El sabor eterno del tiempo


Tiene algo de nostalgia despedir un año, aunque esto de las fechas sea una convención del calendario. Porque en realidad cada día, cada minuto, cada segundo estamos de despedida de algo: personas, paisajes, casas, vivencias, y en nuestro propio cuerpo vamos coleccionando cambios que atestiguan el paso del tiempo.

¿Por qué somos temporales? ¿No sería mucho mejor ser eternos? En realidad somos temporales y eternos a la vez, si despertamos a nuestra auténtica identidad. Y después de todo, ¿este sentirse temporal no es también fuente de gozo? ¿No hay un sabor a infinito en todo lo finito?





ETERNIDAD SIN TIEMPO




Si al nacer me muriera de repente

y al morirme de pronto renaciera,

¿qué sería de la vida en primavera

sin el gozo de vivir finitamente?



¿Qué del agua que nace en la sorgente

y de ese mar que canta en la escollera

y del beso de amor y la palmera

y del niño que juega libremente?



La eternidad sin tiempo no sería

como un sol presentido entre la niebla,

ni sin misterio, la flor de la poesía.



Gracias a que me siento peregrino

que ríe, llora y anda en la tiniebla,

vislumbro al caminar que soy divino.



Pedro Miguel Lamet
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