JUDAS, UN DOCTOR DE LA MODERNIDAD

De un digital inglés, creo que subsidiario de The Time, se vuelven a proponer las excelencias de la figura del Iscariote Judas hasta ahora repudiado por la Iglesia. Se asegura que Judas cumplió el plan de Dios para nuestra redención con tanto mérito como el mismo Jesús. De modo que el antes traidor pasaría a ser la gran víctima de la historia de la salvación. Inclusive podría llegarse al colmo de oscurecer el sacrificio del Gólgota, pues Judas se ahorcó desesperado en su fracaso mientras que Jesús pasó, sí, los tormentos de la pasión y su cruz, pero con la plena satisfacción de que todo se había consumado. Se quiere volver al asunto y ya que el Pontificio Consejo de Ciencias Históricas, del Vaticano, no les hace el menor caso –afortunadamente ya lo rechazó hace unos pocos años - darle vuelos reivindicativos en los medios de comunicación.

Esta propuesta siempre se produce en reacción a cuando la Iglesia cierra filas en protección de su depósito de fe, de la fe de los Apóstoles. Especialmente en este tiempo en que la incultura erudita y la cátedra sin criterio fortalecen nuestra tolerancia con la duda perpetua. Pero lo peor es lo que está agazapado. Los verdaderos objetivos se muestran claros:

Primero, coronar la doctrina de que la Iglesia debe adoptar decididamente el liberacionismo proletarista y comunista, tal como fue el afán del celota Judas. El Segundo que, una vez Judas rehabilitado, por qué no también Lutero y con él tantos otros “injustamente tenidos por herejes”. Para finalmente llegar a la consabida bomba de que Jesucristo no es Dios. La anemia doctrinal en que se ha sumido la Iglesia con cincuenta años de predicaciones ramplonas espolea a los aventureros a las mayores audacias… y a los católicos a la mayor flojera pues que todo lo oyen sin asidero sólido al que acudir. (Los obispos - Iglesia supuestamente docente - emiten opiniones diversas y contrapuestas a las esencias de la fe. Los catecismos son tochos de erudición con la que respaldar al "espíritu del Concilio", ese ectoplasma usurpador de la autoridad secular que gran parte de la jerarquía abandonó sin la menor vergüenza).

Subrayemos el absurdo de que de Judas dependiera el plan de Dios. Qué necesidad tendrían Dios Padre y Jesús, su Unigénito y consubstancial, de que el Sacrificio Redentor se realizara con la “colaboración” de Judas. De golpe le dignificaríamos más que a la misma Virgen Santísima. Permítasenos decir que las cosas tienen otra cara.

Para el Judas de los Evangelios había llegado a su colmo el fracaso de las esperanzas revolucionarias que él alimentaba en la popularidad de Jesús. Frustrado, aceptó colaborar con aquellos que antes de la Pascua necesitaban reventar el grano insoportable de su doctrina, que les enfrentaba a la Escritura. Jesús predicaba la vuelta del hombre individual a su Creador, cosa distinta a la violencia celota que más tarde llevaría a Tito a arrasar Jerusalén. Por eso Judas se ofreció al Sanedrín asegurando que le prendiesen en la oscuridad del huerto dándole un beso; algo “jurídicamente” necesario para su recompensa.

Judas es persona muy interesante para tiempos de postulados humanistas y solidarios que van despojando a la Iglesia de definición y oriente. El falso seguidor de Jesús, el que en palabras de San Juan “estaba con nosotros pero no era de los nuestros” (1 Jn 2, 19), pasó su tiempo en perpetua malquerencia con los objetivos de Nuestro Señor, su Maestro. Judas fue el primero que se le insolentó dándole lecciones de asistencia social e intrigando contra su autoridad.

En aquel primer Jueves Santo, fue también uno de los candidatos al sacerdocio (Mt 10, 2) pero, despechado por la oposición entre sus planes y los de Jesús, terminó haciendo "lo que tenía que hacer". (cf Jn 13, 27). Se excomulgó a sí mismo porque con "aquel soñador" nunca lograría el rescate de Israel, con un Mesías tan alejado de sus diseños. El plan de Jesús era salvar el destino eterno del hombre, como fin personal e individual en nada parecido a la insurrección de las masas que perseguía el celota y en cuyo fondo late, siempre, el materialismo ateo. Además de que bien sabemos, por quien mejor le conocía, que sus ambiciones no eran, como él pregonaba, de amor a los pobres sino que por el contrario «era ladrón y robaba de la bolsa.». (cf Jn 12, 6). En su protesta al homenaje de la Magdalena, Judas se nos descubre como el primer secularizador de la Iglesia: "A qué tanta sacralización (de rodillas y a sus pies) y esos honores (con perfumes carísimos) cuando hay tantos pobres a los que socorrer..." (cf Jn 12, 1-5)

De todo lo cual surgen terribles paradojas. Judas pudo ser uno más entre los Apóstoles, pero se quedó en modelo de traidores. Pudo santificarse al lado del Autor de la vida siguiéndole en su portentosa actividad (Hch 10, 38), pero sólo amamantó su propio resentimiento. Pudo ser mártir como todos sus compañeros, pero eligió la vía contraria del suicidio. Como sus compañeros, pudo servir en la obediencia y en la humildad pero escogió el personalismo de la demagogia. Pudo captar almas para Dios, colocándole como fin último de nuestra felicidad, pero prefirió el odio de su anticipada versión de "proletarios del mundo uníos". Fue llamado a ser apóstol del Evangelio, pero terminó de sicario del Sanedrín. Y, para final, el que condenó el derroche en perfumes aceptó treinta monedas por el amigo al que traicionó.

Judas es el primer teórico de los Derechos Humanos.
El engaño es que, evidentemente y como San Juan subraya, a Judas nunca le movió la opción preferencial por los pobres sino usarlos para adorno de su deseado liderazgo. Por ceguera revanchista no pudo entusiasmarle el reino de los cielos que le mostraba Jesús, "qué tonterías eran esas", ni "pecó" con la fe atolondrada de la madre de los Zebedeo que pedía puestos relevantes para sus hijos en el reino de Dios. Ni su taimada condición le permitió los arranques apasionados de Pedro para quien sólo Cristo tenía palabras de vida eterna, savia, principio y fin de nuestra religión. (Jn 6, 68) Judas destaca en el texto de los Evangelios no por la sinceridad espontánea de sus camaradas sino reprimido y amargado por su doblez.

Así podemos ver un Judas y el Humanismo, para ahogo de la caridad teologal; un Judas y el Socialismo, en su más genuina propuesta de que la religión es el opio del pueblo; un Judas sembrador de discordias y no el agradecido por la dimensión infinita que Cristo nos descubrió. Judas es el camarada de Barrabás. Es Judas, quiero decir lo que en Judas tomó su voluntad, el que insuflaba odios a su pueblo; el primero que no entendió que la justicia que Cristo aplicaba era “Su" justicia, la de Dios, no la nuestra. La justicia de darle al Creador y Padre nuestro lo que es suyo y no la de hacerle reclamaciones. Judas es la solidaridad volátil, en abstracto, en lugar del cuidado de almas, “la cura” paciente una por una, que es lo que levanta una civilización. Así, también, tenemos a Judas y el pueblo colectividad - ¿Pueblo de Dios? -, en lugar del hombre individuo, singular e irrepetible hijo de Dios; a Judas y la tacañería de corazón en las treinta monedas del tránsfuga, frente a la promesa de inmensidad que significa el ciento por uno "aquí en la tierra y después la vida eterna"; a Judas y la subversión, en lugar de la negación de sí; a Judas y las protestas de humanitarismo tan eficaces para disimular el bloqueo de la fe... Quién dudará que San Juan acertó al decir que en él se había metido Satanás (Jn 13, 27), pues toda su figura es el negativo de los Apóstoles, la pura negación diabólica, la escritura al revés.

¡Qué interesante personaje Judas Iscariote! Prototipo de todos los montini y roncalli que vinieron a “mejorar” (Jn 6, 70) una Iglesia que, hasta ellos, tras veinte siglos de santos y doctores sin par, se diría que no supo servir a los hombres. Judas, misterio de iniquidad que infecta con sus paradojas todas las épocas de la historia.
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