"Quien confía jamás muere" La muerte, un prólogo…

Cementerio de Colón
Cementerio de Colón

"Memoria y celebración, dos palabras que amparan la vida, provocan lo humano, encarnan el gozo y la tragedia de la frágil condición antropológica… Cuerpo y palabra, esta es la cuna de la vida"

"Tener fe en el Dios de la encarnación permite abrazar la muerte y liberarnos del miedo…  es un acto profundo de fe"

"Celebrar con los Fieles Difuntos permite entender que la vida es una sola, sin divisiones, sin particiones, sin más allá y más acá… hace entender que el olvido es imposible"

"Están, siempre estarán… Quien confía jamás muere, ya ha descubierto lo eterno en su carne"

“En esto consiste la vida eterna:

En conocerte a ti, el único Dios verdadero,

Y a tu enviado, Jesús el Mesías”

Juan 17,3

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Memoria y celebración, dos palabras que amparan la vida, provocan lo humano, encarnan el gozo y la tragedia de la frágil condición antropológica. Habitar la precariedad enseña que asumir es empalabrar de nuevo la realidad. No se puede ser humano al margen de la palabra, ella nos reclama siempre. El diálogo auténtico revela que la muerte, al decirse de nuevo en el lenguaje, es una Rúaj originaria contenida en la vulnerabilidad. Cuerpo y palabra, esta es la cuna de la vida. Ante la muerte: memoria y celebración, allí acontece sigilosamente Dios que es entrega infinita en nuestra carne.

Celebrar con los Fieles Difuntos permite entender que la vida es una sola, sin divisiones, sin particiones, sin más allá y más acá. Dios es, la vida es, nosotros somos. La fe, no el adoctrinamiento, permite romper con la tragedia del “antikerygma”. Si la muerte es tragedia, el ser humano no se ha descubierto habitado por Dios (Cfr. Hch 17,28), sigue a merced de la manipulación religiosa. El rito de exequias que propone el cristianismo, culmen de la experiencia existencial de Dios, es siempre prólogo de vida, el epílogo escapa a nuestras posibilidades. De esta manera, los rituales son procesos de incorporación y escenificaciones corpóreas. Los órdenes y los valores vigentes de una comunidad se experimentan y se consolidan corporalmente. Quedan consignados en el cuerpo, es decir, se asimilan corporalmente. De este modo, los rituales generan un saber corporizado y una memoria corpórea, una identificación corporizada, una compenetración corporal (Byung-Chul Han – La desaparición de los rituales, p. 23).

La vida de las personas amadas, que ahora son presencia ausente, queda eternizada en la memoria del cuerpo. Celebrar con los Fieles Difuntos hace entender que el olvido es imposible, pues la piel está conmovida con su recuerdo que se hace caricia. La carne nuestra es el ya de la Resurrección, allí está concentrado el aroma de la Pascua. Desde este ángulo, celebra solamente quien está vivo, todos lo estamos, nosotros y los difuntos que es otra forma de decir vida. La fe cristiana está gestada en la festividad, allí somos convocados con la misma vida de Dios que nos habita. Celebrar con los Fieles Difuntos es abrirnos a la Pascua, al Kairós, y permitir que su huella vaya tejiendo nuestra existencia que siempre ha sido génesis resucitada.

La dinámica celebrativa nos sitúa en lo esencial de la vida: palabra, gesto, música, cena y vínculo. Para vivir no necesitamos mucho, basta entender que nuestra finitud reclama siempre ser entregada, allí es don y no tragedia. Ante la muerte sólo es libre quien hace de su vida una ofrenda; el miedo desaparece cuando la conciencia nos recuerda que lo recibido es don, y como don, no puede ser retenido. Existir es darse y darse es no morir jamás (Cfr. Jn 10,18).

Eucaristía

Celebramos la Eucaristía hoy, 2 de noviembre, con la convicción de reencontrarnos con nuestra historia hecha salvación, historia con rostros y nombres que siguen sosteniéndonos, así entendemos que nos salvan los que amamos y que su presencia hecha sacramento en el pan y el vino con Jesús, desvela la profundidad del sentir que no acaba. En esta memoria, fiesta de vida, abrimos la existencia a una nueva relación, la única que plenifica al comulgar con ellos. De esta manera, “lo angustioso y esquizofrénico es la tierra sin relación con el cielo, o el cielo sin relación con la tierra. El horizonte, que tanto nos calma, es relacional. Nos salvan las relaciones” (Josep María Esquirol – Humano, más humano, p. 15). En la vida de los otros, la nuestra queda amparada por la eternidad. Estar salvado es poder vivir y hacer memoria de quienes nos han construido. 

"Estar salvado es poder vivir y hacer memoria de quienes nos han construido"

Tener fe en el Dios de la encarnación permite abrazar la muerte y liberarnos del miedo, allí sabemos que nuestro destino definitivo no es la frialdad de un cementerio, sino, la plenitud del ágape en el cual somos uno (Cfr. Jn 17,21 – 1 Jn 4,8). Ante la muerte, tenemos palabra: frágil, quebradiza, vulnerable, menesterosa; sí, palabra precaria que nos abraza y consuela en la intemperie. Nuestro reempalabrar la muerte es un acto profundo de fe, al nombrar los que amamos y están plenificados en Dios, experimentamos que “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma” (Ritual de Exequias – Prefacio I de Difuntos). Nuestro lenguaje es pórtico de vida, hablar y celebrar es resistir al silencio de la tumba.

"Estamos hechos de cielo, por eso 'vivimos siempre en despedida'. La muerte es vida, herencia dejada en la existencia"

Vivir la muerte, llorar la muerte, celebrar la muerte. Entre rostros, amores y memoria, la vida sigue construyéndose. Estamos hechos de cielo, por eso “vivimos siempre en despedida”. La muerte es vida, herencia dejada en la existencia de los que celebramos y que ahora son más nuestros. Desde esta opción, 

El misterio de la vida no está en la ultimidad de la muerte, sino en la penultimidad de la propia vida viviéndose y pensándose. Quizá del misterio de la vida lo único que quepa vislumbrar es que es el misterio de la vida y no de la muerte; que la ley de la muerte forma parte del misterio de la vida y no al revés. Que la muerte siempre viene para sellar la vida; pero sólo puede venir porque hay vida. La muerte depende de la vida, pero no necesariamente la vida de la muerte (Josep María Esquirol – Humano, más humano, p. 169).

Están, siempre estarán… El corazón agitado, una lágrima cae, un suspiro hondo nos abre al sentir de nuestro cuerpo y nos une festivamente a todos aquellos que viven en nuestro interior, aquellos que son memoria, aquellos que estarán para siempre, aquellos en los cuales somos. Los que viven en el “lado profundamente humano de la vida”, y que nombramos con la bella palabra Dios, nos abren camino para estar de pie y llegar al ocaso de la propia existencia atisbando la Pascua. Una vez allí, y solamente allí, entenderemos que la muerte es protopalabra, originaria, palabra reveladora de resurrección. Morimos al interior de la Vida. La muerte, al igual que la vida, es un acto profundo de confianza (Cfr. Lc 24,46). Quien confía jamás muere, ya ha descubierto lo eterno en su carne.

Siempre estarán…
Siempre estarán… Foto de Mike Labrum en Unsplash

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