por el egoísmo y los enfrentamientos estériles, olvidando lo verdaderamente importante. En la novena estación se ha narrado esto con absoluta claridad. Una niña ha leído cómo en el último año no ha visitado ni a su familia, ni a sus abuelos ni amigos del colegio. Antes, expresaba con dolor, me alegraba cuando no había colegio, ahora, por el contrario, estoy deseando volver para reencontrarme con los demás.

Cuando estamos bien perdemos el tiempo en aquello que no lleva a ningún lado y la soledad como el sufrimiento nos recuerdan qué es lo importante. Jesús nos recuerda que el abandono y la soledad llevan a la destrucción de la persona. Para evitarlo sólo cabe la felicidad y la verdadera libertad que nos da el servicio como se ha contado en la décima estación. Una niña tenía la estantería llena de muñecas, a todas las tenía un cariño especial. Pero un domingo el sacerdote de su parroquia pidió una recogida de juguetes para los niños de Kosovo.

Dio, en principio las que menos le gustaban, pero una noche, sin pegar ojo, se levantó y regaló las que más necesitaba. Seguir a Jesús nos lleva a preguntarnos a niños, jóvenes y adultos a saber despojarnos y librarnos no sólo de lo sobrante y superfluo, sino de lo más necesario, de aquello que nos es más propio. Jesús se despojó por nosotros hasta morir, y nosotros, ¿nos despojamos de aquello que hiere y daña a los que nos rodean?

Posiblemente, uno de los momentos que siempre se recordarán será la duodécima estación, Jesús muere en la cruz, por la crudeza de una pregunta que incide en el fundamento mismo del misterio de la existencia de Dios. Una niña contaba que hacía poco había escrito una redacción sobre la utilización de los niños por parte de la mafia. ¿Es posible perdonar esto? Adquiere una mayor radicalidad en boca de una niña. Por difícil que nos parezca, aunque ponga en jaque nuestra fe, sí que es perdonable porque Jesús vino a salvar a los pecadores, a aquellos que el pecado ha arrasado sus vidas.

Lo demostró perdonando a sus verdugos, a los que lo insultaban y se mofaban de Él por no defenderse ni bajar de la cruz. ¿Retenemos las ofensas? ¿El rencor tiene cabida en nuestra vida? ¿Tenemos sed de venganza? Jesús nunca la tuvo y para ello vino el mundo para dar testimonio de ello y poder asumirlo desde nuestras acciones cotidianas y diarias.

Las dos últimas estaciones se han concentrado en la inmensa gratitud de que Jesús nos acompañe en el transcurso de nuestra vida. Se ha relatado cómo a un abuelo se lo llevó la ambulancia por el Covid-19, no pudo despedirse de él, pero encontró consuelo rezando y con la seguridad de que Jesús lo acompañó hasta el lecho de muerte. Nos enseña a hacer el bien, a amar a los otros como verdaderos hermanos, a servir, a liberarse de los prejuicios que enfrentan y separan a las personas. Jesús nos enseña que en las historias difíciles la muerte no tiene la última palabra porque ejemplifica el paso a la esperanza de la Pascua.

En definitiva, hemos asistido al Vía Crucis de la esperanza porque se ha hecho memoria de la pasión y muerte de Jesús desde las voces de los niños y niñas del mundo. En ese trayecto Jesús nos invita a llevar luz donde encontremos tinieblas, vida donde domina la muerte y amor donde se dé el odio.

Que estas voces que se han escuchado en la plaza de San Pedro en Roma retumben en la conciencia de toda la humanidad para que sepamos cuidar y proteger a los más débiles y necesitados. Sólo de esa forma podremos atisbar nuestro porvenir con alegría y esperanza.

José Miguel Martínez Castelló es doctor en Filosofía. Voluntario en el Centro Penitenciario de Picassent (Valencia). Profesor de Filosofía en el Colegio Patronato de la Juventud Obrera. Autor del libro, Esperanza entre rejas: retos del voluntariado penitenciario. PPC, Madrid, 2021.

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