Cristo Rey

Esta fiesta religiosa tiene un nombre chocante ante el potente influjo mundano del vocablo "rey". Los monarcas no han sido precisamente modelos de humanidad ni de cristianismo. El poder ha sido consustancial a los reinados con ese punto de supremacía que arrastra el soberano, a veces cuasi divino y triunfante que gusta tanto a los humanos hasta el punto de  mantener monarquías descafeinadas por su aire glamuroso sin un poder verdadero. No deja de ser un recuerdo del poder absolutista de antaño que colma añoranzas hasta convertirse en un signo político institucional aceptado en muchos países.

Yahvé no quiso que su pueblo tuviese reyes a la manera de las ciudades-Estado que oprimían al débil. Pero lo cierto es que Jesús se confesó rey ante Pilatos, pero matizó que no lo era de este mundo, a la manera de los monarcas déspotas, vanidosos y ansiosos de poder. Ni tampoco un rey anclado en sus posesiones y en vanaglorias terrenales finitas. No obstante, la institución católica ha pecado tradicionalmente de ensalzamiento a la figura de Cristo Rey en un escenario de magnificencia, de poder y de gloria que tanto solaza a los poderosos sin que hayamos hecho mucho por una pedagogía litúrgica que recupere lo que significa Jesús Rey para un cristiano.

No hace tanto, al grito de ¡Viva Cristo Rey!, los requetés atacaban las trincheras de los rojos; con el grito ¡Viva Cristo Rey! se practicó el "paseo" a la tapia de fusilamiento a tantas personas sospechosas de connivencia con la izquierda sin mayores pruebas. Más recientemente, en los años de la transición, los llamados Guerrilleros de Cristo Rey sembraron el terror al son del mismo grito con total impunidad. Lo cierto es que hemos oído demasiadas veces degradar el ¡Viva Cristo Rey! al utilizarlo contra otros hermanos de ideologías diferentes.

Cuando Jesús afirmó lisa y llanamente que él era Rey lo dijo en un escenario y en unos términos cargados de significado. Fue el día del Viernes Santo por la mañana ante el gobernador romano que le juzgaba como un delincuente, y Jesús le dijo: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de esta mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos" afirmando que Él era Rey. Así es como Pilatos quiso destacarlo en la cabecera de la cruz: "Rey de los judíos".

No nos gusta recordar demasiado el pasaje evangélico de Jesús cuando tuvo la posibilidad cierta de ser coronado rey y nunca salió de sus labios la expresión "soy rey". Era una persona importante y reconocida, a la que quisieron hacerle rey, “pero Él se retiró al monte solo" (Jn, 6 15). Muchos seguidores, al ver que su mensaje no era liberar militarmente a Israel, le abandonaron.  

No cabe duda, pues, de que el Cristo Rey evangélico tiene poco que ver con nuestra terquedad por seguir queriendo encumbrar a Cristo como rey a nuestra usanza, con mentalidad de religión poderosa asociada a la magnificencia, que es lo contrario de su mensaje evangélico. Es evidente que al Reino de que hablaba Jesús, sus seguidores le hemos incorporado demasiados formalismos y actitudes importados de los reinos de este mundo.

En el fondo nos duele que Jesús optara por la mansedumbre y la humildad para revolucionar la historia desde aquella aparente impotencia que tanto le costó aceptar al mismísimo Pedro. Por eso la historia de la Iglesia está plagada de atajos con resultados nefastos cada vez que ha pretendido enmendar a Jesús buscando la gloria del éxito religioso, que no se la reservó ni para Él en este mundo.

El Reino que Jesús creía y quería implantar está alejado de todo lo que significa imposición, agresividad, violencia, dominio sobre otros seres humanos. Si se confesó Rey fue para recordar que su reinado de amor también es poderoso, mucho más poderoso que el de los reyes humanos, con unas consecuencias revolucionarias en el sentido de transformadoras que jamás nadie ha logrado ni siquiera abarcar con el pensamiento. Reino sí, pero de amor, justicia, verdad, solidaridad, paciencia con el débil, misericordia que busca especialmente a los que tienen menos misericordia. Estamos ante la fiesta del poderío del reino del Amor universal frente al reinado que deshumaniza; Y esto nos sigue descolocando.

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