Antonio Aradillas Nos quedamos sin eucaristía

(Antonio Ardillas).- Sí, al paso que vamos, nos quedamos, -nos estamos quedando ya-, sin Eucaristía. Esta es la tremenda y veraz conclusión a la que dramáticamente se llega, cuando la pasada festividad del Corpus, o cualquier acontecimiento litúrgico, nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre el sacrosanto misterio eucarístico.

No pocos pueblos y parroquias de España se han visto obligadas a prescindir este año de la misa y procesión propias del Corpus, o "Día del Señor". La falta de sacerdotes lo explica de modo intachable y expresivo. Las jubilaciones de unos, achaques y enfermedades de otros, pese a la santa y decidida vocación de servicio a la comunidad eclesial, impidieron que las campanas de los respectivos templos se echaran al vuelo y proclamaran con júbilo la presencia real de Jesús en la Eucaristía.

Son ya muchos los pueblos y las parroquias en las que durante el año se celebran muy pocas misas, con excepción de las de los funerales en sufragio de las almas de los fieles difuntos. En otros pueblos y parroquias, a las misas es preciso aplicarles el apelativo de "exprés" -rapidez-, a consecuencia de la falta de tiempo de que dispone el celebrante, con las llaves del coche, o de la moto, ya colocadas, con el fin de desplazarse lo más rápidamente posible a otro lugar, y así sucesivamente. Aun cuando el ritual litúrgico, y los santos cánones y mandamientos de la Iglesia, se cumplan más o menos a la perfección, la misa "exprés" difícilmente podrá ser y llamarse misa, por la sencilla y práctica razón de que las prisas -pastorales y litúrgicas- no tienen cabida en el organigrama religioso.

El futuro eucarístico tampoco es halagüeño. Seminarios y noviciados con frecuencia son borrados de los planos municipales, en los que antes ocupaban importantes y notables espacio, al haber sido ya cerrados por falta de inquilinos y ser dedicados a otros menesteres, como oficinas diocesanas, museos, casas de culturas o palacios episcopales, que "de todo hay en la viña del Señor". Quienes crean que estas aseveraciones son exageradas y potencien al máximo, y con desbordante optimismo, el hecho de que, en determinada diócesis, congregación o movimiento piadoso, se vislumbra alguna pizca de renacimiento vocacional, que haga el favor de referírnoslo, para poder comprobar si se trata de una fantasía pastoral más, o de que la vista precisa de revisión, y los oídos de nuevos "sonotones".

Para nadie es un secreto que, sin Eucaristía, es decir, sin misas, no es Iglesia la Iglesia. Misa-Eucaristía e Iglesia, es un todo -el "Todo"- de nuestra religión. La "Cena del Señor" -"fractio panis"- , con la fraterna, sublime y misteriosa participación de todos y cada uno de los asistentes, es signo y sacramento de Iglesia. Iglesia, sin Eucaristía y sin su celebración, es, a lo más, catequesis, anticipo, subterfugio o remedo de ella, por lo que tanto es de alabar la labor ejercida por religiosas y seglares en un santo intento de suplir la presencia de los "ministros del Señor", consagrados como sacerdotes.

Mientras tanto, y ante `panorama religioso y pastoral tan desolador, la actividad jerárquica en relación con el tema, no parece ser de provecho, ejemplar y edificador de Iglesia. Además del "Día del Seminario" y del de las "Vocaciones Sagradas", en general, con sus colectas y rezos, hace falta activar otros recursos a los que definan la audacia, el valor, el atrevimiento y la imaginación, al servicio de la Santa Madre Iglesia y en fiel consonancia con las demandas de los tiempos presentes y futuros.

Nadie, con sensatez, con religión y evangelio, puede a estas alturas pretender afrontar tema de tanta gravedad y trascendencia, por ejemplo, negándoseles a los " ex curas" que lo quieran, participar en la celebración eucarística y en el misterio pastoral en general, casados o en tramitación de su secularización. La negativa nada menos que "en el nombre de Dios", a que las mujeres accedan al sacerdocio, con aportación imposible de argumentos de más que dudosa procedencia bíblica y teológica, jamás será solución decente para ofuscarse en el inveraz "siempre fue así", con escándalo para parroquianos/as y ex -parroquianos/as.

La aseveración, hasta con ribetes dogmáticos, de que el Código de Derecho Canónico y la Sagrada Liturgia así lo establecen, definen o ordenan, no tiene tanta consistencia como para que la resignación y la "aceptación de la voluntad del Señor" - "Dios proveerá"- habrá de seguir siendo, hoy por hoy, la única e implacable solución "cristiana".

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