Silencio…

De camino al trabajo
en una mañana gélida de enero
me envolvieron las dudas,

como moscas pequeñitas,
revoltosas, pertinaces,
tratando de ocultar
los reflejos del alba
recién amanecida.

No hacían más que mostrarme la visión
de tantas miradas sin fulgor ni vida,
que te traspasan cuando la mar se calma
y se te clavan en el alma como cuchillas.

O me sumergían en el recuerdo
de la noche en que los cuerpos oscuros
se desvanecían en la hoguera
que los atrapaba entre la miseria y el sueño.

Y aunque las espantara regresaban

raudas, veloces, me cubrían
y cambiaban de tono, empapándome
del color rojo-sangre y su umbría.

Yo no hacía más que preguntarme
por qué en este principio de año
de tan buenos propósitos,
me visitaban imprudentes,
golosos, los dípteros de la incertidumbre.

Incluso decidí
preguntárselo a este poema,

por si pudiera hallar
una respuesta adecuada
a tan insólito suceso.

Pero no hubo más que
silencio, silencio, silencio…
Volver arriba