El Juicio de Dios es que los pobres tengan pan El Juicio de Dios es que los Pobres Tengan Pan: de la multiplicación de los panes a la Sinodalidad que comparte pan y decisiones

esperando el pan
esperando el pan

Jesús no actúa desde el poder, sino desde la compasión encarnada, un Corazón que ve más allá. Rechaza la exclusión del "que cada uno se las arregle como pueda" (despedir a la multitud hambrienta) con una orden solidaria: “Dadles vosotros de comer”. Este gesto es una reestructuración de la lógica económica: cuando se comparte, alcanza para todos. Es la señal sacramental del Reino que comienza aquí y ahora, en la mesa compartida.

Jesús proclama bienaventurados a los que tienen hambre y maldice a los saciados (Lucas 6). Su mensaje, incómodo y disruptivo, es un juicio continuo contra toda estructura que perpetúe la desigualdad que hambrea. La fe que no se conmueve ante el sufrimiento, que no se moviliza ante la injusticia, es una parodia del Evangelio, una traición al Dios que se hizo carne en los crucificados de la historia.

Cuando el Evangelio se lee desde el poder, se convierte en ideología clerical. Cuando se proclama desde el sufrimiento, se vuelve profecía liberadora... El clericalismo, como estructura de poder, abandona la lógica del servicio y se obsesiona por defender su statu quo sacralizado.

“Tuve hambre y no me diste de comer” (Mateo 25). El juicio final no será sobre dogmas ni ritos ni piedades, sino sobre pan compartido. Jesús nos sitúa ante la opción fundamental: ser discípulos multiplicadores o Epulones acumuladores. No basta hablar de los pobres; es urgente hacerse pan.

1. El Escándalo del Pan: El Hambre como Lugar Teológico

La multiplicación de los panes (Lucas 9, 12; Mateo 14) no es un prodigio aislado, sino un acto de misericordia inclusiva, a la vez que una denuncia profética contra un sistema estructural que normaliza la injusticia del hambre en medio de la opulencia.

En un mundo donde la competencia y el cálculo egoísta son la "norma", la misericordia de Jesús, participada sinodalmente con los discípulos, irrumpe con la nueva lógica del pan compartido. El Reino de Dios ha comenzado.

Jesús no actúa desde el poder, sino desde la compasión encarnada, su Corazón "ve" más allá. Rechaza la costumbre de la exclusión que dice "que cada uno se las arregle como pueda" (despedir a la multitud hambrienta) con una orden solidaria: “Dadles vosotros de comer”. Este gesto no es solo una invitación moral, sino una reestructuración de la lógica económica: cuando se comparte, alcanza para todos. Es la señal sacramental del Reino que comienza aquí y ahora, en la mesa compartida.

Esta escena refleja el conflicto entre dos economías: la economía del don, que sacia a través de la solidaridad, y la economía de la acumulación, la “economía que mata” (Francisco, EG). Como en el Salmo 126, el pan que Dios da no es fruto exclusivo del esfuerzo humano, sino don gratuito que interpela nuestra apertura al otro: “Dios lo da a sus amigos mientras duermen”. El pan compartido no es solo sustento, es juicio: revela de qué lado estamos en el drama de la historia.

panes y peces
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2. Lázaros Invisibles: El Juicio que Se Manifiesta en el Dolor de los Excluidos

La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lucas 16) es una denuncia escatológica que atraviesa los siglos. Lázaro, el muerto de hambre, tendido a las puertas del banquete, representa a los descartados del sistema, aquellos cuyas vidas son invisibilizadas por el confort de los satisfechos. El Epulón no es condenado por ser rico, (aunque "es muy difícil que un rico entre en el Reino", Mt 19). Sino por no querer ver, por no conmoverse, por pecar de omisión: la indiferencia hacia el hambriento como forma de ego-idolatría.

El hambre no es una categoría estadística ni una abstracción ideológica. Es la humillación concreta que desfigura rostros y destruye cuerpos. “El rostro de Dios se revela en el rostro desfigurado de estos pobres”, y toda teología que lo omite, lo soslaya o lo justifica, deviene distracción culpable, falsa espiritualidad que niega la encarnación.

Jesús, en el llano con los pobres, proclama bienaventurados a los que tienen hambre y maldice a los saciados (Lucas 6). Su mensaje, incómodo y disruptivo, es un juicio continuo contra toda estructura que perpetúe la desigualdad que hambrea. La fe que no se conmueve ante el sufrimiento, que no se moviliza ante la injusticia, es una parodia del Evangelio, una traición al Dios que se hizo carne en los crucificados de la historia.

La pobreza evangélica es un compromiso de solidaridad con el pobre y una protesta contra la pobreza" (G. Gutierrez). No se trata de una resignación espiritual ante la miseria, una aceptación burguesa que ”este mundo es así”, sino de una indignación santa que nos mueve a la acción transformadora.

3. Contra el Clericalismo: El Reino No se Acomoda a una casta brahamánica

Cuando el Evangelio se lee desde el poder, se convierte en ideología clerical. Cuando se proclama desde el sufrimiento y la necesidad, se vuelve profecía liberadora. Jesús no se enfrentó solo al poder político, sino también al religioso: denunció a los fariseos y doctores de la ley que cargaban fardos sobre los hombros de los demás sin mover un dedo para aliviarlos. Hoy, esa denuncia se actualiza en las formas contemporáneas del clericalismo, donde ritos, doctrinalismos, moralismos eclesiásticos y jerarcologías asfixian la novedad del Reino.

el clericalismo que aleja
el clericalismo que aleja

El Papa Francisco ha denunciado esta perversión como una “herejía práctica” , un error persistente, contumaz y estructural que impide el sacerdocio bautismal y a la Iglesia ser fiel al Evangelio.  En lugar de partir el pan, lo espiritualiza; en vez de escuchar el clamor del pueblo, se encierra en los muros de la autorreferencialidad. Pero una fe sin justicia es solo una religión decorativa. Justicia es que todos coman y participen (Sinodalidad).

El clericalismo, al convertirse en una estructura de poder privilegiado, abandona la lógica del servicio y se dedica a defender su propio statu quo sacralizado, avalado por la "doctrina espuria del sacerdocio ministerial como realidad óntica diferenciada". (Bernardo Perez Andreo)

La verdadera espiritualidad no se mide por la observancia de normas, sino por la entrega concreta a los Lázaros del mundo. Jon Sobrino lo sintetiza así: “El Crucificado-Resucitado sigue crucificado en los pobres, y resucita en su lucha”. Sin esta conexión, la teología es solo apologética eclesiástica, y la espiritualidad, evasión.

4. El Banquete del Reino: Sinodalidad como Multiplicación

La escena de la multiplicación de los panes no se realiza en un trono, sino en el desierto. Allí, Jesús convoca a sus discípulos no a la mística pasiva, sino a la acción compartida. No solo multiplica el pan; lo hace con lo poco que tienen, rompiendo la lógica de la escasez para instaurar la lógica del don. En este gesto se revela el modelo de una Iglesia sinodal: una comunidad en camino, que escucha, comparte y sirve.

La sinodalidad auténtica no es un concepto administrativo ni una estrategia pastoral. Es la forma concreta de vivir el Reino como comunidad que se organiza desde los márgenes, no desde el centro, desde el Pueblo, no desde las elites apartadas. Es la Iglesia que, como en Hechos 6, elige diáconos para cuidar de las viudas, y no para perpetuar jerarquías estériles.

Esta visión, inspirada en la Teología del Pueblo, nos invita a ver a los pobres como sujetos de historia, no como objetos de beneficencia. Es el eco del Éxodo, donde el pueblo de Dios camina junto, sin templos ni tronos, pero con una promesa: que Dios camina con ellos. La Eucaristía, entonces, se convierte no en rito alienante, sino en compromiso transformador: el pan consagrado debe ser también pan compartido.

5. Pentecostés como Juicio: El Espíritu que Derriba los Muros

Pentecostés no es solo una fiesta litúrgica, sino una irrupción del Espíritu que desborda toda frontera. El juicio de Dios se manifiesta cuando se cierran las puertas, cuando las estructuras religiosas sustituyen el soplo del Espíritu por normas de falsa seguridad doctrinal, una ortodoxia incompleta, integrista y sin misericordia.

Pentecostés para los pobres
Pentecostés para los pobres

El Evangelio no deja lugar a dudas: “Tuve hambre y no me diste de comer” (Mateo 25). El juicio final no será sobre dogmas ni ritos ni piedades, sino sobre pan compartido. Jesús nos sitúa ante una elección radical: ser discípulos multiplicadores o Epulones acumuladores. Para Jesús no basta hablar de los pobres; es urgente hacerse pan.

La Iglesia no puede romantizar el hambre, ni justificar la pobreza, ni "espiritualizarla". La caridad no puede ser excusa para no transformar las causas estructurales del sufrimiento. El cristianismo no es una moral de resignación, sino una esperanza activa: es el Dios que, al hacerse carne, convirtió la historia humana en campo de salvación.

Conclusión: El Juicio es Hoy, y se Manifiesta en el Pan

La Iglesia atraviesa un tiempo de crisis y posibilidad. Es un kairós, una hora decisiva. El juicio de Dios no es una amenaza futura ni una abstracción teológica: es una realidad histórica que se decide cada día en la mesa del pobre. No se trata de optar entre tradición e innovación, sino de fidelidad al Reino que ha comenzado.

El Espíritu de Dios nos interpela: ¿qué hacemos con nuestros cinco panes y dos peces? ¿Seguimos esperando milagros sin asumir nuestra parte? ¿Nos atrincheramos en nuestras seguridades piadosas o nos abrimos al riesgo escandaloso del Reino?

El juicio de Dios es que los pobres tengan pan. Y que lo tengan ahora. La Iglesia que no se deja interpelar por esta verdad, pierde su alma. Pero la que sigue a Jesús y se atreve a caminar con los pies en la tierra, el corazón en las llagas del mundo y las manos en el pan partido, participa ya del verdadero Pentecostés: una humanidad reconciliada en la mesa sinodal del Reino.

poliedroyperiferia@gmail.com

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