Te vaciaste de todo, incluso de las horas
en que el Padre te abría, como versos,
los secretos del Mar por descansar del tiempo.
Desnudez de la noche, sabor al sin-sentido, al sin-deseo,
abismo de cruzar estando solo el paso del no ser,
sin el aliento de aquellos que estrecharon con tus manos
sus manos de penumbra en los senderos,
de amistad y comida,
de luna y de desiertos.
Te quedaste en el hombre tan sin aire
que toda nuestra muerte sobre el cuerpo
te desnudaba el alma a trozos, lentamente,
para que hicieras bien la boca a nuestro miedo,
y en el agua nacida en tu sequía,
tras tu dolor,
naciéramos al sol del universo.
Pedro Miguel Lamet