A 40 años de su pascua, reconocimiento de su figura y acción pastoral Vicente Faustino Zazpe, pastor y profeta según el modelo del Vaticano II

Vicente Faustino Zazpe
Vicente Faustino Zazpe

"El 24 de enero se cumplen 40 años de la muerte de monseñor Vicente F. Zazpe (1984-2024). Era porteño, nacido el 15 de febrero de 1920. Con 41 años de edad, Juan XXIII lo nombró primer obispo de Rafaela, una nueva diócesis"

"Su ministerio episcopal en Rafaela estará profundamente marcado por su participación en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II (1962-1965), donde advierte: "el Concilio debe hablar no tanto para los católicos sino para los no-católicos, que son gran parte de la humanidad y que aunque no como madre, al menos como maestra a menudo quieren reconocerla"

"La figura de Zazpe demoró demasido tiempo en ser redescubierta por las nuevas generaciones particularmente en su arquidiócesis de Santa Fe. La pregunta es por qué"

Zazpe ocupa un lugar relevante en la Iglesia argentina desde finales de los años 60. En la monumental obra en tres tomos, La verdad los hará libres, aparecida en 2023, se cita el nombre de Zazpe más de 200 veces

A 40 años de su pascua, puede augurarse que otros tiempos y con otro espíritu de eclesialidad y compromiso social, se devuelva a Zazpe el lugar que justamente merece y que la sociedad actual necesita

El 24 de enero se cumplen 40 años de la muerte de monseñor Vicente F. Zazpe (1984-2024). Tenía yo 23 años, aunque lo conocí y traté desde los 17 años en 1978, con motivo de mi ingreso al seminario menor, y más exactamente lo ví por primera vez en 1976 aunque no pude saludarlo, en una misa en desagravio en la catedral de Santa Fe, después de su liberación en Riobamba (Ecuador) en la reunión de obispos latinoamericanos y norteamericanos, que habían sido detenidos e interrogados por las Fuerzas Armadas pues los consideraban obispos “revolucionarios”. La reunión había sido una invitación de monseñor Leónidas Proaño, pionero de la pastoral aborigen, para tratar temas de pastoral en contexto latinoamericano (Paz y Justicia, 41-43 [1976], pp. 1-7).

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El día de su funeral -yo acababa de entrar a la teología- tengo el recuerdo de la Plaza de Mayo (Santa Fe/Argentina) repleta, en su inmensa mayoría gente humilde y pobre, colmando los vallados que delimitaban el escenario levantado frente al edificio de Tribunales. Siendo en aquel momento integrante del coro, me tocó cantar el salmo responsorial de la misa exequial y el “creo que mi redentor vive” en el rito de última despedida en la nave lateral de la izquierda de la Iglesia catedral. Para los detalles tuve, como pocos, el privilegio de una posición única, incluyendo el momento “incómodo” de la deposición del ataud, que literalmente no “entraba” correctamente en la fosa, porque los obreros en el acelere del trabajo, habían calculado mal las medidas, con lo cual el feretro entró con una ligera inclinación hacia arriba “casi en posición de resurrección” como repite el epitafio de su tumba (“Predicó la resurreción, la celebró en los misterios, ahora espera la suya”).

Zazpe
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Vicente Zazpe era porteño, nacido el 15 de febrero de 1920, y crecido en el seno de una familia procedente de Navarra, alumno del Nacional Buenos Aires, trabajó cristianamente en la parroquia San Francisco Javier en el barrio de Palermo viejo. Estudió medicina hasta el tercer año en la Universidad de Buenos Aires y en 1942, ingresó al Seminario Metropolitano en Villa Devoto donde cursó estudios de humanidades, filosofía y teología, ordenándose de presbítero el 28 de noviembre de 1948.

Como primer destino, fue designado vicario de la Basílica de Santa Rosa Lima, donde tuvo como guía y maestro al P. Rodolfo Carbone. Por esos años, fue asesor de la Acción Católica, asesor nacional del consejo superior de los Estudiantes secundarios, y también viceasesor de la Acción Católica Argentina, en 1950 creó y puso en marcha una campaña de “predicación callejera” que llegaba a lugares y paseos porteños como Plaza Italia, Parque de los Patricios y Parque Rivadavia, una novedad pastoral para la epoca que impactó y motivó mucho a los jóvenes.

Entre 1959-1960 tendrá sus últimos destinos en Buenos Aires; en el barrio de Belgrano compró una casa en Ramón Freire y Olazábal, donde había vivivo Douglas Burton, presbítero anglicano con su familia, y allí edificará la parroquia Nuestra Señora de Lourdes (O. D. Santagada, Anglicanos y católicos. El camino hacia la unidad soñada, Buenos Aires, Lumen, 2010, p. 12); y luego pasará a Nuestra Señora de Lujan “porteño” en el santuario del barrio de Flores.

Un joven obispo para una diócesis naciente

Con 41 años de edad, Juan XXIII lo nombró primer obispo de Rafaela en la diócesis recientemente creada. Fue ordenado el 3 de septiembre de 1961, en la Basílica Santa Rosa de Lima (Buenos Aires) donde había iniciado su ministerio sacerdotal, el día de la memoria litúrgica de San Gregorio Magno. Solía contar, que por eso llevava en su cruz pectoral de madera con una imagen tallada de Cristo sacerdote, regalo de los jovenes de la Acción Católica, una pequeña reliquia del santo.

Rafaela, cabecera del departamento Castellanos y tercer centro urbano más importante de la provincia, despues de Rosario y Santa Fe (Capital), será el lugar donde ejercerá su ministerio episcopal durante siete años. Desde el inicio, las palabras dirigidas al pueblo rafaelino causaron impacto: “Ya no seré sacerdote de Buenos Aires, lo soy de Rafaela, siento como una necesidad de despojarme de lo que hasta hoy ha sido modalidad personal para consubstanciarme con el pensar y reaccionar de ustedes; ser uno de ustedes para comprenderlos mejor.  Sin embargo, esta no es una postura de hoy; es la consecuencia del afecto que les tuve desde aquel día (26 de abril) que me señalaron como padre y pastor de ustedes. Desde aquel día los amo como hijos queridos. Estudié su geografía, pregunté por sus costumbres, conocí sus industrias, leí noticias, supe de sus problemas. Tostado, Suardi, San Cristobal, Ceres, Sunchales, Santa Clara, San Vicente y María Juana, Clucellas, Aldao, Rafaela. Todo pasó a ocupar en mi alma lugar y preponderancia. Sus pueblos, sus sacerdotes, colegios, campos, peones, colonos y seminaristas. Desde hoy nada será de ustedes, porque todo será nuestro” (Mons. Vicente F. Zazpe, Escritos. Cartas y Orientaciones Pastorales T. II, Santa Fe, Arquidiócesesis de Santa Fe de la Vera Cruz, 2011, p. 14).

Zazpe
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El período de su ministerio episcopal en Rafaela estará profundamente marcado por su participación en las cuatro etapas del Concilio Vaticano II (1962-1965). Zazpe irá al Concilio como obispo joven, pero con la convicción de una responsabilidad que le viene de asumir la colegialidad episcopal (antes que el Concilio hablara de ella), el de ser un participante activo, reflexivo y crítico. De su Diario se desprenden un sinúmero de expresiones que reflejan la marcha de la asamblea; en la “semana negra”, así llamada por los estudiosos del concilio, entre el 14 y 21 de noviembre de 1964, en sus apuntes sobre el Consejo de presidentes de la comisión central de conducción, dice, que ejercía una “presión indigna de un Concilio” (D-Zazpe, 19 de noviembre; Cf. G. Alberigo (dir.), Historia del Concilio Vaticano II. IV. La Iglesia como comunión. El tercer período y la tercera intersesión, Leuven/Salamanca, Peeters/Sigueme, 2007, p. 370, n.53).

Entre sus intervenciones en la XXVI Congregación General de 1962, que trató sobre los instrumentos de comunicación social, hace una llamativa advertencia: “el Concilio debe hablar no tanto para los católicos sino para los no-católicos, que son gran parte de la humanidad y que aunque no como madre, al menos como maestra a menudo quieren reconocerla” (ASSCOVS, I, III, p. 491). Asimismo, casi como evaluando el desarrollo de la asamblea y preconizando la necesidad de una recepción latinoamericana, anota: “La Iglesia y el Concilio han permanecido en manos de la Europa Central. Lo único que cuenta es lo que ellos dicen. Por otro lado, no hay ninguna corriente de pensamiento ni grupo alguno que los refrene o que trate de mantener el equilibrio. Ni América ni África ni Italia ni España cuentan para nada” (D-Zazpe, Ibidem, op. cit. p. 571). Zazpe mantiene a su diócesis de Rafaela en “estado de Concilio”; durante su ausencia, envía cartas a los fieles laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y los mantiene al tanto de lo que se habla, se debate y los cambios que se deben esperar.

También el tema de la crisis de vocaciones sacerdotales le preocupa -tema sobre lo que repetidas veces hablarán los episcopados latinoamericanos durante el Concilio- dice al respecto: “Hijos, desde Alemania les envío esta líneas. Llevo más de un mes recorriendo Pueblos y Ciudades. Ya conocen el motivo que me trajo a Europa: conseguir nuevos sacerdotes y pedir ayuda económica” (Zazpe, Escritos. Cartas y orientaciones patorales II, p. 41).

El final del Concilio lo vive y comparte con inmensa alegría y gran espectativa; pero también aquí no oculta sus temores: “un peligro amenaza este nuevo Pentecostés, la tibieza que paraliza el impulso y el entusiasmo, la falta de seriedad y responsabilidad, la inercia de los que no quieren reformas y la intemperancia de los que desconocen la autoridad que legitima la reforma. Si algo caracteriza el momento histórico que vivimos, es la mutación y la transformación y la Iglesia debe participar de esta realidad, para que Dios esté presente en el cambio, en sus dos dimensiones de profundidad y universalidad” (Zazpe, op. cit. p. 49).

Zazpe llevaba el concilio en el ADN de su ministerio, lee y estudia sus documentos, sirviendose de sus notas personales en el aula y conferencias de los peritos a las que asiste con la avidez de un alumno apasionado, sigue a los mejores teólogos y comentadores de la epoca: Philips, Congar, Rahner, Küng, De Lubac, Daniélou, Chenu, Murray, Häring, Schillebeeckx. Durante mis años de servicio como formador, he revisado muchas veces su biblioteca, legado testamentario al Seminario Nuestra Señora de Guadalupe (Santa Fe). Estos y otros autores, biblistas como Lucien Cerfaux, Oscar Cullmann, Raymond Brown, Rudolf Schanckenburg y algunos latinoamericanos como Gera y Gutiérrez, estaban en sus anaqueles. Los “había leído”, subrayaba, confrontaba posiciones, sacaba notas.

Zazpe
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Este obispo que no “tuvo grado académico” en ninguna disciplina teológica, fue una de las mejores cabezas pensantes del episcopado argentino. Encarnaba una forma de pensar donde teología y pastoral dialogaban con otras ciencias: política, economía, sociología, como también arte, música, cine y literatura que dominaba y de la que sabía sacar enseñanza ética y religiosa. No es de estrañar que fuera elegido durante tres períodos desde 1973 a 1979, vicepresidente segundo y primero de la Comisión Ejecutiva, en momentos difíciles y dolorosos para la Argentina. Además de cumplir tareas en el CELAM, particularmente como uno de los redactores del Documento de Puebla, fue hombre de consulta y referencia para una importante camada de obispos más jóvenes.  

Como Arzobispo de Santa Fe en la recepción del Concilio

Zazpe asume como coadjutor de la arquidiócesis de Santa Fe los últimos meses de 1968; sucede al cardenal Nicolás Fasolino que fallece en agosto de 1969, y que había sido hecho cardenal en el consistorio de 1967, junto con Karol Woytyla futuro Juan Pablo II. Dos modelos de ser obispo se cruzarán con cambios que implicarán la “vida y la forma de ser” de la Iglesia diocesana. El modelo “tradicionalista” que encarnó Fasolino y en parte retomará el sucesor de Zazpe (Storni), marcó a una importante minoría durante el Concilio e inmediato posconcilio. El obispo con sequito y trato de príncipe, con una teología clásica, sin roce con la realidad, y renuente a cambios vertiginosos que exigen virajes pastorales, es sucedido por un modelo de obispo en el espíritu conciliar de aggiornamento y ressourcement de Juan XXIII y Pablo VI, con sensibilidad hacia el mundo contemporáneo, cultivo del diálogo como método, que encarna un estilo de predicación y magisterio, lleno de evangelio, sin retórica, casi periodístico, directo e interpelante.

Los tiempos son difíciles, estamos en el llamado 68’ “interminable”. Unos meses antes, en las montañas bolivianas matan al Che, vendrán luego: la primavera de Praga, los asesinatos de Luther King y Robert Kennedy, es boom del “álbum blanco” de los Beatles, irrumpen las manifestaciones estudiantiles del Mayo Francés, con réplica Argentina en el “Cordobazo” y el “Rosariaso”, que auna a estudiantes, sindicalistas y el polo obrero; ecos se darán también en México con la masacre de Tlatelolco, y las manifestaciones antiraciales con el Black power en los juegos olímpicos de México.

Es época de entusiasmo, de movimientos revolucionarios, de Populorum Progressio y de Medellín; también de temores indiscretos y reacciones, Humanae Vitae y sacedotalis coelibatus. La Iglesia universal busca el rumbo en el agitado y cambiante mundo moderno, pues de eso se trata. Salir definitivamente del “constatinismo” de una Iglesia decimonónica (Chenu), segura en su privilegios y comodidades, para abrirse a los “gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de nuestro tiempo” (GS 1). En este contexto, la Iglesia latinoamericana desde el llamado “pequeño Concilio” en Medellín, hará su mejor aporte a la catholica, poniendo la pobreza y a los “pobres” en el centro de atención mundial y de su acción evangelizadora. 

Zazpe
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Zazpe, que había firmado el “Pacto de las Catacumbas” el 16 de noviembre de 1965, uno de los cuatro argentinos, junto a Devoto, Angelelli e Iriarte (Cf. X. Pikaza, J.A. Da Silva, El Pacto de las Catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia, Navarra, Verbo Divino, 2015, p. 24) acompañará igualmente la difusión del Manifiesto de los 18 obispos del Tercer Mundo (1967), inicio de la gestación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), acaso, el movimiento sacerdotal más importante y con mayor proyección social en la recepción latinoamericana del Vaticano II, y que encontrará a un Zazpe cercano y dispuesto a leer los signos de los tiempos.

En esa vorágine de cambios y propuestas propias de un concilio que quería ser “recibido” y no solo “aplicado”, Zazpe se sabe cercano a los sacerdotes “tercermundistas”, (calificativo “descalificante” plantado por la derecha católica, las Fuerzas Armadas e importantes sectores de la cúpula episcopal); por eso, será en Santa Fe donde se realice el Tercer Encuentro Nacional del MSTM, en agosto de 1970 (pues el Cardenal Aramburu les había prohibído reunirse en Buenos Aires), con aproximadamente 400 sacerdotes, con presencia de Zazpe, Devoto, obispo de Goya y Brasca, obispo de Rafaela (Cf. R. Concatti, D. Bresci, Sacerdotes para el Tercer Mundo, Publicaciones del Movimiento, Buenos Aires, 1970, p. 23). Si en la carta de despedida de la diócesis de Rafaela el 18 de octubre de 1968, Zazpe reconoce: “También debo recordar a los pobres de la diócesis. Son los preferidos del Señor pero mi presencia y dedicación a ellos no llegó a ser la característica principal de mi episcopado. No es el momento de explicar o justificar pero sí de reconocer” (Zazpe, op. cit. p. 70); ahora, se inicia un cambio notorio tanto en su vida como opciones pastorales que resaltará el estilo de pobreza que identificará a los “santos padres de la Iglesia de América Latina” (V. Codina, El Espíritu del Señor actúa desde abajo, Santander, Sal Terrae, 2015, pp. 28-29).

Un par de anécdotas que el mismo Zazpe nos compartía a un grupo de seminaristas, da cuenta hasta dondevivió la pobreza: “En uno de los recreos en las asambleas generales del Concilio, trataba de explicarle a un obispo alemán por qué llevaba una cruz de madera tallada, el alemán no entendió el motivo, al año siguiente de regreso en la próxima sesión, le trajo de regalo una cruz pectoral con gemas; al volver a la diócesis Zazpe lo vendió y compró una motoneta para una religiosa misionera”; “el pacto de las catacumbas quiso aplicarlo en la arquidiócesis de Santa Fe y empezó a vender la llamada “sala del trono” del cardenal Fasolino (sede con baldaquino, etc.), esto provocó la indignación y calumnia de un sector de la oligarquía santafesina”; “Cuando siendo seminarista acompañé a Zazpe a un pueblito donde iba a dedicar una Iglesia y consagrar el altar, luego de la hermosa y participada celebración, mientras saludaba a la gente, la comunidad “armó” el almuerzo en la misma Iglesia, apoyando las cajas de comida sobre el altar consagrado… ante mi asombro, me miró y me dijo: tal vez no entendieron mucho lo que hicimos, pero es el único lugar que tienen y Dios que ve las intenciones, los comprende”.

Zazpe vivió pobremente su ministerio episcopal. Algunos curas llegaron a hablar de austeridad “espartana”. Austero en el vestir y el comer, compartía la misma mesa con la familia de cuidadores del obispado, no tenía chofer y fue alérgico al depilfarro en cuestiones de ajuar litúrgico. La anécdota de Don Hélder Câmara, obispo de Olinda y Recife que a la vuelta del Concilio había vendido la casa del obispado para comprar tierras para los pobres, se la escuché de propia voz en una vacaciones en las orillas del río calamuchita, antes de leerla muchos años después en los libros. Con estos ejemplos, el pastor y maestro intentaba mostrar discretamente un camino, un estilo de ministerio, que contrastaría con lo que posteriormente se vería en la vida diocesana.

Zazpe
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La posición de Zazpe durante el Terrorimo de Estado

En un texto clásico, Emilio Mignone desde el dolor de la desaparición de su hija Mónica el 14 de mayo de 1976, escribió de manera crítica contra las contradicciones, negaciones y complicidades de la jerarquía católica en tiempos de la dictadura militar, decía: “En una de esas ocasiones tuve oportunidad de conversar con el vicepresidente segundo del cuerpo y arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, ya fallecido. Me dijo con desaliento: No me cabe duda que de aquí a unos años la Iglesia va a estar colocada en la picota…” Zazpe comprendía el problema humano y pastoral que involucraba la postura del Episcopado. Seguramente luchaba dentro del cuerpo por una actitud más acorde con el Evangelio. Pero le faltó la energía y la decisión necesarias para romper con la trama de mediocridad, cobardía y complicidad que prevalecía a su alrededor y con los condicionamientos intelectuales que él mismo padecía”, (E. Mignone, Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar, Buenos Aires, Colihue, 20133, p. 63).

"Seguramente luchaba dentro del cuerpo por una actitud más acorde con el Evangelio. Pero le faltó la energía y la decisión necesarias para romper con la trama de mediocridad, cobardía y complicidad que prevalecía a su alrededor"

El juicio de Mignone no es desacertado. Zazpe tuvo una posicióndesde el inicio de la última dictadura militar en marzo de 1976. Sus charlas dominicales (“Habla el Arzobispo”) muestran como comprende el problema de fondo, la desintegración social, la necesidad de recomponer la conciencia moral de los argentinos, el cultivo de los valores, el lugar de la reconciliación, la crisis de la confiabilidad de las instituciones, son temas desarrollados con profundidad entre 1975 y 1983 (Zazpe, Habla el Arzobispo t.1 [1975-1979]; t.2 [1980-1983], Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, 2007).

Afirmará que existía una “Argentina secreta” que sufría sin poder tener expresión oficial, que no era complaciente ni con unos ni con otros, pero silenciosamente iba gestando los auténticos  cambios que derivarían en la democracia. Sin embargo, el talante profético de denuncia explícita es irreconocible en sus textos. Un ejemplo sirve de muestra: cuando la cuestión de los desaparecidos era ya de conocimiento por parte de la cúpula espiscopal, en una de las charlas radiales, el 2 de abril de 1978, Zazpe habla de los valores y refiere el caso de Aldo Moro, su secuestro y asesinato, “si han podido secuestrar a un dirigente protegido como Aldo Moro, no habrá seguridad para ningún ciudadano italiano” (Zazpe, Habla el Arzobispo t.2 p. 123), en el texto “ni una palabra” de la realidad Argentina.

Luego de la visita de la Comisión interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el 6 de septiembre de 1979 que duró 14 días con repercusiones nacionales y a nivel mundial, Zazpe (siempre informado de la prensa nacional e internacional) no menciona el tema, lo elude y habla durante semanas de: la evangelización y los medios informativos, Puebla y los pobres, Puebla y los jóvenes, Puebla y los dirigentes de nuestro continente, Puebla ante la perspectiva nacional e internacional, la Iglesia y el año internacional del niño (Zazpe, op. cit. pp. 198-212).

El tema de los centros clandestinos que existían en Santa Fe capital, era un secreto a voces pero nunca fueron denunciados. Zazpe visitaba las cárceles (Coronda y Las Flores), se encontraba con presos políticos, recibía cartas de los familiares, ayudó a la localización y liberación de muchos detenidos, pero su voz profética parecía querer imponerse límites, optaba por hablar “con” el Episcopado y “nunca” sin él. Monseñor Jorge Casaretto refiere con claridad la distinción que se descubría al interno de la Conferencia Episcopal Argentina: “Es sabido que obispos como Novak, De Nevares, Angelelli, Hesayne, Scozzina y Devoto, plantearon desde el inicio del golpe militar una posición de claro enfrentamiento denunciando los graves atentados contra los derechos humanos. Algunos de ellos, en sus denuncias, prescindían de la Conferencia Episcopal e incluso adhirieron a distintas organizaciones, algunas de carácter ecuménico. Esa actitud no estaba bien considerada por la mayoría de los obispos que pensaban que en esta materia se debía obrar siempre corporativamente. En esa línea está otro grupo de obispos entre los cuales ubico a Zazpe…” (Cf. C. Galli, J. Durán, L. Liberti, F. Tavelli [eds.], La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, t.1, Buenos Aires, Planeta, p. 714).

Con todo, Zazpe no dejó de ser profeta. Cuando el terror y el hambre asolaban el país denunció la existencia de la “Argentina secreta”, esa que expresaba a las mayorías silenciadas y oprimidas. Vivió en carne propia, el difícil oficio de escuchar a Dios y a los hombres, de denunciar y anunciar, esto le grangeó muchos amigos pero también mucho enemigos. Es probable que estos últimos no fuesen más que sus amigos, pero sin duda eran quienes hacían más ruido con las armas que les da el dinero y el poder. Tal es el caso de la ultraconservadora agrupación “Tradición, Familia y Propiedad” (TFP) que en 1969 lanzó una campaña en su contra que lo llevan a sacar una carta pastoral para dar a conocer la motivaciones teológicas y pastorales de Medellín y el Documento de San Miguel (Zazpe, Escritos t. 2 “Cartas y orientaciones pastorales”, pp. 71-74; Cf. Luis Miguel Baronetto, “Monseñor Zazpe: voz profética”,  Revista Tiempo Latinoamericano).   

Desfile "Tradición Familia y Sociedad"

Un intento hermenéutico por explicar su olvido

La figura de Zazpe demoró demasido tiempo en ser redescubierta por las nuevas generaciones particularmente en su arquidiócesis de Santa Fe; se dieron pasos, aunque no han sido suficientes y tampoco de manera sinodal. La pregunta es por qué. Su figura no escapó a la “grieta” de la Iglesia santafesina. Varios parecen ser los motivos.

El cierre del seminario en 1968 en su edificio fundacional, cercano al Santuario de Guadalupe y su reapertura diez años después en otro lugar, cercano a la Iglesia catedral y arzobispado, con seminaristas formándose entretanto en otros seminarios del país, pusieron a Zazpe en una situación “incómoda”. Los tiempos y las decisiones “pulseadas” más que “consensuadas”, así parecían imponerlo. Pero el “nuevo seminario” que se inició como “menor” en 1978 y “mayor” en 1980, dejó afuera a toda una generación de curas que habían trabajado con aciertos y desaciertos en el anterior período. En esa brecha jugó un papel importante el obispo Storni, auxiliar de Zazpe, ordenado en 1977 (¿pedido por él?). Su visión era distinta: aquellos que habían “fundido” el seminario por “opciones ideológicas”, no podían tener oportunidad en la nueva etapa. Muchos de aquellos sacerdotes, habían estudiado, y pudieron haber aportado, pero no fueron tenidos en cuenta.

El “Informe sobre el Seminario Metropolitano de Santa Fe” de enero de 1968 (AASF C. IV, 74), firmado por el entonces rector P. Elvio Alberga y demás formadores, que ofrece un diagnóstico de la crisis vocacional y explica las verdaderas causas del cierre del Seminario, fue un documento ocultado e ignorado.

El seminario “cambió” de nombre (no en el sentido bíblico), comenzó a llamarse “Nuestra Señora”, y así se mantuvo hasta los últimos meses del episcopado de monseñor Arancedo (sucesor de Storni) que le devolvió con “disgusto de muchos” el nombre original, “Nuestra Señora de Guadalupe”. Siendo Storni el obispo auxiliar siguió como rector del seminario, esto creó una situación extraña que llegará al paroxismo, cuando a la muerte de Zazpe, asuma como Arzobispo, y conserve el cargo de rector, situación que solo pudo cambiar un informe del cardenal William Baum, prefecto de la Congregación para la Eduación Católica, luego del paso de un visitador de la congregación para “informarse” de la marcha del seminario.

"Zazpe fue desde 1978 hasta su muerte, un extraño en su propia casa, su figura era importante pero 'decorativa', no tallaba en la formación de los futuros sacerdotes"

Zazpe fue desde 1978 hasta su muerte, un “extraño en su propia casa”, su figura era importante pero “decorativa”, no tallaba en la formación de los futuros sacerdotes. Los contactos con los seminaristas, se reducían a una charla formal cada jueves, servicios litúrgicos en Catedral, y el compartir cada verano con él, 15 días en la casa de vacaciones que el Seminario tiene en las sierras cordobesas. Estos datos podrían replicarse; durante los 18 años de Storni como arzobipo de Santa Fe, la única “memoria” de Zazpe se reducía a la misa de aniversario de su muerte (24 de enero, ¡plenas vacaciones en Argentina!).

Los tristes acontecimientos del 2002 (renuncia del obispo Storni desde Roma, por acusación de abusos), llevaron a algunos a ensayar un especie de “contraste” y “oposición” entre Zazpe y su sucesor, hubo publicación de biografías y algún artículo de “mala leche”. Todo esto, no hizo más que embarrar la cancha y relegar la figura de Zazpe cada vez más al rango de un importante desconocido.

En 2006, casi 22 años después de su muerte, en la primera etapa del episcopado de monseñor Arancedo, se tomó la decisión de publicar sus “Escritos” (4 volúmenes de “Cartas y orientaciones pastorales” y sus celebres “Habla el Arzobispo”), una cantera de pensamiento actual, que entrelazan fe, Iglesia, política, sociedad y cultura.

La figura de Zazpe ocupa un lugar relevante en la Iglesia argentina desde finales de los años 60. En la monumental obra en tres tomos, La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, a cargo de la Facultad de Teología (UCA), aparecida en 2023, se cita el nombre de Zazpe más de 200 veces. Los números pueden no siempre ser indicativos de cualidad, pero en el caso de Zazpe son reveladores del protagonismo y reconocimiento de su figura y acción pastoral.

A 40 años de su pascua, puede augurarse que otros tiempos y con otro espíritu de eclesialidad y compromiso social, se devuelva a Zazpe el lugar que justamente merece y que la sociedad actual necesita.    

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